Icono del sitio Cine y Literatura

«La desmemoria»: Apuntes sobre la novela «Concepciones», la última creación de Nicolás Poblete

Durante esta semana se lanzó en un pub de Providencia, a tablero vuelto y atestado de entusiasta público, la más reciente ficción del escritor y periodista chileno, Nicolás Poblete Pardo, quien concurre con cierta asiduidad en estas páginas, a fin de entregar sus apreciaciones críticas acerca de las últimas novedades del circuito editorial independiente. A continuación, ofrecemos el texto que redactó la artista visual Voluspa Jarpa, a modo de presentación del novísimo texto de nuestro estimado colaborador.

Por Voluspa Jarpa

Publicado el 16.11.2017

La memoria/desmemoria del Chile del fin de la dictadura y transición- Esta es una lectura del Telón de fondo de donde se desenvuelven los personajes.

Queremos lo mejor para nuestros hijos. Ningún sacrificio es en vano si se trata de su educación. El inglés es el idioma del futuro, del progreso».

Subjetividad confundida y narcotizada por las reformas crediticias de la época, la lengua inglesa que las coloniza y las confunde en su identidad, fundiéndose  la una en la otra- Eduarda y Conce- reflejadas como una puesta en abismo, la una en la otra.

¿Quiero realmente hablar de esto? ¿Para qué contar esta historia que no es única, sino excepcional?

Triste ver el escenario indestructible, la ornamentación de utilería sobreviviendo todo, sobreviviéndolas a todas. Voces extinguidas allí, sin posibilidad de narración. Y aquí estoy, yo, que no tengo nada especial, solo lo tangible de mi voz, la ventaja de estar aquí y ahora. Mi voz capaz de evocar, de relatar. Sé que nadie puede contar la historia de otro, eso lo aprendí después de mucho tiempo.

La escritura y la memoria y la sobrevivencia, fundidas en la voz que narra como si fuera la sobrevivencia de los náufragos donde los restos de fotos, restos de historias y restos de cuerpos se entremezclan en fragmentos de escrituras que conviven con borraduras que a su vez son también los cuerpos borrados.

Uno tiene el derecho de expresar con palabras escritas solo lo que le aconteció a uno mismo, aunque otras personas estén involucradas. A pesar de que conozco miles de detalles de las vidas de Eduarda, de Katia, de Tulio, de la Vicerrectora, de Romina; aunque sé que batallaron, bailaron, abusaron, sufrieron, jamás podría apoderarme de sus historias. ¿Cuán honesto es lo que estoy diciendo? Nunca nadie sabrá qué sucedió, pues ellos ya no están para contarlo. Mi suerte es haber sobrevivido.

Tengo algunas fotos, conservo varias cartas. Después de tantos años, no se borra la imagen. Mi mirada recorre su cuerpo en el suelo y veo las piernas mutiladas… Dios mío, no soy capaz de describirlo; es como si la sangre se infiltrara en mis ojos, cegándome, dejándome una película viscosa que me impide ver y narrar.

La negación del duelo, la ausencia de rituales que puedan dar curso social a parámetros y acuerdos que se correspondan al paso por el terror y miedo que ha devenido en una histérica y confusa alegría de estos personajes fantasmas.

«De todas las emociones, la melancolía es la que menos entiendo». Leo varias veces esa frase en su diario… Pero en ninguna parte de su diario Eduarda escribe «pasa estas páginas y verás lo que sucede». Si así fuera, yo borraría esa frase. «Sigue leyendo y sabrás lo que me ocurrirá». También tacharía una confesión de ese estilo.

Los ecos de la promesas de una democracia inconclusa, confusa, traumatizada, incapaz de construir símbolos sociales como correlato a sus juventudes que ya absorben los aires de la alegría democrática.

