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«La mula», de Clint Eastwood: En la senda del perdedor

Estamos en una fase intimista, más distante de las cintas corales que también han marcado la filmografía del clásico autor norteamericano: un cine que se permite lujos a contracorriente, y que muestra a su manera el racismo y también la coexistencia en un Estados Unidos variopinto que retrata tragicómicamente, anglosajona y rural, y de la cual Eastwood es el pintor por excelencia.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 4.2.2019

La aparente simplicidad de la vida de un viejo nonagenario, Earl Stone (Clint Eastwood), y sus ritos, se ve interrumpida por su nula capacidad para entender las formas de la economía moderna y de su subsistencia como empresario de flores. Desde su quiebra, se acompaña el repaso de su vida como mal marido y mal padre, en contraste con su condición de estrella de festivales de lirios, donde gasta su tiempo y ve transcurrir la vida.

¿Vale la pena invertir tanto tiempo en una flor que florece una vez solamente? Nuestro protagonista piensa que sí, y relaciona el tiempo que le queda con ese norte que se trunca, a la vez que su ex esposa y su hija son cuentas pendientes en su existencia de veterano de Vietnam, que frecuenta un club donde se baila polca.

Es en Illinois, el Estados Unidos profundo y perdedor, donde este anglosajón transcurre su vida mientras la subsistencia se vuelve compleja. Este viejo, perdedor, encuentra una veta insospechada trabajando de mula, transportista de droga, para un cartel de Sinaloa, que ha llegado a ese pueblo, y tiene sucursales en Chicago. La historia, real, de Leo Sharp, respetado horticultor, publicitada por The New York Times en 2014, parece la antítesis del sueño americano, pues como le dice un mexicano al burrero, está ahí porque no ha pensado en el futuro.

La figura de un viejo, que es un tema recurrente en su filmografía, que a veces parece ser un ajuste de cuentas para su generación, tal como en Gran Torino (2008). Aquí, se presenta como un anciano bastante en control de su cuerpo, que se arriesga por cosas que antes no se habría movido: el matrimonio de su hija, una contribución al club de veteranos, deshacer el embargo sobre su casa, y otros aspectos que son lujos muy concretos en su vida: una pulsera de oro, una camioneta nueva, y placeres declinantes con mujeres.

Este sobreviviente muestra al Estados Unidos que no se integró a internet (son varias las menciones a este tema), cuyo escenario predilecto es el pueblo del interior. En este escenario modesto, es donde se desarrolla esta nueva oportunidad, mediante el transporte de cocaína, para torcer el destino escrito de algunas fatalidades que han llegado con el tiempo y sus actos precedentes. Unas son familiares: el tiempo que se agota, por ello lo que gana lo destina a reparar las heridas del pasado. Ahí están los cumpleaños a los que no fue, el matrimonio al que no acudió, la inasistencia permanente a todas las fechas. Las otras son económicas, que dieron al traste con su negocio, que tiene embargada su casa, y que plantea una interrogante acerca de su futuro.

Su aventura, tan peligrosa, es soslayada con geniales improvisaciones que apelan a su imagen de abuelo, y que le permiten sortear a sus empleadores mexicanos, los que se valen de medios muy brutales, pero que ante su mejor transportista, el único anglosajón y de edad, ha sido invisible buena parte del tiempo para la policía y a un equipo de la DEA que no sabe quién es exactamente.

En el ocaso de su vida, descubre que su nieta es su principal sostén, que su ex mujer nunca lo ha dejado de querer, y que su hija virará hacia la reconciliación. Pero, esto es la mitad del vaso, la otra es que esos pequeños éxitos se basan en una pena por tráfico de drogas y una prisión que quizás resuelve el problema de su vida a futuro.

Quizás en el último cine de Eastwood el tema de la vejez aparece como una revancha, no siempre exitosa, algunas veces épica y final en Gran Torino, y en esta desbaratada a grandes trazos, y triunfal en las pinceladas pequeñas. Aquí el sacrificio tiene que ver con recuperar el afecto de los suyos, cultivar lirios y quizás fallecer en la cárcel sin otras preocupaciones, quizás con las visitas de los suyos. Parece un costo alto, pero su visión del trabajo -que sabe es ilegal- resulta instrumental a lo fundamental: el tiempo que se agota. Curiosamente, el héroe, el oficial de la DEA Colin Bates (Bradley Cooper) es solo parte del coro de esta narración.

Aunque se podría creer que es una película de sí mismo, cada una de sus obras de Clint Eastwood contiene un dilema moral diferente, donde la vida se acaba, no es un final feliz, sino sorpresivo y medianamente amargo. Es lo que queda después del camino y del modo de sortearlo. La música, los gustos, todo, refiere a este “Tata” para los mexicanos, que hace que las reglas de buenos y malos sean distintas ante la excepcionalidad del protagonista. Negros, latinos, lesbianas y narcotraficantes son vistos en diversos estereotipos, tal como el hispano asediado por su fisonomía por los agentes de la DEA, o la caracterización de Andy García como un jefe del narcotráfico. En verdad, entre la inconsciencia de la edad y la comprensión que nada peor le puede ocurrir, es que también exhibe control, sangre fría y cierta valentía para hacer algo moralmente malo, económicamente bueno, y familiarmente reparador.

Estamos en una fase intimista, más distante de las cintas corales que también han marcado su filmografía. Un cine que se permite lujos a contracorriente, y que muestra a su manera el racismo y también la coexistencia en un Estados Unidos variopinto que retrata tragicómicamente. Y de esa América del Norte anglosajona y rural, Eastwood es el pintor por excelencia.

 

La mula (The Mule). Dirección: Clint Eatswood. Guion: Nick Schenk. Fotografía: Yves Bélanger. Música: Arturo Sandoval. Elenco: Clint Eatswood, Alison Eastwood, Taissa Farmiga, Bradley Cooper, Michael Peña y Dianne Wiest. Estados Unidos, Malpaso, 2018.

 

Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.

 

Clint Eastwood en «La mula» (2018)

 

 

 

 

 

 

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