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«Así nos ven»: La serie de Netflix que cuestiona al sistema judicial estadounidense

Dividida en cuatro episodios, esta obra audiovisual de la realizadora Ava DuVernay —y disponible en la plataforma de streaming—, contiene una fuerte crítica al tercer poder estatal norteamericano, y la cual adquiere una especial valoración en estos días de estallido racial (y social) ciudadano, debido a la violencia del actuar policial en aquel país.

Por Víctor Ilich

Publicado el 1.6.2020

Impactante. Demoledora. Necesaria. Ojalá todos los operadores del sistema judicial pudieran ver la serie Así nos ven, original de Netflix y creada por Ava Duvernay. La vi luego de que me fuese recomendada por un fiscal. No cualquier fiscal, si no uno que está a cargo de la investigación de delitos sexuales, con experiencia en la persecución penal, y aunque creo que la experiencia está sobrevalorada, no se equivocó en compartir su interés.

Sentí impotencia y una cierta desazón por lo que se entiende por justicia, luego de verla, pero también me sentí agradecido de ser parte de un sistema judicial diferente. Sí, escuchó bien: diferente.

No obstante lo anterior, aquí en Chile, las personas a veces confunden a los jueces con los fiscales, a los fiscales con los defensores y a los defensores con amigos de los fiscales.

La televisión ha influido en cómo las personas perciben al sistema judicial o lo que creen respecto a él; por ende, no es de extrañar que muchas de las expectativas de las víctimas o de los imputados estén algo distorsionadas en relación con la realidad jurídica nacional. Lo que puede y no puede hacer un juez, el alcance de un fiscal o lo que puede conseguir un defensor. En otras palabras, el alcance del poder de un juez, lo que puede conseguir un fiscal y lo que puede o no puede hacer un defensor.

Programas más contemporáneos como Caso cerrado, o más remotos como Matlock o Se hará justicia, han influido en lo que las personas esperan del sistema o creen a su respecto.

Es así como las cámaras situadas dentro de las salas de audiencia nada tienen que ver con un reality show o alguna transmisión en vivo, son solo cámaras de seguridad.

Es cierto, la justicia no es un espectáculo, y es mucho más concreta que el anhelo abstracto de justicia. Mas el desconocimiento de dicha materialización distorsiona el cómo nos ven, en lo particular, a jueces, fiscales y defensores penales.

Esto no solo tiene que ver con lo que mostramos, también influye lo que no mostramos. La ignorancia y la confusión se abrazan de tanto en tanto.

Los jueces, fiscales y defensores penales tenemos que cumplir funciones diferentes, pero incluso en medio de esas diferencias es posible advertir, en algunos casos, lo que se supone una obviedad: el anhelo de justicia de todos, no desde la vereda del optimismo ingenuo, sino de las reales posibilidades de administrar justicia para un caso concreto.

De allí que se advierta que la justicia no solo la aplica el juez en su sentencia, sino que cada cual en el rol que le toca realizar en un juicio.

Todo juicio es la reconstrucción de un relato, por ende, es relevante quién y cómo narra esa historia. No se asusten. Así también es la vida: un discurso, una narrativa impuesta o elegida. La verdad, entendida como “la realidad” o “los hechos”, puede o no apegarse o coincidir con dicha narración.

Lo sé. Quizás lo anterior no lo había escuchado antes. Es que no lo explican habitualmente, salvo en alguna escuela de Derecho o en la Academia Judicial.

Por ende, no da lo mismo quién narra y cómo se narra esa historia. De las cualidades personales puede aflorar la ecuanimidad o la arbitrariedad más salvaje. Eso es lo que se visualiza en esta serie basada en hechos reales, los cuales, lamentablemente, fueron muy reales.

En otras palabras, si quien reconstruye un relato tiene un manto de credibilidad o cierto aire de confiabilidad, se puede ser más propenso a creer a ese relato. Afortunadamente, en el sistema penal chileno, no basta con creerles a los discursos y los relatos —ni tampoco a la credibilidad de las personas—, estos deben también ser sustentados por elementos o antecedentes, léase pruebas, ya sea testimonios, documentos, peritajes científicos, evidencias materiales que contribuyan, en definitiva, por su insuficiencia, a una convicción de absolución, o tan poderosas, contundentes y categóricas, que motiven de forma inequívoca una condena.

También he escuchado que no existe la justicia, solo una administración imperfecta o que el principio de inocencia es una ficción legal. Qué duda cabe de que al momento de juzgar también hay zonas grises, en las que el blanco no es tan blanco, mas las zonas grises permiten conocer y foguear el carácter de un hombre: su prudencia y humildad, reconociendo que no todo cambio de perspectiva es un paso hacia la justicia o que las convicciones necesariamente sean la verdad. Y así como algunos perciben, en otros casos, el ánimo de jueces persecutores, fiscales que defienden sus propios intereses y a defensores ecuánimes, también es posible percibir el carácter de una persona.

