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Las estaciones de la vida («Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera», de Kin Ki-duk): Buscando transmutar la violencia en la naturaleza humana

Esta bella película del año 2003 está dirigida por el realizador surcoreano sobre un guión propio, quien también interpreta a uno de los personajes. Dividida en cinco actos, nos muestra una historia basada en el budismo sobre su personal visión de la naturaleza humana, haciendo hincapié en la agresión, un tema recurrente en su filmografía. Está ambientada en un paisaje idílico, un lago entre montañas, que vemos mutar al paso de los meses. Todo se nos ofrece sin apenas diálogos con una refinada sutileza y gran sensibilidad en la fotografía, la escenografía y la música (destacar el tema que acompaña a la escalada final). Buenas interpretaciones, además de la del propio director, de Oh Yeong-su como el sacerdote anciano, Kim Young-min encarnando al monje joven y Seo Jae-kyeong que es el niño. El filme está lleno de símbolos universales que están presentes también en la tradición budista.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 4.9.2018

 

Preliminar

Este artículo se ha realizado desde mi sentir y entender, quizás algunas personas lo podrán considerar como una falta de entendimiento-respeto a sus creencias; ojalá no fuera así…

 

El umbral

Las puertas tienen mucho protagonismo en la película. Emociona la puerta que da acceso al lago y por tanto al monasterio flotante; es un umbral sin cerradura que entiendo como símbolo de espacio abierto a quien se atreva-quiera cruzarlo y también una invitación a respetar lo que se encuentra al otro lado. Y sorprenden las puertas sin pared en los dormitorios, son las únicas en el interior de la sencilla edificación donde no hay paredes, lo siento como el respeto a la intimidad personal.

 

Vida aislada

La trama transcurre en el pequeño monasterio flotante y su entorno, un mundo aislado de la sociedad. Durante siglos algunas personas han buscado refugio en los monasterios o en lugares de recogimiento para poder estar consigo mismas, y en muchos casos para llegar a Dios-Diosa-Dioses. Ese aislamiento de la vida de la gente “común” les ha facilitado poder alcanzar la calma y el silencio necesarios para conectar de verdad. Hoy en día muchas personas optan por retiros temporales como forma de ayudar a encontrase. A mi entender, estar toda o gran parte de la vida aislado o en una comunidad cerrada es una actitud que priva-limita a la persona que así lo hace del necesario contacto con los otros. Le priva de la riqueza que supone un intercambio abierto con cada persona, cada cultura, cada lengua, cada conflicto, cada celebración… Incluso la entiendo como actitud de un cierto egoismo; la vida se desarrolla ahí fuera y es ahí fuera donde todos somos igualmente necesarios: el maestro, la pintora, el músico, la poeta, el bufón, la artesana…

 

Montaña y dureza

El paisaje que se nos presenta en el film es la alta montaña. Paisaje bellísimo y sereno, pero con condiciones duras por su clima extremo y por sus pendientes elevadas. Un entorno que acompaña al recogimiento, al contacto con la naturaleza salvaje, a la vida monacal y que tiende a proyectar-ensalzar la penitencia como vía de limpiar las “culpas” o “pecados” propios o de la sociedad. La trama de la película no encajaría bien con un paisaje llano o con colinas, cerca también de un lago o un río pero de baja altura o de la mar y con un clima benigno-templado.

Tradicionalmente se ha buscado más a Dios en las alturas, tocando al cielo. Miramos hacia allí cuando invocamos, muchos templos están ubicados arriba las montañas o en lo alto de las poblaciones; lo entiendo como reflejo de hasta que punto nuestra sociedad ha puesto y pone por delante a lo masculino. Así relegamos a la feminidad, a la Tierra; como si se pretendiera que Dios-Diosa sólo esté allí en el cielo (o hubiera categoría de lugares para estar y el cielo fuera la mejor) y no en todas partes por igual (tal y como siempre siente la feminidad).

Jae-kyeong Seo y Yeo-jin Ha en «Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera» (2003)

 

La culpa y el castigo

A mi entender, educar es un arte. Cada niña, cada niño, cada chica, cada chico, cada etapa vital son diferentes en matices. La maestra o maestro tendrá sus maneras de enseñar propias, ahí está la riqueza individual, pero la esencia de la educación (y más si hablamos de educar la personalidad como ocurre en la película) es el amor. El amor que siempre empieza por uno mismo. Así, siento que para educar de verdad hay que conocerse y comprenderse primero a uno. Sólo con la comprensión de una o uno podemos acercarnos a comprender a los demás sean niños, jóvenes, adultos o mayores.

