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«Middlesex», de Jeffrey Eugenides: La versión escrita de la vida

La novela del autor estadounidense (publicada originalmente en 2002) viene con el título de ser ganadora del Premio Pulitzer de la temporada 2003, y a pesar de que han pasado muchos años, la obra ha logrado traspasar esa barrera: la del tiempo.

Por Juan Ignacio Colil Abricot

Publicado el 26.2.2020

Llegué a esta novela por recomendación de mi buen amigo Cristián Uribe, quien entre otras cosas es un lector consumado, y la compré en la librería Pedaleo del librero y escritor Carlos Cardani. Cuando la tuve entre mis manos, hace ya varios meses, solo leí las primeras líneas y supe que tendría que destinar un tiempo singular para leerla. Son 672 páginas, en una época donde las novelas breves se levantan triunfadoras es un gran desafío leerla y escribirla. Punto para el autor.

La novela (publicada originalmente en 2002) viene con el título de ser ganadora del Premio Pulitzer de la temporada 2003, y a pesar que han pasado muchos años, la obra ha logrado traspasar esa barrera. Me di el tiempo para leerla mientras estaba en Puerto Saavedra, aprovechando los días del verano y el viento.

La novela es la historia de Calíope Stephanides y así se inicia esta larga narración: “Nací dos veces: Fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en Agosto de 1974”. Creo que es un buen comienzo de la novela porque genera atención. Quizás explota el morbo que llevamos dentro.

Estas primeras líneas son vitales porque uno piensa que la novela se va a referir al tema de identidad de género, del mundo trans con las dificultades de una época, identidad sexual, etcétera. Temas que hoy son abiertamente debatidos, pero en los años en que se sitúa la novela recién se están abriendo al mundo. Un mundo con otros paradigmas. Pienso que ese tema de por sí es muy atractivo y podía abrir una veta de nuevas miradas, pero la novela va más allá, porque junto con este ámbito de la identidad de género, de la identidad sexual, está también la identidad de la tribu. Middlesex nos lleva entonces a los ancestros de Calíope y así llegamos a griegos que vivían en Turquía a principios del siglo XX. Somos testigos de esa vida en una aldea perdida, la guerra, el miedo y la posterior migración hacia Estados Unidos, específicamente a la ciudad de Detroit que simboliza al Estados Unidos del siglo XX con sus industrias de automóviles, nos sumergimos desde la Ley Seca hasta la guerra de Vietnam y vemos cómo los descendientes de esta singular familia se van integrando a una nueva sociedad.  Pero también la narración nos arrastra a lo más profundo de la historia occidental, a los mitos griegos bajo la mirada de la niña Calíope y del adulto joven Cal.

Aparece el tema de los migrantes dentro de una sociedad, tema que hoy a nosotros nos llama poderosamente la atención, pero que está en el corazón del ADN de Chile y no solo me refiero a los que llegaron desde los otros continentes, pero eso es harina de otro costal. Aunque en Middlesex las harinas pasan de un costal a otro.

En la búsqueda de Calíope; porque toda vida es una búsqueda dentro de un laberinto; el rol de su linaje le permitirá entender su vida. Su linaje es el espejo de un laberinto. La novela está narrada desde un Cal adulto que mira hacia atrás. Quizás este párrafo sintetiza esa mirada que me parece clave, en estos tiempos donde la búsqueda de sentido está en su apogeo. “No tenía la edad necesaria para comprender que la vida no remite a una persona al futuro, sino al pasado, a la infancia, al tiempo anterior a su nacimiento y, finalmente, a la comunicación con los muertos. Al envejecer cuesta trabajo subir las escaleras, entra uno en el cuerpo de su padre. Desde ahí solo hay un breve salto hasta los abuelos y entonces, antes de que uno se dé cuenta, se empieza a viajar en el tiempo. En esta vida crecemos hacia atrás”. (p. 541)

En una narración de 670 páginas, hay algunos puntos que están más bajos que el resto, en lo personal cuando el narrador interpela al lector, creo que rompe una secuencia y te hace salir de la novela. Pero es algo de estilo. También hay algunos episodios de los cuales se podría prescindir.

La novela tienes varios méritos mayores, pienso que la forma de narrar es dinámica, aparentemente simple, siempre nos habla Calíope o Cal, y de pronto se transfigura en sus ancestros. Siempre se mantiene el contrapunto entre su búsqueda individual y el devenir de sus ancestros, también hay otro contrapunto entre la historia de su familia y la historia del siglo veinte. Es una novela muy documentada en términos históricos, pero esta información que podría parecer muy seria, acá se presenta de forma vívida por los protagonistas, sin ser una novela de las llamadas “históricas”. Lo mismo ocurre con la información científica, que podría caer como un ladrillo, pero va siendo entregada como parte de la misma narración. Otro punto interesante son los personajes. Construidos con sus luces y sombras, con sus grandezas y sus zonas grises. Son personajes que logran salir de la maqueta.

Lo último que pienso es que en esta novela está por sobre todo la pasión, el amor por contar una historia, y que ese sea el foco del lector.

 

Juan Ignacio Colil (1966) es un escritor chileno autor, entre otras, de las novelas Un abismo sin música ni luz (Lom Ediciones, 2019), y El reparto del olvido (Lom Ediciones, 2017). Asimismo, por el volumen inédito Espejismo cruel fue galardonado con el prestigioso Premio Pedro de Oña versión de 2018.

 

La edición en castellano de la novela, por la Colección Compactos de Anagrama

 

 

Juan Ignacio Colil

 

 

Imagen destacada: Jeffrey Eugenides en 1994.

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