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La poesía de Emily Dickinson: Un momento que está por venir

La mayoría de sus creaciones son breves y no tienen títulos, pero cada una de ellas pareciera recordarnos que la vida está hecha de instantes ordinarios que la vuelven fascinante, y que las cosas son como son, sin simbolismos ni dobleces, por ello ironiza con la idea de la existencia, de la muerte y de la soledad, para de este modo restarles dramatismo.

Por Sergio Inestrosa

Publicado el 15.11.2018

Sobre Emily Dickin­son (1830-1886) se cuentan muchas cosas, entre otras que aprovechaba los espacios en blanco de los sobres de cartas que recibía para escribir sus poemas. El mismo Borges escribió que ella había preferido soñar el amor o acaso imaginarlo y temerlo.

Los críticos literarios suelen decir que pese a no haber publicado más que unos cuantos poemas, Dickinson sabía que la inteligencia de su palabra la iba a colocar en un lugar especial dentro de la literatura estadounidense, como de hecho ha ocurrido.

Dickinson vivió una vida de encierro (aunque mantuvo una activa correspondencia con variadas personas) en la casa familiar de Amherst, al oeste de la ciudad de Boston, y en este espacio se dedicó al estudió de la historia natural, la química, los textos bíblicos y a la lectura de Shakespeare, Dickens, George Eliot y Elizabeth Barrett Browning, entre otros; también como es suponer escribió muchos poemas, aun cuando había renunciando al reconocimiento externo.

Se ha dicho que la voz poética de Dickinson tiene la musicalidad de la palabra bien empleada. Al leer sus poemas tenemos la sensación de que no sobra nada, que la autora ha utilizado las palabras justas.

La mayoría de sus poemas son cortos y no tienen títulos, pero cada uno de ellos pareciera recordarnos que la vida está hecha de momentos ordinarios que la vuelven extraordinaria, y que las cosas son como son, sin simbolismos ni dobleces; por ello ironiza con la idea de la existencia, la muerte y la soledad, para de este modo restarles dramatismo.

He aquí algunos ejemplos de sus poemas; el primero se centra en el espacio de la casa familiar y el cual alguien tituló como «La casa encantada»:

 

El más hermoso Hogar que jamás conocí Se fundó en una Hora

También por Grupos que yo conocía

Una Flor y una araña-

Una casa de encajes y de Seda-

 

El siguiente poema se relaciona con una de las historias bíblicas que la subyugaban:

 

Tomé en la Mano mi Poder-

Y me fui contra el Mundo-

No era tanto como David- tenía- Pero yo- era dos veces más osada-

Apunté mi Guijarro- mas yo Misma Fue todo lo que calló-

¿Era Goliat – muy grande-

O era yo- muy pequeña?

 

En algunas ocasiones Dickinson funde el cuerpo físico y el poético creando una imagen nueva:

 

¡Salvajes Noches – Noches Salvajes! Estuviera yo contigo

Noches Salvajes serían

¡Nuestro gozo!

Vanos – los Vientos- Al Corazón en puerto- A la Brújula hecho- ¡Por la Carta medido!

En el Edén remando-

¡Ah, el Mar!

Pudiera yo amarrar- Esta Noche– ¡En Ti!

 

Otro tema al que dedicó muchas de sus poesías fue al tema de la naturaleza, como se ve en este ejemplo:

 

¡Abeja! ¡Te estoy esperando! Ayer yo lo decía

A Alguien que tú conoces Que estabas al llegar-

Las Ranas volvieron la Semana pasada- Ya están instaladas y están trabajando- Casi todos los Pájaros de vuelta-

El Trébol, cálido y espeso-

Te llegará mi Carta

Alrededor de diecisiete; Contesta O mejor, ven conmigo-

Tuya, la Mosca.

 

Este otro poema es una muestra de su capacidad de observación de las cosas simples de la vida cotidiana:

 

No vino Todo a un tiempo-

Era un Asesino por etapas-

Una Puñalada- luego una oportunidad para la Vida La Dicha de cauterizar-

El Gato da tregua al Ratón

Lo suelta de sus dientes

Justo lo suficiente para que juegue la Esperanza-

Y luego lo machaca hasta la muerte-

Morir-es el premio de la Vida-

Mejor si es de una vez-

Que no morir a medias-luego recuperarse

Para un Eclipse más consciente-

 

También Dickinson escribe algunos poemas sobre la muerte, ese «otro lugar”, que representa un momento que está por venir, y al que ella ve como una espera, y tal vez mejor sería decir como un “retraso normal ”:

 

«No es que Morir nos duela tanto —

Es el Vivir — lo que nos duele más —

Pero el Morir — es camino distinto —

Un algo tras la puerta —

La Costumbre Sureña – de los Pájaros –

Que antes de que lleguen las Heladas –

Aceptan más benignas Latitudes –

Nosotros — somos los Pájaros — que se quedan.

Los Ateridos ante las puertas del Granjero –

Por cuya cicatera Miga —

Negociamos — hasta que las piadosas Nieves

Convencen a nuestras Plumas de que vuelvan a Casa”.

 

En este otro poema Dickinson no ve a la muerte como un final sino como un momento de transición:

 

«La condición de la Vida es el Avance

La Tumba sólo una parada de descanso

Que se supone que es el término

Y la hace ser odiada —

El Túnel no está iluminado

La existencia con muro

Consideramos que es mejor

Que no existir en absoluto».

 

Algunas veces Dickinson me recuerda a Sor Juana Inés de la Cruz como en el siguiente poema en que parece mostrar una relación dialéctica entre varios temas:

 

«Es la mucha Locura la mejor sensatez —

Para el Ojo que discierne —

La mucha Sensatez — la absoluta locura —

La Mayoría

En esto como en todo, prevalece —

Asiente – y serás cuerdo –

Objeta – y serás de inmediato peligroso –

Y atado a una cadena”.

 

Quiero terminar este texto con un poema que parece ser una elegía:

 

«Lo he dejado – He dejado de ser de ellos –

El nombre que vertieron sobre mi rostro

Con el agua, en la iglesia del pueblo

No se usa más, ahora,

Y pueden ponerlo junto a mis muñecas,

Mi niñez, y el hilo de carrete,

Los he terminado de enhebrar — también —“.

 

Ojalá que este texto sirva para motivar al lector o lectora a que explore la poesía de esta singular y extraordinaria mujer.

 

Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Imagen destacada: Emily Dickinson a los 16 años, en el seminario de Mount Holyoke, entre diciembre de 1846 y principios de 1847.

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