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Novela «Montacerdos», del peruano Cronwell Jara: Monstruos y animalidad

La obra del escritor incaico es una ficción que mezcla realidades: realismo y simbolismo, oralidad y escritura, ruralidad y urbanidad. Todo esto la transforma en una pieza esperpéntica en sí misma, al igual que sus personajes, que luchan por sobrevivir en un medio mítico y agobiador que intenta excluirlos físicamente en concordancia con un poder eugenésico e higienizador de amplios significados estéticos, históricos, políticos, sociales y hasta religiosos.

Por Emilio Vilches Pino

Publicado el 16.9.2018

Montacerdos es el nombre de la obra del peruano Cronwell Jara (Piura, Perú, 1949), pero también es el nombre del pueblo donde está ambientada la obra (que trasladada a la realidad sería una barriada situada en el Rímac, cerca de la Pampa de Amancaes) y también es la manera en que la gente del pueblo llama a Yococo, el protagonista de la historia, precisamente por su genuina habilidad para montar cerdos.

Montacerdos (novela breve o cuento largo, originalmente publicada por Lluvia Editores de Lima, en 1981, con reediciones en: Eco del Búho, Lima, 1989; Ediciones Metales Pesados, Santiago de Chile 2004; Editorial Montacerdos, Santiago, 2016) es un título que mezcla realidades: realismo y simbolismo, oralidad y escritura, ruralidad y urbanidad, etcétera. Todo esto la transforma en una obra monstruosa en sí misma, al igual que los personajes, que luchan por sobrevivir en un medio que intenta excluirlos físicamente en concordancia con un poder eugenésico e higienizador. Yococo es un monstruo, pero encuentra su espacio por negación, por su rareza, por su locura. Se convierte en un ser mítico, pero sin derechos: se transforma en un Homo Sacer.

En Ilegitimidad y fantasmagoría política: Una lectura del sujeto desechable en Montacerdos de Cronwell Jara, Yushimito del Valle califica a Yococo como un Homo Sacer por su invisibilidad como sujeto de derechos. Lo ejemplifica con el fragmento en que los hijos de doña Juana ponen a prueba a Yococo obligándolo a comer ají y excrementos:

«En una prueba de control biopolítico, el niño, autorizado por el poder que le confiere ser hijo de doña Juana, la dueña de la vivienda en donde ha terminado viviendo la familia, y por lo mismo investido de autoridad, lo desensibiliza, anula su humanidad y, por consiguiente, lo reduce a una condición desechable, a esa categoría que Agamben ha denominado homo sacer, el “hombre sagrado” (lo que recuerda la naturaleza inmortal, es decir, mítica, que se le confiere a Yococo) al que cualquiera puede dar muerte impunemente, sin ser considerado homicida (Yushimito del Valle: 7)».

Al hablar de la naturaleza “inmortal” de Yococo se refiere a la visión que tienen de él los otros niños o “los hombrecitos”, como los nombra Maruja, la narradora. Se habla de él como “un muerto vivo”, incluso cuando va a morir los hombrecitos afirman que “Yococo no muere, es inmortal” (Jara: 36). Al otorgarle esta condición mítica lo incluyen y lo excluyen a la vez: le dan cierta visibilidad frente al grupo social, lo hacen vivir, pero a la vez le quitan todos sus derechos: lo dejan morir.

Pero ¿qué hizo posible que Yococo llegara a tener esta condición mítica? La respuesta a esta pregunta tiene que ver precisamente con su condición monstruosa. Yococo es un monstruo en primer lugar por su apariencia física que no está de acuerdo a las leyes biológicas y sociales eugenésicas. Tiene una “monstruosa boca de piraña” y una llaga en su cabeza, una llaga enorme, infectada, una llaga “mitad pus, mitad costra, tan grande como sandía rajada, deshaciéndole la cabeza” (Jara: 9). Cuando llega al pueblo los hombrecitos lo miran con curiosidad, como si fuera un fenómeno: “Con ojos sobresalidos le rodeaban, le tocaban despacito por ver si era humano” (Jara: 9).

Yococo asume desde que llega una condición similar a la de una curiosidad de feria. Y su manera de actuar acentúa más esta percepción: parece no sentir dolor, ni asco; lo obligan a comer de un ají extremadamente fuerte y lo hace sin sentir molestia alguna. La risa es su única forma de respuesta ante las diferentes situaciones a las que se ve enfrentado. Los otros niños terminan así de crear una imagen de individualidad doble sobre él: el muerto vivo, el que no puede morir porque ya está muerto.

Pero esta dualidad no está relegada sólo a lo muerto-vivo, sino también a lo humano y lo animal. La misma imagen de Yococo sobre Celedunio (el cerdo) nos remite a un hombre mitad humano, mitad cerdo, y cada vez que se le describe aparecen comparaciones relacionadas a la animalidad. Incluso, según la madre, la llaga que lleva en la cabeza sería la picadura de su padre-araña: “la araña era el difunto brujo de tu padre, Yococo. Si no araña, se hacía zancudo. Si no zancudo, se hacía alacrán. En todos ellos podía vivir el difunto de tu padre” (Jara: 18).

Yococo sería entonces el hijo de un hombre-insecto, una mezcla entre animal y humano. Esto tiene relación con expuesto por Adolfo Vásquez Rocca, quien, haciéndose cargo de las ideas de Foucault, afirma:

«El monstruo es el ser en quien leemos la mezcla de dos reinos, porque, por una parte, cuando podemos leer en un único y mismo individuo la presencia del animal y la de la especie humana y buscamos la causa, ¿a qué se nos remite? A una infracción del derecho humano y el derecho divino, es decir, a la fornicación en los progenitores entre un individuo de la especie humana y un animal (Vásquez Rocca. En la web).»

