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Obra «El presidente», de Thomas Bernhard: En el frío centro del poder

Este montaje dramático es una pieza vigente -con una escenografía «perfecta»-, y donde sin querer, las comparaciones con el mundo real se hacen presente: esa distancia sideral entre quienes tienen la autoridad política y la prestancia económica, versus los que se sienten postergados por el sistema y a los cuales no les queda otra que esa protesta eterna y desgastadora. Se extraña sí, una adaptación más referencial al Chile de hoy, donde los anarquistas podrían haber sido ecologistas, sin ir más lejos.

Por Miguel Alvarado Natalí

Publicado el 29.8.2018

Con una puesta en escena notable el Teatro Nacional Chileno está presentando por primera vez en Chile El presidente del dramaturgo, escritor y poeta austríaco Thomas Bernhard (1931-1989), el cual se caracterizó por esa reiterativa y ácida crítica hacia su país por haber colaborado con los nazis, en el preludio de la Segunda Guerra Mundial, lo cual le llevó a estar censurado en su nación, sin embargo, Austria reconoció su considerable obra otorgándole el premio nacional de literatura en 1968. Bajo la dirección de Omar Morán y con las actuaciones principales de Catalina Saavedra, Guilherme Sepúlveda y Víctor Montero, nos sitúan en un Palacio Presidencial que, de pronto, podría corresponder al de cualquier gobernante hispanoamericano, con esos rasgos dictatoriales y lujuriosos, mientras el pueblo entero pide comida y los anarquistas quieren acabar con todo.

Varios miembros del gobierno han resultado muertos por una serie de atentados, pero esta vez le tocó su turno al presidente, el cual sale ileso durante una ceremonia de homenaje a los soldados, no así el Coronel de Ejército y el perro de la primera dama, que son asesinados. La esposa del mandatario (Catalina Saavedra) es una histérica  que solo se lamenta de la muerte de su querida mascota, en tanto, se arregla frente a sus espejos para el funeral del oficial recién muerto, culpando a los pobres, a los artistas y a los anarquistas de querer acabar con el Estado. Ella predica un falso altruismo con su criada, a la cual humilla, pero a la vez, le alaba su buen vestir de tela roja que lleva puesto. La empleada es su confidente, la calma e intenta parar el rumor de que es su propio hijo y el del presidente, el principal sospechoso de los atentados. Mientras, en el mismo palacio presidencial el mandatario (Guilherme Sepúlveda) con una herida, se relaja con su amanerado masajista, para luego huir no solamente de la casa de gobierno, sino también del miedo y de su mediocridad, sumergiéndose en un mundo de alcohol, abuso y desenfreno con una bella prostituta con dotes de actriz, interpretada por Daniela Castillo, quién se luce en este papel de mucho histrionismo y desplante.

La escenografía es perfecta, recrea dos hileras de columnas dóricas que terminan con grandes puertas con ventanales, una camilla, un escritorio con espejos y un ropero son suficientes para imaginarnos un palacio de gobierno. La idea de hacer caer uno de los pilares en el centro del escenario es propicio para el cambio de atmósfera, donde el mandatario y su íntima amiga, mantienen su violento, destructivo  y absurdo romance. Las luces, esos efectos de sonidos como explosión y la música complementan armónicamente esta puesta en escena.

El desprecio a los sirvientes, a los desposeídos, el apego al mando, la política inescrupulosa, la descomposición patética de un matrimonio, la degeneración de un hombre tras el poder, son aspectos que se viven -de comienzo a fin- en esta pieza teatral. Es potente y fácil de digerir, consigue que los asistentes se mantenga expectantes. Es un relato con atisbos de humor negro y donde esa esfera del poder político queda ridiculizada. No hay peor ciego que el cual no quiere ver y aquí hay un presidente inepto sin capacidad de empatizar con su pueblo, con la primera dama y consigo mismo.

El presidente, es una pieza teatral vigente, donde sin querer las comparaciones con el mundo real se hacen presente, esa distancia entre el que tiene el poder político y económico versus los que se sienten postergados por el sistema y no les queda otra que esa protesta eterna y desgastadora. Se extraña sí una adaptación más referencial al Chile de hoy, donde los anarquistas podrían haber sido ecologistas. Si bien es cierto que en el segundo acto cuando la prostituta y el presidente tienen su encuentro íntimo, estos hacen un buen uso del espacio escénico: sin embargo, los diálogos se vuelven un poco tediosos. Y así, al igual que en una tragedia griega, su excelencia está destinado a su destrucción y de manos de su propio heredero. Entonces, el telón se baja y el público se queda con las ganas de ver su muerte.

 

 

 

Ficha técnica

Dramaturgia: Thomas Bernhard.

Dirección: Omar Morán.

Elenco: Catalina Saavedra, Víctor Montero, Guilherme Sepúlveda, Carolina Jullian, Daniela Castillo, Gabriela Basauri, Octavio Navarrete, Astrid Roldán, Juan José Acuña.

Asistente de dirección: Felipe Zepeda.

Música: Gepe.

Escenografía e Iluminación: Rocío Hernández.

Vestuarios: Elizabeth Pérez.

Asesoría de peinados: Franklin Sepúlveda.

Funciones: Desde el 17 de agosto al 29 de septiembre, jueves a sábado.

Horario: 20:00 horas.

Valores de las entradas: General $7.000, estudiantes y tercera edad $4.000 y jueves popular: $3.500 (precio único).

Sala: Antonio Varas del Teatro Nacional Chileno, calle Morandé Nº 25, Santiago Centro, Santiago.

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Teatro Nacional Chileno.

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