El monje anciano es el buen maestro cuando enseña al niño a ponerse en la piel del otro, a respetar a toda forma de vida. Sabemos que para el budismo (como para otras tradiciones y para muchas gentes no adscritas a ninguna) el respeto a toda forma de vida es uno de los fundamentos de la personalidad. Vemos al niño con mayor o menor inocencia-conciencia jugando a atarles piedrecitas a pequeños animales atento a cómo les limita su movilidad sin atisbo de compasión; mientras el maestro le observa escondido permitiendo que todo ocurra.

El maesto decide que a la mañana siguiente el alumno despierte también con una piedra atada y le invita a liberar de la carga a los animalitos. Esta lección posibilita al niño vivenciar lo que están sintiendo los animales que él ha limitado. Es una buena manera de ponerse en la piel del otro que le puede servir ya de por vida. Buena manera si se acompaña la vivencia con amor, con la explicación-dialogo necesarios donde se perdona y se libera de culpa (todos podemos errar y más un niño en formación).

Pero el director nos muestra un maestro que hace todo lo contrario, le dice al niño que si alguno de los animales ha muerto llevará la piedra en su corazón para siempre. Y el niño encuentra a dos muertos y llora desconsoladamente ante la presencia inmutable del maestro. Así, interioriza la experiencia como que todo lo ocurrido ha sido su exclusiva responsabilidad, no tiene perdón y por lo tanto “merece” castigo; el hondo pozo del “mea” culpa donde se encuentran desafortunadamente tantas personas.

Entiendo que el maestro es el adulto consciente que decidió posponer en el tiempo la toma de conciencia del niño (si la lección se hubiera realizado en el mismo momento los animalillos no hubieran muerto), así él tiene la plena responsabilidad de lo que ocurre. En su enseñanza falta paradójicamente el amor al otro (los animalillos muertos son usados como cobayas) y el amor a uno mismo (el niño alumno y el propio niño interior del maestro arrastran la culpa).

 

El rencor y la violencia

La violencia, en mi sentir, puede entenderse como una actitud indiseable sin más, o como una reacción indiseable ante algo indiseable. En nuestra sociedad ocurren demasiadas cosas injustas que nos afectan; y ante ellas la violencia suele ser la primera forma de reacción, la violencia (a menudo acumulada) que sale de las entrañas sin control, la violencia a veces ante un pequeño suceso o incluso sin sentido aparente. Hay que profundizar en lo que le ha ocurrido a la persona que actua así para acercarse a entender y poder empezar a ayudar a sanar; de esta manera la violencia puede comprenderse, pero nunca puede asumirse como forma válida. El “ojo por ojo, diente por diente” crea espirales sin fin de “buenos” contra “malos”. Y no hay buenos ni malos, hay personas con vivencias y con formas diferentes de ser-vivenciar; hay una extraordinaria riqueza de humanidad que quiere ser comprendida y aceptada.

En la película vemos como el discípulo adolescente siente la pulsión sexual cuando llega una joven al monasterio para hacer un retiro curativo. Finalmente hacen el amor y el maestro los descubre. Ella ya no es infeliz, el amor por el chico la ha curado; así lo entiende el maestro invitándola a irse. El joven está desesperado porque no saber vivir sin ella,  y el maestro le instruye diciéndole “el deseo despierta el ansia de poseer y esto despierta el instinto asesino”. Así, él lo abandona para ir al encuentro de su amada. Pero regresa al cabo de un tiempo totalmente cambiado lleno de agresividad e ira, ha matado a un hombre porque ella le fue infiel; el joven vive el amor como posesión y no como libertad. El maestro le pregunta si el mundo exterior le ha satisfecho, y le instruye diciéndole “a veces debemos renunciar a lo que amamos, lo que tú deseas pueden desearlo los demás”.

