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Michael Gielen (1927 – 2019): In memoriam a un vanguardista clásico

Dentro de la multiplicidad de roles que ejerció uno de los mayores músicos del siglo XX fue su etapa como director de ópera en Fráncfort, Alemania, entre 1977 y 1987, en lo que todavía se conoce como la “era de Gielen”. La gran influencia del conductor austriaco, sin embargo, reside hoy en la sala de conciertos. En 1969 sucedió a André Cluytens al frente de la Orchestre National de Belgique, en Bruselas, e inició una pionera programación que pretendía conectar el repertorio clásico con la producción contemporánea. Su legado discográfico, en tanto, se ubica a partir de 1986, en su papel de titular de la Orquesta Sinfónica de la SWR Baden-Baden y Friburgo: con ellos grabó para Hännsler ciclos completos de las sinfonías de Beethoven, Schumann, Brahms, Bruckner y Mahler, entre otros autores.

Por Ismael Gavilán

Publicado el 24.3.2019

En el mundo de la música clásica contemporánea es raro hallar un director de orquesta que se vea sí mismo y la música que interpreta en correspondencia con la experiencia de lo “actual”. Michael Gielen (1927-2019) fue uno de ellos. Su muerte, acaecida hace menos de un mes, el viernes 8 de marzo, sin duda cierra toda una época: clausura un modo de abordar el arte de la conducción musical.

Seguir su biografía es seguir la aventura de la música clásica desde las vanguardias serialistas de los años ’50 hasta la disolución contemporánea de todos los estilos. En ese sentido, Gielen fue un músico severo, heredero de Schönberg, Berg y Webern, admirador y seguidor de las teorías musicales de T. W. Adorno. Así, en el gran fresco cultural que fue la segunda mitad del siglo XX, la recia personalidad de Gielen se rebeló contra las apariencias y los efectos superficiales a los que puede desembocar cualquier arte que no esté atento a sí mismo. Espíritu conflictivo y reconcentrado, se opuso a cualquier conciliación incluida la social que, para él se había vuelto irrealizable. En más de una ocasión Gielen declaró: “Estoy dentro de la tradición de Arnold Schönberg, Rudolf Kolisch y Theodor Adorno”. De aquel modo, para este director, nacido de padres alemanes exiliados en Buenos Aires, la vanguardia, esa gran iniciativa de composición y escenificación constructiva, fue para él una piedra de toque, su referencia permanente no así su supresión y menos su eliminación tal como se pretende en nuestra época. El hecho de que hoy en el mundo del arte prevalezcan producciones y escenificaciones que se aferran a una postmodernidad superficial siempre fue preocupación para este director.

Esta preocupación, sin duda embargó buena parte del trabajo musical de Gielen. Con persistencia y osadía se dedicó más que otros directores de su misma generación a establecer puntos de enlace histórico-musicales personales y criterios de conocimiento histórico. Ya desde su infancia, a los once años de edad, intentaba descifrar las piezas para piano opus 19 de Schönberg. En ese sentido la Segunda Escuela de Viena fue, literalmente, su leche materna. Su tío fue nada menos que el pianista Eduard Steuermann, un discípulo de Schönberg que se encargó de difundir, estudiar y enseñar la obra pianística del compositor de Noche transfigurada. Su madre, por otro lado, una competente actriz, había declamado en Dresden el Pierrot Lunaire. Con semejantes antecedentes, la notable tradición vienesa del primer tercio del siglo XX formaba parte de la familia Gielen que había huido de los nazis, emigrando a Buenos Aires desde Viena. Por tanto, no es de extrañar que el proyecto de este director esté empapado de la ética musical de Schönberg.

 

El compositor austriaco Michael Andreas Gielen (1927 – 2019)

 

Gielen empezó tarde a dirigir. Alternó estudios de filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA con lecciones particulares de música tuteladas por Erwin Leuchter y Rita Kurzmann. Sólo después de los 25 años tomó la decisión de convertirse en director. En la vieja tradición musical europea del autodidacta, se negó a “estudiar” dirección en alguna institución del Estado, menos a recibir sus prebendas, a lo sumo, sólo tomó clases particulares. Como tantos otros en el pasado, Gielen aprendió a dirigir, mirando.

