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«Un álbum de poesía»: Palabras que palpitan

Los versos de José Tomás Labarthe tiene el don de hacernos sentir parte de una recreación visual, de incorporar nuestra lectura a enfoques que golpean. No es casual que se introduzcan elementos gráficos muy bien diseñados -obras de Antonia Isaacson- y que apoyan determinados textos. Su apuesta es sacarnos de la modorra intelectual, de la lectura plana, de los análisis comunes.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 3.3.2019

 

«…toda cruz es un tributo a los árboles. escribir es viajar al fondo de uno mismo: rayarse».
José Tomás Labarthe

Un álbum pareciera ser un objeto inerte que recopila cosas vivas, vivas en la memoria al repasar cada fotografía, por ejemplo, al sostenerlas fijas en una página que se vuelve amarillenta, que ha derivado del papel u árbol previo y que se configura como una evocación, un guiño al pasado que revive en cada observación.

/…y en ocasiones debíamos escribir más de mil quinientas treinta y una veces: “poesía no es sólo escribir poesía…” /

/…en cualquier instante éramos sometidos a pruebas de sinéctica/, y es cierto que al principio temíamos una conmoción – ¿el fracaso? -, / pero puedo asegurar que nadie sufría de pánico escénico/. El sabor del triunfo era la tranquilidad de saber que las cosas se habían hecho según el canon de la inspiración/ («Las clases eran una fiesta», pág.14)

Sin embargo, este álbum es bastante más que una recopilación cualquiera y por una razón que resulta elemental: es de poesía, de palabras que palpitan, de frases construidas con un cuidado artesanal y una elaboración que supera la contingencia, lo inmediato, que se superpone a lo que expresa, a lo que está escrito, a lo que nos muestra; entremedio rebotan haces de luz invisibles, percepciones intuitivas, ideas que son un esbozo programado de la inteligencia, apuntes mágicos centrados en una imaginación que nos desborda y nos torna reflexivos, sensibles, emotivos.

/nuestras creaciones nunca se veían sometidas a un juicio/. A una evaluación/. Por el contrario: la cadena del autor, la obra y el lector se incendiaba completamente tras la voz de nuestro grito de iniciación: ¡libros libres, libros libres! / («Última pista», pág. 35)

Esta poesía de José Tomás Labarthe (1984) tiene el don de hacernos sentir parte de una recreación visual, de incorporar nuestra lectura a enfoques que golpean. No es casual que se introduzcan elementos gráficos muy bien diseñados y que apoyan determinados textos. Su apuesta es sacarnos de la modorra intelectual, de la lectura plana, de los análisis comunes.

Su estratificación obedece a un desorden ordenado, a esa anarquía esencial que nos deja abiertos a los giros imprevistos, que nos llevan de la mano y que nos sueltan a mitad de camino para que elaboremos nuestras propias formas de entender su discurso y podamos recrearlos sin ataduras previas. Es, entonces, una invitación a movernos en terrenos desconocidos, pero que tienen un sustrato básico: son vitales; poemas lúcidos y lúdicos, reflexivos y emotivos a la vez.

/ (Sobre su hijo muerto) / / ¿Sobre cuál tierra vagas/ niño cazador de libélulas? / («Chiyo-Ni», pág. 46)

/Con ustedes/ mi amiga imaginaria: la soledad/ («Issa», pág. 54)

/Escribo porque los poemas me lo exigen/ me lo exigen porque necesitan respirar/ («Be», pág. 79)

Sus conceptos tienen una ligazón oculta que hermana el contenido. Desde su primera advertencia: /3 toques de gong/ ¡despierta! /olvida/lo que sabes/ de poesía…/ hasta involucrarnos en sus láminas, sus triángulos abiertos, el libro de anotaciones positivas o puntos ciegos; el texto entero nos convoca, nos reclama una vigilancia especial, un llamado a no elucubrar anticipadamente, a desnudarnos e imbuirnos de algo nuevo, novedoso y que, no obstante, nos reconcilia con el mundo de las cosas más sensibles: el pasado de una infancia que regresa, con sus libertades puras, descontaminadas, con el juego prístino, con el mundo primigenio de los árboles, de la contradicción latente con el subterráneo mundo del progreso y sus torres de alta tensión, de los mensajes cifrados en haikús, en ese llamado de atención al decirnos “usted está aquí”, o terminar con esos recados cercanos a un amor cuasi carnal que nos excede y nos deja mirando al infinito.

/ viajas conmigo desde innúmeros años, / eres el momento exacto en que nací…/ («Llave de paso», pág. 105)

Un libro para ser “mirado” y “leído” al unísono, con el telón de fondo de esa campanada de advertencia, cuyos ecos resuenan mucho tiempo después de dicha confluencia, a la manera de un advenimiento, con la bella paradoja de que esa aparición surge también a nuestro alrededor: en la presencia de un álbum vivo.

 

Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante poeta, cuentista y novelista chileno de la generación de los ’90 nacido en la zona austral de Magallanes. De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua.

 

«Un álbum de poesía», de José Tomás Labarthe, con ilustraciones de Antonia Isaacson (Pequeño Dios Editores, 2014)

 

 

José Tomás Labarthe

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Crédito de la fotografía a José Tomás Labarthe: Gonzalo Cardemil.

Crédito imagen destacada: Pequeño Dios Editores.

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