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Poeta Enrique Winter: «La literatura nos pone siempre en el lugar de otro, y eso es lo que le falta a los defensores del pensamiento neoliberal»

El autor chileno acaba de publicar «Esto» en Madrid, un volumen de poemas y ensayos inéditos entre una mayoría de refritos, como él los llama, y en los próximos días aparecerá el audiolibro «Aria», una larga novela familiar a la cual dedicó sus años en Alemania y Colombia. De vuelta en Valparaíso, ha participado del estallido social en las calles y redes, además de escribir artículos de opinión para diversos medios de comunicación y asimismo grabar un video a pedido, donde explica claramente los efectos, a su entender, del reciente acuerdo constitucional.

Por Ernesto González Barnert

Publicado el 1.12.2019

Enrique Winter (Santiago, 1982) es una de las voces más prolíficas de la nueva generación de poetas chilenos: autor de libros como Atar las naves (2003), Rascacielos (2008), Guía de despacho (2010), Lengua de señas (2015) y Esto (2019), el nombre del también abogado y máster en literatura creativa por la Universidad de Nueva York se ha transformado con el paso de los años en un referente a la hora, no sólo de dialogar en torno a la pasión que nos convoca (el ejercicio creativo de las palabras), sino también que para reflexionar acerca del estallido social que explosionó en el país el último 18 de octubre.

Culto, erudito, con la cita libresca siempre a flor de piel, y a poco de volver a Chile luego de vivir unas temporadas en la ahora igualmente convulsionada Colombia, el novelista de Las bolsas de basura (2015) -y que próximamente lanzará la trama dramática de Aria-, aceptó dialogar con este medio en relación a su quehacer creativo, a sus ideas estéticas referentes a lo lingüístico, a su casi desconocida labor como traductor de renombrados autores desde la lengua inglesa, y por supuesto que para pensar libremente alrededor de las vías de salida pacíficas, que nos conduzcan a la superación de nuestras diferencias políticas, desde el punto de vista del hombre forjado en el estudio del Derecho.

 

-¿Cómo define el poeta al novelista que hay en ti y viceversa?

-Podría definir desde la poesía lo que hago en cualquier género, pues la urgencia a la que responden mis novelas y ensayos viene de la recopilación de imágenes, sonidos, olores, sabores y texturas más que de la pulsión por contar una historia. La trama son los bloques de adobe que rellenan los palos donde discurro. Ayer fueron los cormoranes quietos, sacudiendo sus alas para secarlas al sol, hoy un puñado de ciruelas verdes, entre las discusiones recientes en los cabildos, los gases lacrimógenos y la adicción a los medios de desinformación masiva.

 

-¿Qué libros estos años han marcado tu proceso escritural, la cocina literaria?

-Los más influyentes son los que traduzco, porque intento pensar como lo harían ellos y sus mecanismos se terminan adhiriendo a los míos. A los libros de Emily Dickinson, G.K. Chesterton, Philip Larkin, Charles Bernstein y Susan Howe agrego los que muestran sus variantes como Poesía última de Hölderlin, traducida por Marcelo Burello y Léonce Lupette. La precisión sensorial de Herta Müller o Gonçalo Tavares y un poco de Thomas Bernhard o Rachel Zadok como antídoto. En la afinación del tono infantil para el desastre, la novela El cielo se cae de Lorenza Mazzetti. Para teclear me sirve la fluidez de la novela decimonónica en el siglo que sea, del XVIII con Pride and Prejudice de Jane Austen, del XX con La marcha Radetzky de Joseph Roth y Stoner de John Williams, o del XXI con Los informantes de Juan Gabriel Vásquez. Los estadounidenses son maestros en las recetas de cocina para cualquier oficio. En el narrativo, How Fiction Works de James Wood me convenció de la agilidad del estilo libre indirecto y del artificio como efecto de realidad. Para Aria leí una pila de archivos y libros de historia que no vienen al caso.

 

-¿Qué verso de la poesía chilena cargas como un mantra?

-Muchos y copan la memoria que flaquea en lo demás. Escrito a tres cuadras de mi casa: “y pues solo en amplia pieza / yazgo en cama, yazgo enfermo”, de Carlos Pezoa Véliz o quizás en esta misma cuadra: “Ah, minero inmortal, ésta es tu casa / de roble, que tú mismo construiste. Adelante”, de Gonzalo Rojas. El mantra tiene algo de involuntario, de las palabras como una vibración y no un contenido. Muchas culturas creen en ese verbo que nos precede. En mi caso, suelen ser los primeros: “Del nicho helado en que los hombres te pusieron”, de Gabriela Mistral, “Como cenizas, como mares poblándose”, de Pablo Neruda y “Juro que no recuerdo ni su nombre / más moriré llamándola María”, de Nicanor Parra; o los últimos: “que el hipo de cien perros echados a morir”, de Pablo de Rokha. En general tienen metro y se me aparecen enteros cuando, además, hay música: “El rin del angelito”, “Run Run se fue pal norte” y otros de Violeta Parra. De los contemporáneos me gusta citar: “Le han dicho // Con ese hombre / no tendrán dónde / caerse muertos”, de Floridor Pérez, a quien le debo mucho; “Nadie tiene derecho a morir antes de tiempo; todo el cuerpo se revela”, de Carlos Cociña y “El amor tiene que ver con huir de nuestras habitaciones”, de Verónica Jiménez, que me trae uno reciente de Mario Ortega: “el más emocionante y largo viaje / es estar aquí”. Es curiosa la claridad de los versos que recuerdo, cuando por escrito los prefiero opacos. Y que traten tanta muerte cuando es la hora de la vida.

