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«Trópico de libra», de Marcelo Nicolás Carrasco: La sugerencia de un pensamiento sutil

La ópera prima del joven autor chileno —lanzada hace unos días por Queltehue Ediciones— construye una maquinita astronómica de preguntas y de corolarios, en clave poética y deductiva, cuyos engranes sujetan con un idioma elegante, a las cosas que escudriñan el mundo como mirada.

Por Nicolás López-Pérez

Publicado el 5.2.2020

I

Lo primero es que este libro es la vida de más o menos un siglo. Ahora, volver al punto inicial.

Si hay otro firmamento que no es siempre sereno y hermoso es que ya no queda esperanza para ver las constelaciones que se van cruzando entre estas vidas y las otras. Cuando si queda esperanza, entonces hay una pregunta. Una pregunta del qué vendrá o qué será. Y la pregunta como paréntesis interior. Como hastío, cansancio, fatiga. O una súplica por salida. Para dejar de padecer algo. En la pregunta, un pedazo de identidad en tensión. La identidad de una pregunta. O una especie de contenido mínimo para perseguir una teoría general. Habitar la pregunta y ponerse su ropa. La identidad como una definición. Y una definición como tres cosas al mismo tiempo. Como una sustitución de nombres, que iguala. Como la atribución de una cualidad, que precisa. Como la sugerencia de un pensamiento, aquí se pide ayuda a un par de tropos. Vamos al final. Cuántos textos no generan la sensación de abundancia de la pregunta. Cuántos textos posibles no generan la ansiedad de la pregunta. Cuántos textos no nos hemos encontrado por ahí, dejándonos una inquietud o pateándola por irrelevante. Dos preguntas pendientes de resonancia. Dos preguntas ontológicas. Una por la poesía. La otra por la escritura. ESTO NO ES UN ARTE POÉTICA, dice. Pues sí. Pues no. En el interior de esa jungla se habla de una escritura de lo no escrito. Quizás, como hoy, una escritura de lo colectivo. Una identidad escurridiza, pero inquietante. Como en el misterio de Banksy. Una escritura de palabras solas, materiales que se dejan al arbitrio de una interacción extraña. Como el documental de un niño de prekinder en los ojos de un niño cursando prekinder. Una escritura que se abandona a su suerte, a su pérdida, a su maravilla. En su interior se habla de la definición de la poesía. Se oye la voz de Stella Díaz Varín, consintiendo que una vez que piense qué es poesía no volverá a escribir un poema. La poesía como cuerpo, un afuera; como trascendencia. Y la pregunta qué es poesía, pidiendo la definición, es un búmeran que retorna. Incluso que retorna en condiciones de gravedad cero. El búmeran retorna porque no impacta un cuerpo. La definición como un pensamiento. La ropa que me pongo para salir hoy. De Trópico de libra, más palabras: la poesía es la puerta de salida de este mundo para entrar de lleno en él. La poesía es en su esencia una excepción a toda regla que no existe. Poesía es una llamada telefónica que nadie hace y que algo la contesta de un lugar desconocido. La sugerencia sutil de un pensamiento. O la sugerencia de un pensamiento sutil. La pregunta por la escritura. Tal vez salí de una confusión donde no vale la pena equiparar escritura y poesía y entré en otra donde no vale la pena fomentar el poema y sí la poesía. No sé. Cuántas veces me puse dogmático para quedarme con un texto, diciendo esto es tal y cual. La poesía es, puede quedar pegada a la sustitución de los nombres y las cualidades. Pero también puede quedar pegada a la formulación de pensamiento entre tanta inestabilidad para nombrar o adjudicar. La poesía y sus cruces con los términos vida y obra. Quizás las cosas van cambiando y además de pensar, sentir, imaginar y simbolizar son verbos que vale la pena asociar al sujeto poesía. O en la idea de Mario Montalbetti aquello en qué piensa el poema y qué piensa el poema. Lo que no es más que ver al poema como un instrumento, como un objeto lingüístico, la vanagloria de las maneras de hablar y mostrar. La poesía como heurística. Y de ahí, los poemas son obreros del paraíso que aumentan las maneras de conocer y decir. Algunas ideas. Algunos rudimentos de ideas. O quizás ya me fui de lo que les dije creer. Quizás no. Desde este lado de la sospecha, un montón de respuestas posibles que vienen desde la biografía, desde la metamorfosis de lo que se escribe. Y su posterior tensión. Me quedo pensando en Trópico de libra. Me duermo.

