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«Las flores del mal», de Charles Baudelaire: La fundación de la poesía moderna

Algunos críticos consideran al libro del autor parisino como el más novedoso del siglo XIX, en gran parte por los recursos literarios de los cuales goza, pero además porque el texto terminó siendo la piedra angular del simbolismo francés y su potente influencia sobrevivió hasta la época de las vanguardias e incluso hoy.

Por Sergio Inestrosa

Publicado el 8.7.2020

La primera edición del libro Las flores del mal, del escritor francés Charles Baudelairees de 1857, pero de esta primera versión fueron censurados seis poemas pues el censor consideró que atentaban contra la moral pública. La edición definitiva se dio en 1868.

La crítica asegura que Baudelaire (1821-1867) con su obra establece un juego de correspondencias que servirán de inspiración a futuros poetas no solo de Francia sino del orbe entero. La obra de Baudelaire incluye notables traducciones de escritores de la época como Edgar Allan Poe, sin ir más lejos.

Respecto al libro Las flores del mal, la crítica afirma que su éxito se debe no solo al contenido vertido en sus poemas, sino también a la forma que para su época fue muy especial y novedosa.

La obra se divide en seis partes, y tiene un poema introductorio titulado «Al lector» que le sirve como una especie de prólogo para el libro. En este poema, Baudelaire se refiere al tedio y se dirige al lector diciéndonos:  «¡Hipócrita lector —mi prójimo—, mi hermano!».

La primera parte del libro se titula Spleen, es la más larga y tiene un total de 85 poemas; el título es un préstamo del inglés que significa hastío, tedio que en el caso del poeta puede ser ante la repetición del tiempo.

En esta sección nos encontramos con poemas que sugieren que cuando el amor, la belleza o el arte fracasan como formas de huida de la monotonía que nos ofrece el mundo, triunfa el tedio, el abatimiento o la angustia.

La segunda parte se titula “Cuadros parisinos” y en ella encontramos la belleza fugitiva de París, de su gente que trata de olvidar la angustia diluyéndose entre las multitudes; sus protagonistas, sin embargo, son los marginados, los perdedores de siempre, los parias y miserables, cuyos espacios son los suburbios, los burdeles, los lugares alejados de la naturaleza.

“El vino” constituye la tercera parte y es un elogio a los paraísos artificiales de la embriaguez y las drogas. Las flores del mal que es, la parte fundamental de la obra, y le da título al libro (en esta parte están cuatro de los seis poemas censurados en su época por atentar contra la moral) se ocupa de la atracción irresistible del mal; en esta sección, el poeta desciende hacia lo más profundo del abismo, los vicios, el sexo destructor o la delincuencia. La mujer aparece acá como una figura diabólica. Estas páginas del libro representan el intento de huida por la vía maligna, la perversión y nos entrega poemas más bien desoladores.

Le sigue la parte titulada “Rebelión”. En esta sección, Baudelaire parece decirnos que de nada sirve el sufrimiento del hombre ante un Dios que está ausente del mundo; el poeta se nos presenta como alguien tenebroso y blasfemo que reniega del Creador.  Cierra el libro “La muerte” que constituye el final del viaje. El deceso como reacción frente al materialismo burgués. Aquí nos enfrentamos a algo tremendo, pues para el poeta sólo la muerte puede librarnos de un mundo lleno de miserias.

Según los críticos, los temas del poemario son variaciones de un mismo tema: la exploración del mal y el hastío existencial. Todo esto se expresa a través de analogías y correspondencias, de la búsqueda del ideal de belleza, del amor y del erotismo, de la búsqueda de la libertad; además está muy presente el tema del mal, del espíritu sombrío, la ciudad como la nueva naturaleza, donde los transeúntes están desvalidos y viven su soledad en ambientes nocturnos como los cafés, los teatros, los cabarets y los prostíbulos.

Otros de los temas del libro son el dolor, la violencia, el desarraigo, la rebeldía, y el gusto por lo obsceno, lo morboso, lo grotesco, la presencia sensual de la mujer frívola y siniestra, y por supuesto, como en todo poeta, está el tópico de la muerte.

