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«Los papeles de Aspern»: Tres son multitud

La postal de Venecia, el esqueleto seco de un triángulo donde la seducción no cuaja, unas cartas que no logran hacerse del lugar dentro y fuera de esa mansión alejada del tiempo, un guión en letras de molde -enmohecido- que no despierta al oído, un director fascinado con el actor principal, unas actrices solas, un enigma que no sale de su ensimismamiento. ¿Dónde el misterio?, ¿y la poesía? Sólo en la novela de Henry James, no en el filme -actualmente en la cartelera local- del realizador francés Julien Landais.

Por Alejandra Boero Serra

Publicado el 16.7.2019

«La única razón para la existencia de una novela es su intento real de representar la vida. Cuando se renuncia a este intento, similar intento que vemos en la tela de un pintor, se encontrará en un aprieto muy complicado».
Henry James

La novela corta de James, Los papeles de Aspern, pone en una ficción exquisita un chisme de la época: la correspondencia de los poetas Byron y Shelley en manos de una ex amante del Lord y un crítico obsesionado por la obra de Shelley. El oficio y talento dio como resultado una de las novelas más famosas de James.

El filme de Julien Landais toma la obra de James y lo que registra lame su esqueleto y nunca llega a rozar la piel. Mucho menos a poner como protagonista a esos papeles -cartas deseadas hasta el misticismo- y a su autor -ese romántico y decadente Aspern- en el triángulo conformado por el crítico Morton Vint (Jonathan Rhys Meyers), Juliana -la amante del escritor y poseedora de esas misivas (Vanessa Redgrave)-  y su sobrina Tina (Joely Richardson).

Lo que narra la película de Landais son los infructuosos intentos de Vint Morton por ganar la confianza de Juliana y el cariño de Tina para hacerse con esas cartas. Un juego que no llega a seducir ni a las decimonónicas damas enclaustradas en el palacete veneciano ni a los espectadores que sólo vemos cómo la cámara se detiene, enamorada, en el rostro impertérrito de un Vint Morton que se torna centro desplazando el enigma que deja Jeffrey Aspern (alter ego de Lord Byron) en las nudosas manos de su amante, muy lejos del morbo que nuestran los flashbacks en donde la pareja se ofrece en un ménage à trois de mal gusto. Planos y contraplanos que no logran asir las honduras en las que se ensimisman los personajes para proteger sus recuerdos, sus deseos, sus fracasos y decepciones.

La poética decadente de la época, el misterio de una letra y una voz resguardado bajo siete llaves, la pasión que despierta la obsesión de un crítico, las sutilezas reclamadas en las páginas del libro de James están lejos del guión recreado por Landais. Un clásico de la literatura queda desleído y deslavado con un tono más propio de la publicidad que la de un cine de autor que haría honor a la historia contada por James.

Protagonizada por Vanessa Redgrave  -actriz que no necesita de presentaciones y que aquí puede levantar del polvo unos diálogos pastosos, sentenciosos hasta la solemnidad gracias a una actuación en donde la gestualidad lo dice todo-, Joely Richardson fungiendo como la sobrina dócil y mustia -la contracara de una anciana con un pasado de amores flamígeros- y un Jonathan Rhys Meyers que actúa su belleza y sex-appeal frente a una cámara que se derrite a su paso y sobre interpreta un papel al que nunca tiñe con su propia letra, Los papeles de Aspern termina siendo un filme endeble, muy lejos del «original», un pobre homenaje a Henry James y una apuesta que si quiso salirse de las convenciones no pudo dar con una alternativa que esté a la altura de lo que se quiere traducir-travestir-reinventar.

Son las flores que Vint cultiva para ganar tiempo, confianza y cortejar, las mismas que van floreciendo fuera de la mansión y deshojándose y marchitándose en ella, las que logran un brillo ambiguo -como las pasiones que James contrasta-, y quedan como regalo -premio consuelo- de este intento fallido. Flores que perfuman/rezuman misterio. El mismo que debiera estar en otro lado.

La postal de Venecia. El esqueleto seco de un triángulo donde la seducción no cuaja. Unas cartas que no logran hacerse del lugar dentro y fuera de esa mansión fuera del tiempo. Un guión en letras de molde -enmohecido- que no despierta al oído. Un director fascinado con el actor. Unas actrices solas. Un enigma que no sale de su ensimismamiento. ¿Dónde el misterio?, ¿y la poesía?. Sólo en Los papeles de Aspern de Henry James. No en el filme de Landais.

 

Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

El actor Jonathan Rhys Meyers en un fotograma de «Los papeles de Aspern» (2018), del realizador francés Julien Landais

 

 

 

 

Alejandra Boero Serra

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Una escena de Los papeles de Aspern (2018), del realizador francés Julien Landais.

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