II

Una cabecita despertando. El encuentro con las búsquedas es el lugar que nos reúne. Dos ideas que van más o menos entre los pliegues de una página y otra en una constelación que guarda dos flancos, latitud y longitud. La literatura se hace de lenguaje. El lenguaje de un mundo cuyos componentes son, en esencia, imágenes, manchas y palabras. El lenguaje de un mundo que no significa, sino que opera con la mirada y un sistema nervioso que establece asociaciones. Que el paseo comience con una lluvia de estrellas, un piano imaginario que pone a disposición de los oídos el sueño de un sonido maravilloso. Decir el sonido, ponerlo en media pauta, y salir a mirar al cielo de noche. Por fuera de la página, un lugar donde las estrellas refulgen y reverberan. La escritura trata de capturar, de decir en un tiempo fantástico el lenguaje de un mundo. Un mundo ubicado en el ínfimo porcentaje de luz en todo el universo. En el ínfimo cinco por ciento. Es en ese porcentaje, en que lo que va ocurriendo se pega a la gramática de la vida que, se resiste a ser y no ser al mismo tiempo. [“El ‘es’ no es el verdadero ‘es’. Siendo y no siendo se enfrentan sin cansarse”, como una formula y oportunidad para citar al gran poeta peruano Enrique Verástegui] Trópico de libra de Marcelo Nicolás Carrasco (Santiago, 1999) construye una maquinita astronómica de preguntas y corolarios, en clave poética y deductiva, cuyos engranes sujetan con un idioma elegante a las cosas que escudriñan el mundo como mirada. Como un trópico de Libra mirándose en el trópico de Ofiuco, un nombre que reconfigura la armonía de las esferas, como la poesía. Tal vez es el tiempo de la poesía aquí o el tiempo de la humanidad en este y otro planeta. Nunca se sabe. En este libro el poema va pensando una forma de estar y de comprender el mundo. Es el cosmos el que decide antes y se escribe, con meteoritos que caen en un paisaje donde las estrellas brillan, brillan porque la mente es irrefutable. Y se mueve cada vez que las partículas atómicas de las imágenes desaparecen y aparecen por el simple movimiento, imperceptible, más rápido que la velocidad de la luz. En una referencia cruzada, me acuerdo de un epígrafe para uno de esos proyectos que uno no sabe si serán o no, del poeta Gerardo Deniz. «Hay lluvia de estrellas. Imita sus silbidos si te atreves.» Marcelo logra ser su pasado colectivo y mutar de estructura en estructura, de función en función. En la poesía de Trópico de libra hay una tensión entre poema y matema que me causa particular interés. Quiero decir que a ratos deduzco, y la poesía es una forma de pensamiento. Quiero decir que a ratos voy sintiendo, y la poesía es una forma de sistema nervioso. Una hermosa entropía hecha libro. Un libro, una mente. Es algo y todo.

 

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Nicolás López-Pérez (Rancagua, 1990) es poeta y abogado de la Universidad de Chile. Codirige la microeditorial & revista Litost. Sus últimas publicaciones son Coca-Cola Blues (Ciudad de México: Vuelva Pronto Ediciones, 2019) y Escombrario (Santiago: Contraeditorial Astronómica, 2019).

Afiche del lanzamiento de «Trópico de libra» (2019), de Marcelo Nicolás Carrasco

 

 

Nicolás López-Pérez

 

 

Crédito de la imagen destacada: Queltehue Ediciones.

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