 

-¿Cuál de tus poemas elegirías hoy para leer?

-Hace unos días pensaba en las cuatro partes de “Las manos blancas de Miguel en Brenda”, no debo haberlas leído hace una década y creo que había en ellas un arrobamiento culposo del que rescato algunas marinas. Algo similar me sucede con “Jorge: sostenes, zapatos” que tampoco está en mis compilaciones. No me hagas buscar otro, porque me he vuelto muy crítico.

 

-¿Qué estás traduciendo en estos días?

-Reviso la traducción que hizo Maia Traine de la poesía y ensayos de Eugen Gomringer. Su aporte a la poesía concreta es brutal y, pese a haber nacido en Bolivia, su obra es inencontrable en Latinoamérica. Veníamos de traducir métricamente “La trucha” de Schubart para que pudiera ser cantada la melodía de Schubert en castellano, y de hacer una nueva versión del primer párrafo de La metamorfosis que conjugara correctamente los verbos y diera cuenta de los términos arquitectónicos. A partir de ella salió un soneto que incluí en Esto.

 

-¿Un libro que te gustaría que todos leyesen en Chile?

-La novela En diciembre llegaban las brisas de la colombiana Marvel Moreno. Son alucinantes sus frases largas que bajan acumulando barro hasta detenerse en sentencias históricas, sicológicas, sexuales o meras anécdotas, siempre de peso. Quizás complementada por los últimos poemarios de Blanca Varela, que resuenan desde una estrategia contraria.

 

-¿Cuál es el peor error que puede cometer un poeta?

-El mismo que quienes no son poetas.

 

-¿Cómo ves la situación que atraviesa el país?

-En vilo y movilizado, como muchos otros, porque la valentía es contagiosa. Nueve de cada diez chilenos consideramos urgentes las reformas del sistema de pensiones, salud y educación. Es inaceptable que quienes administran los fondos destinados a estos derechos sociales tengan ganancias aseguradas por ley aun cuando no cumplan su función. Eso para empezar, luego vino la represión desmedida y el nulo reconocimiento de la violación de los derechos humanos por parte del gobierno y sus fuerzas armadas que, además, deliberan. Nos ofrecían una democracia cuyas garantías a las personas se acabaron el primer día de daños a la propiedad. Y luego de más de un mes en que hemos vuelto a confiar en nuestros vecinos y en que un simple saludo deriva en la más honda de las conversaciones en cada esquina y plaza del país, el poder está menos preocupado de analizar nuestras demandas que de asignar atribuciones a las fuerzas armadas para que actúen como guardias privados de los ricos. Entre medio hubo un acuerdo constitucional que, sin forzar contenidos ni detener lucha alguna, establece un procedimiento que puede sernos útil. El cambio de sistema es inevitable, pues los intereses de los Estados en la economía global se distancian cada vez más de los intereses de las naciones que los pueblan, y no garantizan ya los derechos básicos que los constituyeron.

 

-¿Una medida concreta que crees mejoraría la situación de la mayoría?

-Un fondo de pensiones solidario, cuyo costo actual de administración privada se dirigiera al pago de las pensiones básicas, cofinanciado entre los trabajadores, los empleadores y el Estado.

 

-¿Cuál es el poema de Emily Dickinson que más te emociona?

-Ella se excusaría, porque “llorar es un asunto tan pequeño”, pero ya que estamos, me emociona “‘La esperanza’ es la cosa con plumas”. Como ves en esta elección popular, la emoción reafirma nuestras creencias y, al no cuestionarlas, opera conservadoramente.

 

-Por último, como profesor de literatura, ¿cuál crees que es tu aporte en el mundo actual?

-La literatura nos pone siempre en el lugar de otro, y eso es lo que le falta a los defensores del pensamiento neoliberal. Si compartiéramos la educación, nos importaría la salud y la jubilación de los familiares de nuestros compañeros. Y a nivel lingüístico, donde juega de local, la literatura desarma los engaños en los discursos oficiales, dota de subjetividades al colectivo y amplia las maneras de decir y construir otra realidad.

 

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Ernesto González Barnert (nació el 30 de agosto de 1978, en Temuco, Chile). Ha obtenido por su obra poética el Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2018, el Premio Consejo Nacional del Libro a Mejor Obra Inédita 2014, el Premio Nacional Eduardo Anguita 2009, entre otros, además de varias menciones y becas.

Entre sus últimos libros está Equipaje ligero (HD, Argentina, 2017), la reedición de Trabajos de luz sobre el agua (HD, Argentina, 2017), Éramos estrellas, éramos música, éramos tiempo (Mago, Chile, 2018), la reedición de Playlist en EE.UU. (Floricanto Press, 2019) y en Chile (Plazadeletras, bilingüe, 2019), además de la antología Ningún hombre es una isla (BuenosAiresPoetry, Argentina, 2019). Es cineasta y productor cultural del Espacio Estravagario de la Fundación Pablo Neruda. Actualmente reside en Santiago.

 

Ernesto González Barnert

 

 

Crédito de la imagen destacada: Dirk Skiba.

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