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[Homenaje] Maradona, sin timón y en el delirio

Quiero decirte Negro villero, héroe sudamericano sin tiempo, que orbitarás para siempre y en la dimensión espectral de las leyendas, que no te debo ningún primer recuerdo, pero sí un inaugural estremecimiento: tu segundo gol contra Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de México 1986, sólo cuatro años después de la guerra perdida de las Malvinas.

Por Javier Agüero Águila

Publicado el 25.11.2020                                                                                                                                       

“Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio” es un verso el poeta mexicano Mario Santiago, el mejor amigo de Roberto Bolaño en sus tiempos en el D.F.

Soy un chileno escribiendo sobre Maradona. No es fácil escribir o decir algo sobre Maradona, esta suerte de fuerza de la naturaleza que arrasó con cuanto pudo a lo largo de su vida, incluso con él mismo.

Diremos primero que fue pobre.

No hablamos aquí de la pobreza aspiracional que se ha compuesto al ritmo de la partitura neoliberal y que raramente reconoce en su clase el orgullo de un origen, sino de una que quema; quema de hambre y frío, de hacinamiento en la casa de Fiorito junto a sus siete hermanos y padres; una pobreza bizarra, brutal, anémica, de tierra y ratas, que descalcificaba; pobreza desencadenada en el centro infernal de la desesperanza en la cual Maradona se reconoció siempre y de la que, sin embargo, intuía que podía salir porque desde niño supo que algo en su pierna zurda no era normal.

Después y rápidamente Claudia, ese amor de juventud que atravesó casi toda su vida y que se lo bancó de manera sobrenatural.

Muchas veces me pregunté, justamente, cuántas veces lo habrá perdonado, cuántas habrá desviado la vista o simplemente calló, como si no hubiera nada imperdonable cuando el destino, sin preguntar, te indica que vivirás al lado de algo o alguien inclasificable.

Claudia no fue simplemente su esposa, sino una suerte de roca inmutable, serena y sufriente, rodeada de lujos, pero radicalmente sola y, seguramente, preguntándose día a día cómo se hacía para dar con el tono exigido por una vida descomunal que nunca imaginó.

Ahora el genio, el que dentro de una cancha acontecía con la fuerza siempre incalculable de lo que no se veía venir; el mago tramposo, la oda a lo imprevisible y al quiebre de cintura, el de pique corto, pero también el atleta de salida explosiva que podía atravesar toda la cancha y en todos los puntos cardinales; el de ojos en la espalda y pases milimétricos, el mismo que con un metro sesenta y siete podía ganarle —curiosamente— cabezazos a arqueros de un metro noventa.

Probablemente fue la más grande expresión del fútbol porque Diego, justamente, iba mucho allá del fútbol, era lo inexplicable, lo extraterrenal dentro de una cancha de mortales; lo más grande que ha dado el fútbol porque él “era” fútbol. Alguna vez Charly García dijo que Maradona no era un hombre sino un “Estado”.

Supo de ser un “sudaca”, jugar en España y que una pierna racista le quiebre el tobillo dejándolo fuera de circulación por seis meses.

Después Nápoles, un pequeño pueblo italiano del sur olvidado, a cuyos habitantes el norte, rico y sofisticado, trataba de “africanos”, no italianos y una vergüenza para el país. Allí encalló Diego, dándoles su primer título y ganándose el amor de la gente pobre, del pueblo sufriente que no sabía nada de victorias y que reconoció en el pibe a su héroe máximo.

San Genaro, el patrono de la ciudad, nada pudo hacer frente la arremetida colosal de este genio delirante que le quitó el pedestal.

Pero estaba la Camorra, los chicos malos, las malas juntas, la falopa, las mujeres, la fiesta y el desmadre total, al final, el otro ecosistema del Diego, el de fuera de la cancha y en el que también lo daba todo, sin reservas.

Un ser humano radical, extensivo, sin bordes y sin límites a la vista.

Pero esto no acabó con la fábula y en el Mundial del 86 le devolvió a Argentina su dignidad, su identidad entre dictaduras militares y arrebatos imperialistas. Yo tenía 8 ocho años, pero quería ser argentino, lo juro, saber lo que se sentía desparramar gloria y ser el mejor del mundo.

Recuerdo haberlo dibujado en un block Artel, a mi vieja comprándome la albiceleste número 10, hablando como argentino. No me importaba ser un traidor a la patria y olvidarme de ser chileno por un rato, mientras la infancia se me iba escuchando los discursos fascistas de Pinochet y soñando con ser Maradona.

Ahora que me ha entrado el tiempo, entiendo aún más su grandeza. La entiendo porque es una grandeza atravesada de norte a sur por una profunda humanidad. Maradona era la victoria y la derrota, la cima y el suelo, el héroe y el villano, la fuerza y la debilidad; el hombre–genio salido de las entrañas de Villa Fiorito que no supo la vida que se le venía encima y que lo iba a desbordar por completo.

Me quedo también con el Diego de la conciencia de clase, el que enfrentaba a los poderosos sin medirse un milímetro; el que unió, de alguna u otra forma, a un continente y nos devolvió por largo rato la alegría popular de la patria grande.

Siempre supo dónde y de qué lado estar y, aunque maltratado al límite por la jugarreta tramposa de los vicios, su nombre también sintoniza con la justicia que grita desde las gargantas de los desamparados y olvidados del planeta.

Quiero decirte Negro villero, héroe sin tiempo que orbitarás “sin timón y en el delirio”, para siempre y en la órbita espectral de las leyendas, que no te debo primer recuerdo, pero sí el primer estremecimiento: el segundo contra Inglaterra.

Mark Twain escribía: “al paraíso lo prefiero por el clima y al infierno por la compañía”. Creo que ahora estás en compañía.

 

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Javier Agüero Águila es doctor en filosofía por la Universidad París 8 y académico y director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.

Ha escrito los libros Chili: les silences du pardon dans l’après Pinochet (París, L’Harmattan, 2019) y junto a Carlos Contreras, el libro colectivo Jacques Derrida: envíos pendientes (Viña del Mar, Cenaltes, 2017).

Ha publicado más de una veintena de artículos en revistas especializadas, capítulos de libros y ha traducido a importantes autores franceses contemporáneos, entre ellos a Jacques Derrida y a Marc Crépon.

 

Javier Agüero Águila

 

 

Un gol contra el imperialismo:

 

 

Imagen destacada: Diego Armando Maradona en 1986.

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