A mi entender, las enseñanzas del maestro parecen encaminar al discípulo a la renuncia. Entiendo que no es renunciar a amar (la mujer o lo que sea) sino aprender a amar sin poseer (quien ama una flor no la corta); entiendo el amor como libertad a todas, a todos, a todo.

El joven está tan desesperado que quiere suicidarse tapándose nariz, boca, ojos y orejas (los sentidos “pecaminosos”). El maestro se da cuenta y reacciona con violencia, le da repetidos fuertes golpes a la espalda al grito de estúpido e idiota. Más adelante vemos como la policía viene a buscar al alumno y su mentor lo despide apenado; al sentirse fracasado como maestro se suicida quemándose vivo en la barca con la cara tapada tal y como su discípulo hizo anteriormente.

El alumno ya adulto vuelve al monasterio tras cumplir condena. Es el propio Kin Ki-duk quien lo encarna. El hombre hace ejercicios de artes marciales con gran precisión, equilibrio y belleza. Llega una mujer con el rostro tapado con su bebé y durante la noche lo deja, al salir cae en un hueco del lago helado muriendo. Él recupera el cadáver de la mujer que entendemos era su amada. Lo vemos cogiendo una imagen de diosa femenina que el anciano tenía guardada (no se había visto antes en la película) y una piedra con forma de rueda atada a su cintura camino de la cima con grandes dificultades para dejar la escultura en lo alto.

 

La senda del dolor

Se sabe que en el dolor se puede aprender mucho de la naturaleza de uno mismo y de la humanidad en general. La experiencia dolorosa a menudo nos abre la puerta a aspectos profundos que probablemente nos eran desconocidos. A mi entender, puede ser hasta agradecida como oportunidad de autoconocimiento. Pero es necesario superar el dolor con el paso del tiempo gracias a la ayuda externa y/o con los propios medios. El amor a una o uno mismo y la confianza son indispensables. Tras la experiencia dolorosa ojalá llegue una mayor comprensión que permita una mejor vivencia.

Esto no es una defensa del dolor, es una aceptación cuando surge pero desde la voluntad de transmutarlo mediante la capacidad humana de comprender. Pero en los casos donde no hay amor (como ocurre en el film con el niño monje al que se deja llorar desconsoladamente sin abrazo, sin liberación, sin una nueva oportunidad…) el dolor se enquista en el corazón y nos impide vivir plenamente. Sólo el amor cuando aparezca podrá bucear en ese corazón herido para sanarlo.

En la película, el dolor del niño “culpable” al que se ha dejado llorar sin consuelo entiendo que se transmuta cuando es adulto gracias al amor que siente por la mujer de su vida. El monje a través de ella ama a la feminidad, vivencia el dolor de la muerte de la amada y emprende la escalada final casi como la de cristo, con la voluntad de transmutar la carga definitivamente. Vemos como recupera la feminidad al escoger la imagen femenina que su maestro tenía escondida (no se había visto ninguna antes). Y nos damos cuenta de su voluntad transmutadora al elegir una rueda como carga.

En la última escena, el director nos muestra al nuevo maestro con el niño que es el mismo niño que él fue (el mismo actor niño); una clara alusión a un nuevo comienzo, a una nueva primavera tal y como plantea el guión. Una nueva primavera de amor donde el niño vive feliz sin cargas por la culpa-castigo, un niño que tiene un maestro que ha integrado la feminidad en sí mismo por la senda del dolor con la voluntad de que esta senda ya no vuelva a ser utilizada por ningún otro niño o niña, por nadie más.

 

Yeong-su Oh en «Primavera, verano, otoño, invierno… y primavera» (2003)

 

La serpiente

Este animal está muy presente en la película. El maestro anciano previene al niño del peligro de su picadura mientras vemos como este no la teme y la aparta de sí. La serpiente que es uno de los dos animales que resultan muertos por estar atados a una piedra. La serpiente que sale de la barca crematoria al morir el maestro y se instala sobre sus prendas depositadas en el suelo del monasterio, la serpiente que cuando regresa el discípulo se queda a acompañarle.