Es más, Yococo se presenta como un personaje cercano al mutismo total. Prácticamente no habla y sus actos parecen más instintivos que racionales. Esto lo acerca también a las ideas de Derrida acerca de la animalidad, donde el animal es el ser que carece de respuestas, el que carece de lenguaje.

Podemos afirmar, entonces, que Yococo no es solamente un Homo Sacer, como afirma Yoshimito del Valle, sino que también es un monstruo, una mezcla entre animal y humano, un intermedio entre lo vivo y lo muerto. Su apariencia y sus acciones lo sitúan como un ser mítico (el pueblo mismo en algún momento tras su muerte pasará a llamarse Montacerdos), pero despojado de derechos.

Pero no sólo Yococo parece ser un personaje animalizado. En el plano metafórico, Montacerdos está lleno de símbolos que relacionan lo animal a lo humano. Por ejemplo, la araña relacionada a lo sexual, como en el episodio en que Maruja ve a su madre siendo violada por don Eustaquio: “Echados volvieron a pelear de nuevo, arañándose, mordiéndose, trenzándose como arañas” (Jara: 32). O el poder y el control territorial simbolizados en los colmillos de los perros, como cuando las autoridades vecinales ordenan el desalojo: “Colmillos, quijadas de perro. Le ladraron a mamá que saliera” (Jara: 32). Los pájaros, al contrario, parecen ser quienes representan la única posibilidad de escape a la violencia y a la miseria, es decir, los que permiten salir de la botella de insectos. Yococo, por ejemplo, los únicos momentos en los cuales parece producir algo relacionado a la belleza es cuando toca su instrumento musical imitando a los pájaros. Maruja, por su parte, se siente bien con las palomas y le gustaría volar como ellas para poder dejar abajo la miseria y la exclusión.

Desde otra lectura, todo el pueblo aparece representando como un grupo de humanos-insectos encerrados en una botella peleando por sobrevivir, creando una conexión simbólica con la botella en la que Yococo colecciona insectos. Maruja reflexiona al respecto, dando sustento a esta lectura:

«Al retirarse los vecinos quedamos de repente solos, como en otro mundo pero más grande, como embotellados. Tristes nos dejaron. Pensativos, dolidos. Pues ahora me sentía observada por miles de ojos como desde fuera de una enorme botella de arañas tamaño del mundo (Jara: 22)».

Los seres metafóricamente encerrados en la botella serían los habitantes del pueblo. Están ahí en una posición marginal, viven en la periferia, son “cuerpos excedentes” en una constante lucha por sobrevivir, tal como lo expresa Yoshimito del Valle: “El topos del theatrum mundi coloca a los seres subalternos que pueblan el mundo de la periferia al nivel de insectos desechables y en permanente estado de disputa” (4).

Los habitantes del pueblo son un grupo de población excedente arrojada al mundo, peleando por mantener un espacio vital que ni siquiera está oficializado como ciudad, sino que se queda en un intermedio, en una zona marginal donde el poder del Estado llega poco y llega mal. Yococo y su familia resisten a las redes de poder biopolítico a través de su animalidad misma, animalidad que se sitúa en un límite difuso, donde el lenguaje borra los límites entre humano y animal y lo transforma en una mezcla, en un hombre-cerdo, en un hombre-insecto. Esta resistencia, sin embargo, no es suficiente, y la policía terminará aplastando a Yococo como quien pisa a un insecto: lo matan y ni siquiera se enteran. No hay castigo para el que asesina al Homo Sacer.

 

Emilio Vilches Pino (Santiago, 1984), además de ser autor de la novela Labios ardientes (La Polla Literaria, Santiago, 2014), y del volumen de cuentos Noches en la ciudad (Santiago-Ander, Santiago, 2017) -ambas publicadas bajo el seudónimo de Emilio Ramón- registra ser profesor de Estado en castellano, titulado en la Universidad de Santiago de Chile, y magíster en literatura latinoamericana y chilena, también por la misma Casa de Estudios.

 

Bibliografía

Agamben, Giorgio. Homo Sacer. El poder soberano y la vida nuda. Pre-textos. Valencia, tercera reimpresión, 2010.

Carcamo-Huechante. “Cuerpos excedentes: violencia, afecto y metáfora en Montacerdos de Cronwell Jara”. Revista de crítica latinoamericana, Lima-Hanover, pp. 165-180. 2005. Impreso.

Foucault, Michel. Los anormales. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2014.

Jara, Cronwell. Montacerdos. (1981). Editorial San Marcos, Lima, 2006.

Vásquez Rocca, Adolfo. Foucault; ‘Los Anormales’, una genealogía de lo monstruoso. 2011. HOMINES, Málaga, Diciembre, 2007.

Yushimito del Valle, Carlos. “Ilegitimidad y fantasmagoría política: Una lectura del sujeto desechable en Montacerdos de Cronwell Jara”. Anales de Literatura Hispanoamericana, vol.42, pp. 29-40. 2013. Impreso.

 

 

El escritor peruano Cronwell Jara Jiménez (Piura, 1949)

 

 

«Montacerdos», Editorial Montacerdos, Santiago, 2016

 

 

Crédito de la imagen destacada: Editorial Montacerdos.

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