De este modo a los 19 años trabajó de repetidor en el teatro Colón de Buenos Aires donde pudo aprender observando a los mejores modelos: Fritz Busch, Erich Kleiber, Arturo Toscanini. De esa forma Gielen aprendió también mucho de los directores alemanes que llegaron a Argentina tras la Segunda Guerra Mundial:  Furtwängler, Böhm y Karajan. Fue, sin embargo, Erich Kleiber al que más admiró de todos. Para Gielen no había contradicción entre intensidad, libertad interpretativa y rigor formal. Su lectura de la tradición –Mozart, Beethoven, Brahms, Bruckner, Mahler- nunca buscó efectismos, sino cierta fuerza expresiva nacida de la reflexión y de la rebeldía: la peculiaridad con que Gielen abordaba las partituras en contra de muchas tendencias actuales que han convertido el ejercicio de la interpretación orquestal en una carrera de competencia por el “Grammy”, implicaba para este músico una especie de “liberación” de las partituras de sus acomodaticios disfraces estéticos. Y ello, casi sólo gracias a su persistencia y su talento que se nutrían de su profundidad ética, permitiendo magníficas versiones de un sin número de obras orquestales durante largos años.

Así, por ejemplo, cuanto más se vende el clasicismo vienés de los Haydn, Mozart o Beethoven como discurso de una belleza celestial y adocenada es cuando más se evaporan los ideales de libertad y humanidad en el marco de una realidad ruinosa y fea y por tanto se vuelve imperioso replantear la necesidad de oír a los clásicos en la intensidad de un verdadero oficio. Por ello, Gielen intentó una y otra vez hacer efectiva tal exigencia de verdad en la medida de lo real. Cuando, un buen día, en los años ’80, dirigió la Sexta Sinfonía de Mahler en el “Konzerthaus Berlin”, la música sonó nueva y como purificada del difuso “sonido bello”, del ansia de éxito mercantil y de otras manidas metáforas: el buscar en la partitura esos intersticios que permiten ver a la obra no como un mero documento cultural, sino como una fuerza de choque de nuestra asediada subjetividad fue un imperativo primordial para este director.

En otro plano, fue uno de los más generosos promotores de la música contemporánea y si bien ayudó y fomentó el conocimiento de los realmente grandes del siglo XX (Berio, Boulez, Ligeti) su nombre irá por siempre asociado a Bernd Alois Zimmermann de cuyo Requiem por un joven poeta fue su principal promotor a pesar de la incomprensión inicial ante esa magna y abrumadora obra que relata nuestra época contemporánea. Gielen sin duda fue uno de esos directores militantes que ponía todo el talento de su arte al servicio de algo raro en estos días: la Verdad -sí, con mayúscula- que sólo la obra de arte problemática puede otorgar en su despliegue que busca lo inclaudicable de sus ansiedades metafísicas.

En esa búsqueda Gielen, que también fue conocido como compositor, no se acercaba de otro modo a las obras de la música contemporánea. No sólo había que leer de nuevo a Mozart, Beethoven, Bruckner y Mahler: se trataba de repasar otra vez la música del siglo XX, sin dañar la sustancia peculiar de las obras. Con cierta frecuencia, Gielen presentaba en sus conciertos lo que podría denominarse como “Musique engagée”. Así, por ejemplo, fue provocativa la confrontación de la Novena sinfonía de Beethoven con la desgarradora cantata Un superviviente de Varsovia de Schönberg: en 1978 se atrevió a presentar tras el Adagio Molto e cantabile en si bemol mayor, el tercer movimiento de la sinfonía beethoveniana que precede el pasaje del coro final Alle Menschen werden Brüder, el exhortativo y dramático informe de Schönberg sobre el Ghetto. Después del descanso se ofreció, íntegra, la sinfonía de Beethoven. Este tipo de osadía conllevó a considerar a Gielen un maestro consumado en la programación de conciertos. Como alguna vez dijo: “el ideal es acercar una pieza a la otra para que aquella ilustre a ésta y viceversa y ambas piezas parezcan piezas nuevas”. Gracias a  ese precepto logró crear grandiosas constelaciones, tensionando al máximo el sentido y haciendo trizas la comodidad que el oyente siempre busca en el rito social del concierto.

Entre sus propuestas programáticas cabe mencionar la efectuada con la música apocalíptica, germánica y mítica de Richard Wagner que se entrelaza con una ironía magistral con las esperanzas y utopías extremas de Luigi Nono. O cuando tras la caída del muro de Berlín, en un concierto conmemorativo para la ocasión aparece de repente por primera vez el viejo Shostakovich; música soviética que Gielen antes no había dirigido nunca, de la que incluso había huido, pero que introdujo intencionadamente y para más polémica con la sinfonía El año 1917.

