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«Malasangre»: La novela revelación de la nueva literatura venezolana

El texto de la periodista y escritora Michelle Roche Rodríguez —quien reside actualmente en Madrid—, puede ser apreciado como una de las renovaciones estéticas y cosmopolitas de ese realismo mágico que fue el gran aporte de las narrativas sudamericanas del siglo XX, lideradas por Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez, en favor del patrimonio artístico y cultural de la humanidad.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 8.7.2020

Percute el corazón, bombeando unos cinco litros de sangre cada minuto, proliferando el espeso líquido escarlata por las arterias, desde el pecho a la aorta, los órganos, músculos, hasta arribar a los capilares bajo la yema de los dedos, y luego retornar por los tubulares pasadizos de las venas al músculo que marca el ritmo de la vida.

Al morir no sangramos, la hemorragia no ha dejado de ser un síntoma de vitalidad, y acaso en Malasangre (Editorial Anagrama, Narrativas hispánicas, 2020) novela de la escritora venezolana Michelle Roche Rodríguez (Caracas, 1979), donde la sangre toma un rol protagónico, pero no del tipo árbol genealógico, se nos presenta la prolongada, punzante y descarnada hemorragia alegórica de la inocencia, el descenso de una niña hacia la amoralidad de la perversión como método casi natural de sobrevivencia entre la selva de hipocresía, nepotismo e irreflexivo machismo que atraviesa a la sociedad venezolana de hace un siglo.

El mito es antiguo, ya en la tradición romana los lémures, muertos desapacibles y violentos, asediaban a las familias en busca de sangre para recobrar vitalidad. Asimismo, en la magna obra de Homero, Odiseo debe ofrendar un sacrificio de sangre en el oráculo de los muertos para que el espectro de Tiresias pueda energizarse lo suficiente como para enunciar alguna pista que lo ilustre en cómo retornar a casa. El sacrificio y la vejación voraz del otro son los remotos tabiques del mito vampírico. La sustancia vital tomada incluso al precio de la muerte de la víctima.

Por descontado, hay muchísimas formas de chupar sangre, metafóricas, psíquicas, económicas, entre otras; a todas ellas asistimos en el curso del relato de Diana, la hija de un codicioso hijo de párroco que trata de enriquecerse a como dé lugar, ejerciendo de irregular y persuasivo prestamista, y una madre que se las da de devota frente a la congregación católica, pero que goza desorbitada en el trance de los lujuriosos embates sexuales con su marido, que va y viene de la hacienda.

Cuando él no está, la hija es depositaria de la dictatorial rabia materna, un bozal en su alma y hasta en su rostro. Por otro lado, tenemos a la incipiente industria petrolera, el baile de concesiones y amiguismos, la jerarquía sanguínea de la dictadura gomecista, la élite de militares y arrimados empresarios viviendo en los lujos mientras el pueblo se reparte las sobras.

El europeísmo, el engalanamiento a costa de todo, las máscaras para formar parte de las buenas sociedades, para atraer clientes y codearse con la cúpula del poder. Es la historia de una nación con variadas riquezas naturales fagocitada por unos pocos, chorreante el oro negro en los bolsillos de yanquis y oportunistas con labia y contactos: «Chupábamos la sangre a nuestra tierra; embelesados, entregábamos nuestra energía, construyendo una máscara que llamábamos modernidad para habitarlas con las cáscaras de nuestros cuerpos, tan exánimes como los de espectros.»

El patriarcado y sus secuaces mordiendo y vapuleando los cuerpos femeninos, la dignidad de mujeres que vivían exponiéndose en ventanas, oteando el mundo exterior en busca de un esposo para escapar la soltería o el claustro. Y Diana rebuscándoselas para leer El paraíso perdido, de Milton, y otros libros que le entregaba Modesto, el cosmopolita, barroco e ilustrado amigo de la familia.

¿Cómo fugarse de las imposiciones culturales y familiares desprovista de conocimientos, de estrategias para seducir al mundo y no ser devorada entre el rebaño? La lujuria de sangre era su única salida, el poder oculto de su condición el único salvoconducto hacia una sociedad de pujantes iniquidades y suculentos varones. Es el erotismo de la sangre rebelándose ante el pantano de las convenciones sociales y las conspiraciones palaciegas.

La novela de Rodríguez ejerce un morbo fascinante sobre las neuronas ascéticas y moralistas, con un estilo que va alternando el barroquismo mesurado y los álgidos giros dramáticos, la viveza de las sensaciones y oscilaciones anímicas en los personajes, la desigual apisonadora de la historia como fondo y fundamento para estructurar el relato y sus varios sustratos vampíricos: económicos, ecológicos, genéricos, morales, sociales, hormonales.

Es la historia de una caída, personal y colectiva, el magnetismo de la perversión y la lujuria del poder, lo que curiosamente nos pone a reflexionar en las antípodas de la experiencia humana, en la posible bondad y ternura que puede cultivarse, en la compasión y la recia radiografía de las injusticias casi endémicas a esta estrujada y corrompida tierra latinoamericana. El vampirismo como símbolo polifacético e inagotable, sociedades que con los colmillos de la cabeza parecieran morderse el mismo cuello que las sostiene, creyendo poder pervivir cuando bajo los labios se desangran hasta los límites de lo soportable.

 

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Alfonso Matus Santa Cruz (Santiago, 1995) es poeta y escritor autodidacta, incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacaron el de garzón, barista y brigadista forestal. Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad.

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Malasangre», de Michelle Roche Rodríguez (Editorial Anagrama, Narrativas hispánicas, 2020)

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Crédito de la imagen destacada: Emilio Kabchi.

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