Y luego, el lema: «Sin odio, sin violencia: No». Aquellas instrucciones para votar correctamente. Tardé tiempo en entender que para mí sería todo lo contrario: «Con odio, con violencia: Sí». Minutos después, entrando en la habitación de un hotel parejero: con resentimiento, bestialidad: «Sí, podemos hacerlo de esa forma, pero sale más caro».

Destellos de los escándalos sexuales que de alguna manera anuncian el comienzo del fin de los pactos, donde el dinero, el abuso y la prostitución, aparecen como los síntomas más claros de una sociedad que se sospecha corrompida, pero niega esa mirada bajo el optimismo del libre mercado que la reforma y reconstruye desde sus preceptos.

«¿Quién?», mientras el resto pensará un poco y preguntará si no sería acaso «el político de derecha que se vio envuelto en un escándalo turbio…¿Unas platas? ¿Impuestos?». Para mí no era turbio. Quizá si me hubiera mantenido a su lado, las cosas habrían tomado un camino distinto.

En el siguiente párrafo se hace aún más explícito los modos en que estas subjetividades van siendo moldeadas por los slogans publicitarios y las liquidaciones que ofrece el retail.

El vertedero vive así, en esta primavera extraña. Acá hay una proliferación permanente; un renacer de colores putrefactos momento a momento. Residuos, formas y tonalidades se acumulan a mi lado como regalos en torno a un árbol navideño.

«Basura sin contenido», como había dicho la chica argentina. Pero era basura con una capacidad peculiar de evocación. Si no, ¿por qué entonces esas palabras y frases reiteradas adquirían más significado?

Los recuerdos reprimidos de una historia que algunos apenas alcanzaron a asimilar entre modas, alegrías, marketing, tarjetas de crédito, la juventud del retorno a la democracia obnubilada por la alegría y la sensación de libertad social que no logra ecualizarlas con el pasado traumático de la dictadura y sus opresiones. Un relato que actúa como metáfora generacional, la generación de la transición encarnada en estas jóvenes devenidas en prostitutas y mujeres abusadas.

«Le tomamos el peso», para usar una expresión de Eduarda, al bullicio o a la angustia generalizada de esa época cuando vimos a Sting en nuestros escenarios, cantando Ellas danzan solas. Y, es verdad, entre mis oficios, tuve que decorar unas oficinas que habían sido de unos exiliados, y ¡qué tenebroso! Eso pensé en el momento. Mejor no pensar mucho. Amnesty International tenía un nombre menos amenazante, y ver a Sting en la televisión no era nada de macabro. A lo más la posibilidad de emocionarse con una canción melancólica, por el dolor de esas mujeres. Canciones que solo gente de más de cuarenta recuerda. Cuán gratuitamente coreábamos, esforzándonos por conseguir el tono y el acento precisos.

Este telón de fondo de contexto y espacio/ tiempo que condensa dos tiempos simultáneos: pasado y futuro, donde el presente se pierden las señales de los discursos éticos, confusión que revela parámetros de las subjetividades masculinas y femeninas  que se siguen torturando en prácticas sociales y privadas  que no logran encontrar un sentido más allá del poder y el desencuentro, como síntoma de la historia reprimida.

Para ella no era un abuso. Cómo llamar así a la forma en que ese amigo le acariciaba el pelo, le preparaba huevos revueltos y luego… Cómo llamar abuso a los caramelos que «el tío» le regalaba, y luego a los otros caramelos más fuertes que Eduarda consumía porque le permitían escapar de todo. Escapar más y más. Y, «Eduarda, ¿por qué consumes drogas?

Por supuesto que ni siquiera es una versión de su historia.

Aunque los hombres la degradaran, ella tenía que acostarse con ellos. Quería. Era un poder equivalente al pecado, ahora lo entiendo. Su primer hombre fue un tío, el hermano de su padre. Ella tenía doce años y él veintisiete. En su corazón, él murmuraba «apúrate, crece. Crece rápido, Eduarda».