Por el contrario, la tradición norteamericana permaneció casi extraña para él. Sólo de forma titubeante y muy incidental Gielen incluyó en sus programas obras –por ejemplo- de John Cage o Morton Feldman. Otros músicos “postmodernos” como Philip Glass no eran para él ningún tema. En contraste, su admiración por Charles Ives evidenciaba con creces su temperamento polémico y vanguardista.

 

El conductor de orquesta Michael Gielen en 2007

 

Gielen, retornado a Europa en los años ’50, llevó a cabo sus primeras ejecuciones en el WDR, una importante cadena de la radio alemana, oportunidad que le dio a conocer como uno de los ejecutantes más prometedores de la Nueva Música. En el largo camino de su aprendizaje musical, Gielen hizo suya casi toda la producción vanguardista. Entre sus actividades estaban no sólo las presentaciones de Nono, Boulez, Henze, Maderna, Stockhausen, Berio, Messiaen, sino también el trabajo escénico, editorial y teatral con los hermanos Kontraski, Yvonne Loriod, Severino Gazzeloni junto a un sinnúmero de producciones con conjuntos vanguardistas que proliferaban entre los años ’50 y ’70 y que pertenecían a su campo de acción.

Gielen fue uno de los que marcó en considerable medida los diferentes periodos de la vanguardia musical como también compartió sus crisis, lo mismo que sus tumultos y alguna que otra indignación, tanto por parte de los artistas como del público. Fue así que en 1965 Gielen, junto a Maderna y Stockhausen ofrecieron el estreno de Grupos para tres orquestas de Stockhausen, ocasión donde el público los abucheó con energía.

Desde 1977 hasta 1987 trabajó en la Ópera de Frankfurt donde tuvo varios años muy fructíferos. Allí, junto con Ruth Berghaus, Luigi Nono, Hans Zender, Heinz Holliger y otros, Gielen demostró lo que era una ópera ejemplar. La oferta provocadora la completaron las escenificaciones espectaculares de Ruth Berghaus y Axel Manthey de las óperas wagnerianas Parsifal y El anillo. A partir de 1986 se vinculó estrechamente con la Orquesta Sinfónica de la SWR de Baden-Baden y Friburgo, orquesta con la cual grabó las sinfonías de Bruckner, Brahms y Mahler en versiones que se han convertido de referencia no sólo de los compositores mismos, sino del repertorio interpretativo del propio Gielen: la maestría de sus interpretaciones encuentra en estas versiones a matacaballo entre fines del siglo XX y principios del siglo XXI, el mejor testimonio de su arte musical: dinámicas intensas, vigor rítmico, tratamiento casi camerístico de las cuerdas y de los vientos, un diseño que rehuye la mera sentimentalidad en aras de una lectura fiel de la partitura, sin caer en la frialdad del mero dato sonoro.

En cierta ocasión, Gielen definió su concepto de director con estas palabras: “Yo intento realizar con una instrumentación moderna lo que veo en una partitura. ¿Qué significa “auténtico”? Una interpretación se basa en lo que viene del texto. Pero filtrada por un intelecto humano para la gente de hoy. La problemática que está representada en una pieza tiene que tocar las necesidades de la gente de hoy. La música debería ser representada de manera que tenga que ver con el miedo fundamental de la gente. No debe hacer como si los problemas no existiesen.”

Con su muerte, se acaba, literalmente, toda una época.

 

Ismael Gavilán (Valparaíso, 1973). Poeta, ensayista y crítico chileno. Entre sus últimas publicaciones están los libro de poemas Vendramin (2014) y Claro azar (2017) y el libro de crítica literaria Inscripcion de la deriva: Ensayos sobre poesía chilena contemporánea (2016). Ensayos, notas y reseñas suyas se han publicado en diversas revistas nacionales y extranjeras. Es colaborador de La Calle Passy 061 y de Latin American Literature Today. Ejerce como profesor en diversas universidades del país y es monitor del Taller de Poesia La Sebastiana de Valparaíso.

 

 

 

Ismael Gavilán Muñoz

 

 

Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Tráiler 3:

 

 

Imagen destacada: El compositor y director de orquesta austriaco Michael Andreas Gielen (Dresde, 20 de julio de 1927-Mondsee, 8 de marzo de 2019).

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