Y si la conciencia es el juez que todos llevamos dentro —un juez que es posible acallar, adormecer o ignorar, pero también oír y acatar—, hay mucho en común que no es posible obviar. Ser víctima e imputado son aspectos circunstanciales. Más allá de cómo definamos el bien y el mal, por los frutos nos reconocerán o juzgarán: lo agrio y lo dulce, no es posible de ocultar.

Aún siento rabia cuando veo una injusticia, pero llegar a ser un juez justo es mucho más que sentir rabia. Por algo se comienza, dirán otros.

Recuerdo que hace años un hombre llegó detenido al tribunal por incumplimientos a su pena sustitutiva —no recuerdo si de libertad vigilada intensiva o reclusión nocturna—, tenía problemas con el alcohol, ninguna novedad en los factores a ponderar, llegó fracturado, en silla de ruedas y con una pierna enyesada. Fue una audiencia sublime. El sentenciado, luego de escuchar los antecedentes en su contra, pidió la palabra y dijo: “Pa’ que le voy a mentir, magistrado, me fui en la volá, me puse a tomar con unos amigos, me saqué la cresta, me quebré y aquí estoy; la cagué, deme otra oportunidad, por favor”. Todos percibimos tan real lo expuesto, salvo que hubiese sido un excelente actor, lo que implícitamente descartamos. De alguna forma nos sobrecogió. Hemos escuchado imputados que para justificarse concurren al funeral de su suegra, la que no está muerta, o que se han quedado en casa cuidando a un hijo enfermo, cuando en realidad no tienen hijos. Hemos escuchado tantas cosas que celebramos la sinceridad, sin ser ingenuos.

Ese día ese hombre fue acompañado al hospital por el fiscal y el defensor. Quien llevaba su silla de ruedas era el persecutor. Lo vieron mis ojos. Soy testigo. Así los vi.

Ese día, todos perseguimos ser justos. Se sintió bien. Obvio. No huyamos de la obviedad.

 

***

Víctor Ilich nació en Santiago de Chile en 1978. Egresado del Instituto Nacional y de la Escuela de Derecho de la Universidad Finis Terrae, en la cual estudió becado. Abogado y juez de garantía en la Región de O’Higgins. Autor de más de una docena de obras literarias. Algunas de ellas han sido prologadas y comentadas por destacados académicos, escritores y críticos como Hugo Zepeda Coll, Thomas Harris, Andrés Morales, Alfredo Lewin y Juan Mihovilovich.

Entre sus obras se puede citar Infrarrojo, poemario presentado por el académico, escritor, poeta y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone del Campo, quien le ha antologado, Réquiem para un hombre vivo, poemario dedicado al poeta Juan Guzmán Cruchaga (presentado por el ministro de la Corte Suprema y escritor Carlos Aránguiz Zúñiga y el ex ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Juan Guzmán Tapia), La insurrección de la palabra, Arte de un ocaso vital, Baladas de un ruiseñor (poemario erótico romántico), Dragón, escorpiones y palomas, Hojas de té, La letra mata (un texto que resucita la palabra), El silencio de los jueces, un texto para sazonar el corazón, prologado, en su primera edición, entre otros, por Sergio Muñoz Gajardo, quien fuese presidente de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia (2014-2015), Disparates, poemario relativo a la libertad de expresión y los prejuicios (2016), Cada día tiene su afán (2017), que procura motivar en la lucha en contra del cáncer, presentado por Haroldo Brito Cruz, quien también fue presidente del máximo tribunal del país, con ocasión de la celebración del Día Internacional del Libro.

Y, además, ha lanzado el poemario titulado Toma de razón, en coautoría con Roberto Contreras Olivares, poeta y ministro de la Corte de Apelaciones de San Miguel, presentado en Hanga Roa, Isla de Pascua, en agosto de 2017. En abril de 2018 junto a otros tres jueces penales publicó el libro Duda, texto fruto del taller literario que impartió, al cual luego de terminar denominó “Ni tan exacto ni tan literal”. También, en octubre de 2019, en pleno estallido social, público Venga tu reino, poemario prologado por Felipe Berríos, S..J. y Alfredo Pérez Alencart, poeta y docente de la Universidad de Salamanca.

Por último, en marzo de este año 2020, publicó el libro Al derecho y al revés, que recopila las columnas de opinión y crítica literaria escritas bajo el alero del diario El Heraldo de Linares, quien patrocinó su cuidada edición, en un libro prologado por Lamberto Cisternas Rocha, quien fuese vocero de la Corte Suprema.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Víctor Ilich

 

 

Imagen destacada: Asante Blackk en Así nos ven (When They See Us, 2019).

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