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«Loving Vincent»: Una película con la cual emocionarse y disfrutar

Cada personaje relevante en la vida de Vincent Van Gogh se presenta aquí igual como en el cuadro original de su obra. Cada parte está documentada por 377 lienzos del autor y en cientos de cartas del pintor dando origen al guión y que hacen del presente largometraje una creación de su vida, en donde esta joya del séptimo arte, hecha en Polonia, pero hablada en inglés, y ambientada en Holanda, resulta universal desde donde se la mire.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 6.11.2017

Esta bellísima producción polaca, acerca de la muerte de Vincent van Gogh, es una proeza desde varios puntos de vista. Primero por narrar una historia desde el formato del dibujo animado, mediante 65 mil fotogramas al óleo donde han participado más de cien artistas eslavos. La película se hizo con actores reales, los que fueron traspasados posteriormente al dibujo y esta suma hace la obra.

Una narración que, en realidad, es una investigación acerca de la muerte de Van Gogh, realizada por el hijo del cartero Roulin (Armand), que tiene que llevar a Avers-sur-Oise una última carta de su hermano Theo a Vincent, cuando ya ambos están muertos. Es una introspección dura a un artista que no consiguió vender cuadros en vida, y que dos años después sigue siendo un desconocido. 800 cuadros de su autoría las guarda la viuda de Theo, que se ha gastado una pequeña fortuna en cuidar al hermano de éste y en confiar en su talento.

La insistencia del cartero, que envía a su hijo a entregar una carta a un amigo de Van Gogh, es porque no solo le ha inmortalizado con un retrato sino además porque piensa que esa carta, cuyo contenido desconoce, será importante para quien la reciba. El viaje del hijo, sin embargo, se transforma en una pericia acerca de la soledad y sus consecuencias, ya que se va viendo la profunda soledad e incomprensión frente a Van Gogh, sus arranques de locura, sus peleas, el hostigamiento de los niños ante su personalidad.

En cierto modo esta película nos conecta con Gregorio Marañón, ese gran medico endocrinólogo e historiador español, que hizo biografías notables de personajes asimilando cada relato a algún rasgo prominente de su personalidad. Recuerdo «Amiel. Un estudio sobre la timidez» (1932), o su «Conde-Duque de Olivares y la pasión de mandar» (1936). Cada estudio de Marañon indagaba en sus temas clínicos: sexo, gordura, timidez, etcétera. Este filme es una investigación criminal acerca de la soledad, en que el hijo del cartero, cual Poirot de Agatha Christie, recrea los posibles escenarios de un asesinato y no un suicidio, pero también la locura, la genialidad y la incomprensión.

Los trazos gruesos producidos recrean las líneas que pintaba con sus dedos. En esta producción se respetan los colores de los campos de girasoles y aldeas que todos tenemos en mente al nombrarlo, y también las tonalidades del gris para relatar episodios que son más bien sucesos. Mediante cuadros que recrean sus amistades (y que interpretaron actores reales en un principio) se configuran las escenas (como se hizo en la escenografía por Eric Rohmer en «La inglesa y el duque», (2000), Francia, creando fotogramas contemporáneos de París).

Cada personaje relevante en su vida se presenta igual como en el cuadro para la indagación de Roland, que posteriormente asume un puesto en la policía de Túnez. Cada parte está documentada por 377 lienzos del autor y en cientos de cartas del pintor, dando origen al guión, y que hacen de esta película una creación de su vida, en donde esta joya del séptimo arte hecha en Polonia, pero hablada en inglés, y ambientada en Holanda, resulta universal desde donde se la mire.

Una visión oscura y luminosa de su vida, del hombre y de su talento, que choca con su entorno y donde hay una confusa relación entre su rico mundo interior y el plano exterior. Allí donde el genio es también inhábil (hoy día se diría falto de inteligencia emocional), pero donde la grandeza de su arte se superpone a la pobreza, la soledad, y la incomprensión, aunque ello haya ocurrido varios años después de su muerte. Una película con la que emocionarse y disfrutar.

Loving Vincent. Dorota Kobiela (polaca) y Hugh Welchman (británico). Reparto: Helen McCrory, Robert Gulaczyk, Saoirse Ronan, Aidan Turner. Polonia, 2017.

 

En «Loving Vincent» cada personaje relevante en la vida del pintor, se presenta igual como en el cuadro original

 

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