Baudelaire incorpora en sus poemas el lenguaje cotidiano y le imprime a sus versos mucho ritmo y sonoridad; además de la riqueza de las figuras literarias a que recurre como la antítesis, la personificación, la metonimia e imágenes con una gran capacidad de evocación. Todo ello refuerza el ritmo y la evocación del poema. No olvidemos que en Las flores del mal encontramos poemas con estructura formal como los sonetos y el autor no escatima esfuerzos en desplegar figuras como la del verso alejandrino o el endecasílabo, que son propios de la tradición poética francesa.

Algunos críticos consideran al libro Las flores del mal como el más novedoso del periodo decimonónico, en gran parte por los recursos literarios de los cuales goza, pero además porque el texto terminó siendo la pieza fundacional del simbolismo francés y su influencia sobrevivió hasta las vanguardias del siglo XX.

A continuación comparto con el lector seis poemas, o fragmentos, uno de cada sección para que usted tenga un panorama general de la calidad y fuerza del texto de Baudelaire. Debo advertir que estoy usando la traducción de Eduardo Marquina, del año 1905.

El poema inicial corresponde a la primera parte y son las tres estrofas inaugurales del primer poema del libro titulado “Bendición”:

El Poeta aparece en este mundo hastiado,

Su madre espantada y llena de blasfemias

Crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:

—»¡Ah! ¡no haber parido todo un nudo de víboras,

Antes que amamantar esta irrisión!

¡Maldita sea la noche de placeres efímeros

En que mi vientre concibió mi expiación!

Puesto que tú me has escogido entre todas las mujeres

Para ser el asco de mí (sic) triste marido,

Y como yo no puedo arrojar a las llamas,

Como una esquela de amor, este monstruo esmirriado.

 

Ahora les presento un poema de la segunda parte (“Cuadros parisinos”) que se titula “El juego”. Este es el poema número 102:

En los sillones marchitos, cortesanas viejas,

Pálidas, las cejas pintadas, la mirada zalamera y fatal,

Coqueteando y haciendo de sus magras orejas

Caer un tintineo de piedra y de metal;

Alrededor de verdes tapetes, rostros sin labio,

Labios pálidos, mandíbulas desdentadas,

Y dedos convulsionados por una infernal fiebre,

Hurgando el bolsillo o el seno palpitante;

Bajo sucios cielorrasos una fila de pálidas arañas

Y enormes quinqués proyectando sus fulgores

Sobre frentes tenebrosas de poetas ilustres

Que acuden a derrochar sus sangrientos sudores;

He aquí el negro cuadro que en un sueño nocturno

Vi desarrollarse bajo mi mirada perspicaz.

Yo mismo, en un rincón del antro taciturno,

Me vi apoyado, frío, mudo, ansioso,

Envidiando de esas gentes la pasión tenaz,

De aquellas viejas rameras la fúnebre alegría,

¡Y todos gallardamente ante mí traficando,

El uno con su viejo honor, la otra con su belleza!

¡Y mi corazón se horrorizó contemplando a tanto infeliz

Acudiendo con fervor hacia el abismo abierto,

Y que, ebrio de sangre, preferiría en suma

El dolor a la muerte y el infierno a la nada!

 

De la tercera parte (“El vino”) comparto estos versos titulados “El vino de los amantes”, este es el poema 108:

¡Hoy el espacio muestra todo su esplendor!

Sin freno, sin espuelas, sin bridas.

¡Partamos, cabalgando sobre el vino

Hacia un cielo mágico y divino!

Cual dos ángeles a los cuales tortura

Una implacable calentura,

En el azul diáfano de la mañana

¡Sigamos hacia el espejismo lejano!

Muellemente mecidos sobre las alas

Del torbellino inteligente,

En un delirio paralelo,

¡Hermana mía, uno al lado del otro, navegando,

Huiremos sin reposo ni treguas

Hacia el paraíso de mis sueños!