Y la caída de estas conciencias erráticas, carentes de coherencia  y escindidas expresadas en la voz de Eduarda:

«A veces pienso—siento que el cuerpo—el cuerpo solo—tiene un alma» (Diario, sin fecha, 1990).

Quien niega y reniega del pasado que la constituye a ella gracias al contexto que hace lo mismo en el cuerpo social

No quiero, no puedo ir al funeral. Lo que deseo es ir al mall. Especialmente a la sección perfumería, cosméticos, donde hay jóvenes pobres disfrazados de ricos.

Quiero reírme con esa gente y adivinar sus cuerpos detrás de esos uniformes tramposos y arribistas que, probablemente, dejan en algún casillero antes de regresar a sus hogares en los bordes de la ciudad, después de un viaje de horas en microbuses ruidosos y lentos.

Y yo, tenaz a los agravios y a los tormentos, intento decir «sí, todavía puedo. No se rindan, prueben mi paciencia. Puedo arreglarme en cosa de minutos. Miren cómo me lavo el pelo, lo transformo en un peinado convincente. Puedo subir un par de kilos en pocos días, soy capaz de bajarlos si quieren, claro que puedo. Ordenen, exijan lo que estimen conveniente y verán cuán aplicada soy. ¿No les gusta que use pantalones? ¡No los uso! ¿No quieren besarme mientras fornicamos? ¡No importa!».

Los fantasmas de la historia recorren a los personajes que declaran que su único interés hasta antes de convertirse en putas, fue estudiar historia. Esa era la única pasión que las escolares devenidas a prostitutas declaran reconocer como interés. Aunque también nos enteramos que no pudieron hacerlo. No hubo una historia que estudiar pero sí muchos slogans, canciones y malls que visitar.

Y resultó que a la semana siguiente llegó una «catedrática», así la llamaron, y ella volvió a repasar la historia de Inés de Suárez, revelando muchos otros datos. Fue impresionante ver cómo un mismo hecho podía ser repasado desde un ángulo nuevo. Esa época: ceguera absoluta, y ninguna tecnología, ningún buscador electrónico. La profesora enfatizó: Inés había sido una mujer excepcional. Terminó sus días de manera devota, muy religiosa.

Como una historiadora, buscando un recuento leal… Nuestros caminos se han cruzado. Es uno de esos momentos confusos en los que no sé dónde estoy y por eso el pasado cae sobre mí bajo la forma de ancestros. Pero ¿por qué habría de ser sorprendente o sorpresivo, si ese pasado siempre ha estado allí? Nuestros orígenes… ¿Un secreto? Debo olfatear.

Historia social, la historia de cómo la población que no pertenecía a las élites, remendaba subjetivamente aquella historia que no podemos asimilar… cómo se asimila algo ante tanto signo contrapuesto, ante tanta borradura y violencia.

«No te espantes, pareces preocupado», dije, aunque no era verdad. Su rostro, casi sereno, era el mismo del político ecuánime frente a las cámaras explicando con sangre fría que esas platas destinadas a personeros de diversos partidos de derecha tendrían que investigarse, sí, y que él no temía nada. No, ninguna evasión de impuestos. Sutilmente inclinó su cabeza; no para asentir, más bien una parodia de lo que se hace frente a una majestad.

Escarbo y recuerdo cuando sepultaba los billetes en ese macetero. Otro país. Un subsuelo.

 

El narrador al medio, entre la fotógrafa Julia Toro (a la izquierda), y la escritora y actriz Nona Fernández (a la derecha)

 

La editora adjunta del Diario «Cine y Literatura», Eugenia Prado Bassi, compartiendo un distendido momento junto a la artista Julia Toro (a la izquierda), durante la presentación de «Concepciones»

 

La novela «Concepciones» (2017) lanzada por la editorial Furtiva

 

Crédito de las fotografías: Nicolás Poblete Pardo

Salir de la versión móvil