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La correspondencia de Mozart: Una relectura apasionada desde Buenos Aires

A partir de una carta protocolar dirigida al Arzobispo de Salzburgo en 1777, Wolfgang Amadeus Mozart inspira el siguiente texto poético de la narradora argentina Yanina Giglio. ¿De haber podido, qué hubiera escrito el célebre músico? Como una puesta en escena que dialoga más allá del tiempo que separa las instancias de escrituras, este ejercicio de empatía e imaginación, presenta toda la multiplicidad de sentidos que habita en los palimpsestos del genio de Salzburgo.

Por Yanina Giglio

Publicado el 1o.6.2018

 

Carta al Arzobispo de Salzburgo.

Salzburgo, 1o de agosto de 1777

A su Grandeza serenísima, el muy noble príncipe del Sacro Imperio Romano y muy gracioso soberano, mi señor.

¡Pueda yo no importunar a Vuestra Grandeza Serenísima al describirle con detalle nuestra triste situación! Mi padre se lo ha hecho conocer muy humildemente a Vuestra Grandeza Serenísima con todo honor y conciencia, con tal sinceridad, en una petición que le dirigió respetuosamente el 14 de marzo de este año.

Pero como de ello no se ha seguido, por parte de Vuestra Grandeza Serenísima, la decisión favorable que tanto habíamos esperado, mi padre hubo de suplicar muy humildemente a Vuestra Grandeza Serenísima, en el mes de junio, que tuviera a bien autorizarnos a hacer un viaje durante algunos meses, con el fin de que nos permitiera de nuevo sacarnos de apuros, mientras no hubiera placido a Vuestra Grandeza Serenísima ordenar que la orquesta al completo estuviese puesta para el próximo paso de Su Majestad el Emperador. Más tarde, mi padre pidió muy humildemente este permiso; pero Vuestra Grandeza Serenísima se lo ha denegado, y se ha dignado expresar la opinión de que en cuanto a mí, en todo caso (que, por otra parte, tan sólo estoy a su servicio a medias), bien podría viajar solo.

Nuestra situación es apremiante; así es que mi padre se decidió a dejarme ir solo. Pero también a esto Vuestra Grandeza Serenísima se dignó poner algunas objeciones. ¡Mi muy Gracioso Soberano, mi señor! Los padres se esfuerzan por situar a los hijos en condiciones de que puedan ganarse por sí mismos el pan; es su deber, en su propio interés y en el del Estado.

Cuanto más talento hayan recibido de Dios esos hijos, tanto más están obligados a hacer uso de él, a fin de mejorar la situación de sus padres y la suya, de ayudar a sus padres y de proveer a su propio avance y su propio futuro. El Evangelio nos enseñó que hay que hacer valer los talentos recibidos. Y así es como, en conciencia, ante Dios, estoy obligado a dar testimonio, según mis fuerzas, de mi agradecimiento a mi padre, quien consagra, sin descanso, todas sus horas a mi educación. Debo aligerar su carga y trabajar en adelante para mí y para mi hermana, pues me enojaría haberla visto consagrar tantas horas al piano si de ello no pudiera conseguir un empleo útil.

Que Vuestra Grandeza Serenísima me permita, por tanto, que le solicite muy respetuosamente mi permiso. Pues me veo obligado a aprovechar el mes de otoño en el que vamos a entrar para no ser interrumpido por los meses fríos de la mala estación, que inmediatamente le seguirán. Vuestra Grandeza Serenísima no se tomará a mal mi humilde ruego, ya que Ella se dignó decirme hace tres años, cuando le pedí permiso para hacer un viaje a Viena, que yo no tenía nada que esperar cerca de Ella y que mejor haría en buscar fortuna en otra parte.

Agradezco a Vuestra Grandeza Serenísima con el más profundo respeto todos los altos favores que de Ella he recibido y, con la halagüeña esperanza de poderla servir, en mi edad madura, con mayor éxito que en el presente, me encomiendo a su alta benevolencia y gracia.

De Vuestra Grandeza Serenísima, mi muy gracioso príncipe y señor, su muy humilde y muy obediente servidor.

WOLFGANG AMADEUS MOZART

 

Wolfgang

Trabajar desde las sombras porque somos haces más heces. Pero otra vez esa risa tuya como sobrándonos aleja se va tirando de todos los puentes el malpaso de tu risa dispara como un estornudo esta prohibición de salud. Hasta por las ojeras nos llovía tu risa falsa.

Más siempre más ¡qué claro! Apenas pueden las letras ser tocadas pero si te doy mi lengua tu nota saldrá más vívida. Fijarse los ríos que rajan. Que no me des permiso igual te hace testigo del favor, lo cual me garantiza un poco de mí vino tintillo. Porque uvas de mi sangre es lo que desean tus colmillos soberanos. Sin embargo, al masticar mi trago la corteza flamea en vos un humor de laringe espesa. Me vas así me voy yendo, como se despide el volcán, escupo fuego en tu cruz en la sotana tuya, lagarto rosa: cada ocaso que me has denegado serán los aludes que treparán por todas las orejas.

Este frío me rebana preguntas flacas. La Verdad es la región más pálida más llana que te tiró el colgajo papal, encanto, el giro loco momia de las deudas me guillotina, pero querido el metal lo tengo entre las piernas vencidas o basuras caras (estas muletas). Otra furia este viento sin minutos. Ese camino y el polvo que respiro son mis pasos de ayer los que huelo despareciendo. Un chiquillo gélido era, desnutridas las venas marcando el paso apretadísimo justo equilibrio aquel pálpito robando pelucas las mañanas de enero.

Sopa de gallina truculenta, plumas en la cabellera olorosa. No más camisas rotas. Prometí no retroceder entonces volqué en mi lagrimal un chorro de tinta china contra la culebrilla.  No solté el dolor hasta no tragarme, testimoniar su prisión. Después emergí velozmente. Atonal. Hoy ruedo tras el ruego: pasar el hambre de estos huesos sicarios calculando el esperma permitido.

Sin reventar del caparazón, quería oír y absorber el calor que respira la boca del Nombre. El compás. El imperio de lo etéreo no me encierra. Por eso, hoy toco baterías prestadas. Superficie pulsada registrada. Pero hay música para qué otro caos.

 

 

Imagen destacada: Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozarta​ (Salzburgo, 27 de enero de 1756-Viena, 5 de diciembre de 1791).

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