 

De la cuarta parte (“Las flores del mal”) comparto este poema titulado “Las dos buenas hermanas” y que además tiene la estructura de un soneto: este es el poema número 112:

La Licencia y la Muerte son dos gentiles rameras,

Pródigas de besos y ricas en salud,

Cuyo vientre siempre virgen y cubierto de andrajos

En la incesante labor jamás ha procreado.

Al poeta siniestro, enemigo de las familias,

Favorito del infierno, cortesano mal rentado,

Tumbas y lupanares muestran bajo sus atractivos

Un lecho que el remordimiento jamás ha frecuentado

Y la tumba y la alcoba, en blasfemias fecundas

Nos ofrendan, vez a vez, como dos buenas hermanas,

Terribles placeres y horrendas dulzuras.

¿Cuándo quieres enterrarme, Licencia, la de los brazos inmundos?

¡Oh, Muerte! ¿Cuándo vendrás, su rival en atractivos,

¿Para mezclar sus mirtos infectos con tus negros cipreses?

 

De la quinta parte (“Rebelión”) comparto la segunda mitad de los versos titulados “Abel y Caín”, poema número 119:

II

¡Ah, raza de Abel, tu carroña

Abonará el suelo humeante!

Raza de Caín, tu quehacer

No se cumple suficientemente;

Raza de Abel, he aquí tu vergüenza:

¡El hierro vencido por el venablo!

¡Raza de Caín, al cielo trepa,

Y sobre la tierra arroja a Dios!

 

Y en la última parte (“La muerte”) comparto el poema titulado “El final de la jornada”, este es el poema número 124:

Bajo una luz descolorida

Corre, danza y se tuerce sin razón

La Vida, impudente y vocinglera,

Así, en cuanto en el horizonte

La noche voluptuosa sube,

Sosegándolo todo, hasta el hambre,

Borrándolo todo, hasta la vergüenza,

El Poeta se dice: ¡»Finalmente»!

Mi espíritu, como mis vértebras,

Implora ardiente el reposo;

El corazón lleno de pensamientos fúnebres,

Voy a tenderme de espaldas

Envolviéndome en vuestros cortinados,

«¡Oh, refrescantes tinieblas!”

 

Antes de terminar, quiero compartir uno de los poemas que fue censurado en la primera versión del libro, para que el lector se dé una idea de la cerrazón de los censores, en cualquier época. El poema se titula “El leteo”:

Ven sobre mi corazón, alma cruel y sorda,

Tigre adorado, monstruo de aires indolentes;

Quiero, por largo rato sumergir mis dedos temblorosos

En el espesor de tu melena densa;

En tus enaguas saturadas de tu perfume

Sepultar mi cabeza dolorida,

Y aspirar, como una flor marchita,

El dulce relente de mi amor difunto.

¡Quiero dormir! ¡Dormir antes que vivir!

En un sueño tan dulce como la muerte,

Yo derramaré mis besos sin remordimiento,

Sobre tu hermoso cuerpo pulido como el cobre.

Para absorber mis sollozos sosegados

Nada equiparable al abismo de tu lecho;

El olvido poderoso mora sobre tu boca,

Y el Leteo corre en tus besos.

mi destino, en lo sucesivo, mi delicia,

Yo obedeceré como un predestinado;

Mártir dócil, inocente condenado,

Del cual el fervor atiza el suplicio,

Yo absorberé, para ahogar mi tormento,

El nepente y la buena cicuta,

En los pezones encantadores de ese pecho agudo

Que jamás aprisionó un corazón.

 

Con estos poemas o fragmentos de poemas, el lector puede darse una idea de la calidad y la importancia literaria que tiene Baudelaire para la poesía universal y en particular el texto de Las flores del mal. Ojalá que lo disfruten ampliamente.

¡Larga vida a la poesía!

 

***

Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957) es escritor y profesor de español y de asuntos latinoamericanos en el Endicott College, Beverly, de Massachusetts, Estados Unidos, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Portada de la primera edición de «Las flores del mal» (1857)

 

 

Sergio Inestrosa

 

 

Imagen destacada: Charles Baudelaire (1821 – 1867).

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