Se sabe que la serpiente tiene muchas simbologías, es una de las imágenes animales que está presente en todas las culturas. La serpiente muta y se regenera de su partes, su piel es una retícula similar a la de una matriz. Ostenta el movimiento sinuoso helicoidal tan emparentado con la genétca y la creación-recreación. Y se yergue sobre sí misma cuando detecta el peligro. Tiene un aire sofisticado y encantador que junto a su movimiento sinuoso la asocian a la feminidad “fatal” (la máscara peligrosa que oculta el tesoro) Así, simboliza la ambivalencia del peligro por su veneno pero a la vez la cura si este se toma en pequeñas dosis. Y a la tentación en el “pecado original” para la tradición cristiana. La serpiente es la imagen de la tierra como centro para la tradición china, es la representación de los grandes principios para la tradición budista…

Entiendo que el discípulo adolescente se deja “picar” por la “serpiente” mujer amada y así puede experimentar facetas que le conducen a su catársis. El viejo maestro de alguna manera se convierte en la serpiente ya amiga del nuevo maestro, la serpiente comprendida por la experiencia violenta y dolorosa. La serpiente que renace en el agua y se instala en la tierra renovada del nuevo maestro.

 

La rueda

Aparece tal y como se ha comentado ya, en la escalada final. La piedra-rueda que substituye a la piedra “bruta” del niño penitente. La antigua piedra del peso por la culpa, la piedra que obstruía el fluir del agua (de los sentimientos), la piedra hundida en el interior del corazón (la dolorosa herida olvidada en el fondo) es ahora la piedra-rueda del movimiento a la regeneración evolutiva.

Sabemos que la rueda es uno de los símbolos más completos para explicar la cosmogonía. Es la imagen de los ciclos de la historia y la actividad humana, de los antiquísimos ciclos del espacio-tiempo en el que vivimos. La rueda simboliza el movimiento; la rueda que tiene el centro hueco, un centro inmóvil que representa el origen-lo primigenio de todo. Un centro “vacío” en apariencia pero que en mi sentir es el pequeño-gran corazón-alma (de animus que significa buen corazón) de todo lo creado. El amor que une todas las manifestaciones en su comprensión.

Por último señalar que para el budismo la rueda representa el karma del nuevo monje. En esa tradición, es necesario cargar con el karma para poder superarse a sí mismo. Cuanto mayor es este, más dificultades hay en la purificación. Así para el budismo los “pecados” que ha ido cometiendo el discípulo desde que fue niño hasta la madurez aumentan el peso de la piedra (el peso que oprime su corazón) y las dificultades a superar en su ascensión.

 

La naturaleza

La humanidad está en la naturaleza no fuera de ella. Desde antiguo hemos observado a la naturaleza para comprender sus procesos; y nos hemos inspirado en ella para inventar, para crear en harmonia con ella. Pero en el momento en el que asumimos que esa capacidad distintiva humana nos daba derecho a poseerla y dominarla rompimos la armonía de nuestra naturaleza y la de la naturaleza en general.

Entiendo que es necesario recuperar esa armonía basada en el respeto y que a pesar de las apariencias estamos en la tarea. Y el respeto significa amarse y amar a todas, todos, todo. Amar comprendiendo las heridas, acercándose a la persona querida a pesar de su agresividad o rechazo aparente buscando solucionar lo que ocurre, buscando sanar lo de la otra persona y encontrando a menudo heridas propias pendientes.

La naturaleza humana y la naturaleza en general no quiere control o dominio ni científico ni religioso ni de ninguna clase. No es la disciplina ni el método; es el sentir, es la madre que ama y por tanto entiende y sabe por su misma naturaleza cómo hacer sin casi necesidad de pensar, le sale de dentro. Y es con la comprensión del sentir cuando llegamos al abrazo liberador de padre/madre-hija/hijo o maestro/maestra-alumna/alumno. Así la naturaleza se siente entendida y ya no necesita mostrarse de forma agresiva para reclamar la atención. El dolor, el desgarre han quedado atrás y renace la alegría de vivir en armonía con las ricas diferencias. La dura piedra se disuelve en multitud de suaves granitos de arena del río o la mar que invitan a vivir o jugar en libertad.

 

Dedicado a “mi” mujer Paula con quien fui a ver la película al mítico Cine Alexandra de “nuestra” Rambla Catalunya (Barcelona) al poco de conocernos, a ella que tanto aporta a mi comprensión.

 

Bibliografía:

Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, de Federico González Frías, Editorial Libros del Innombrable en versión web.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí y poeta.

 

 

 

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