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«Vi a Bob Dylan en una salitrera»: Una crónica de «Tropitambo», de Rodrigo Ramos Bañados

«Yo conocí a uno que le decían Dylan. Fue en la salitrera María Elena, pleno desierto, a finales de la década de los ‘80. Era flaco como una estaca y no tenía más de 40 años, sin hijos, pero con un quiltro al cual, por si fuera poco, le había puesto también el nombre del cantante», se lee en el texto publicado originalmente en el volumen que acaba de ser lanzado por su autor -a fines del mes de febrero- en la Biblioteca Viva de la ciudad de Antofagasta.

Por Rodrigo Ramos Bañados

Publicado el 3.3.2019

Bob Dylan estuvo a punto de venir al Festival de Viña del Mar. Dicen que su nombre salió en el verano de 1985. El festival necesitaba de un gringo country. Después de revisar su carpeta, donde había canciones como “1913 Massacre”, la organización optó por John Denver. Las canciones del gringo John eran, digamos, más pacíficas y simpáticas; además que el gringo John no se hacía problema con Pinochet. Imagínese a Bob Dylan predicando desde la concha acústica cosas contra la dictadura, o Bob Dylan dedicándole un temita a Víctor Jara. Habría sido terrible para más de alguien. ¿Qué habría hecho la buena de Maripepa Nieto al comprobar el enojo de uno de ellos?

–¿Por qué te enojas tanto amorcito? ¿Es por ese gringo que propusieron? – dice Maripepa.

–Sí, además que se parece al cantante de “Los Prisioneros”– le responden.

–¿Quién? ¿Alguno de tus prisioneros?

–No entiendes mi amor. No entiendes –responde él y se toma la cabeza.

Al revisar la foto, rato después, Maripepa dice que Bob Dylan parece un chileno cualquiera, el tipo de la esquina o algo así. También que le parece inofensivo. No parece matar ninguna mosca, afirma la mujer de las posaderas enormes. Después de esto, Maripepa besa en el bigote a su galán, y este vuelve a sonreír.

Tiene razón Maripepa. Robert Allen Zimmerman o Bob Dylan, hoy de 70 años, de aspecto esmirriado, casi frágil, podría estar parado en la esquina del barrio, pisando la pared.

Yo conocí a uno que le decían Dylan. Fue en la salitrera María Elena, pleno desierto, a finales de la década de los ‘80. Era flaco como una estaca y no tenía más de 40 años, sin hijos, pero con un quiltro al cual, por si fuera poco, le había puesto Dylan. Dylan no se lavaba mucho el pelo, por esto le quedaba apelmazado, a lo Dylan. Claro, se ganó el apodo porque era fanático de Dylan, en un pueblo tan pequeño y aburrido donde lo que más se consumía era música. En María Elena la mayoría era melómana y por esta razón, además de Dylan, por sus calles de tierra seca era habitual ver a Jimmy Page, Roger Waters y Carlos Santana. Bueno, la mayoría se parecía a Carlos Santana; algunos más gordos y otros más flacos. Carlos Santana mandaba en la salitrera.

Este Dylan, después de unas cervezas, me explicó las tres cosas que un fanático de Bob Dylan debe saber. Lo seguí, aunque a ratos encontrara gangoso el tono de su voz.

Lo primero, me dijo, es que Zimmerman adoptó el nombre de Dylan por la poesía de Dylan Thomas. En ese tiempo, uno sólo leía las “Selecciones del Reader’s Digest”. Así, Dylan me prestó un libro de Dylan Thomas. Después de esto, mi amigo me prestó libros de autores de la generación beat, como Allen Ginsberg y William Burroughs. Bob Dylan, dijo mi amigo, también era un beat.

En adelante, me sentí un beat.

Lo segundo es saber que Dylan, en el Festival de Newport Folk, en 1965, cambió la guitarra de palo que lo caracterizaba por una eléctrica. Como el público era demasiado purista, Dylan fue abucheado. El hombre no aguantó, dio vuelta la espalda y se mandó a cambiar. Ese acto pasó a la historia. Dylan era un hombre de carácter.

Y lo último sobre Bob Dylan es su accidente en moto, que más bien marcó un punto de inflexión en su vida. Nunca se supo bien cuántas vertebras se fracturó, ni que provocó la patinada. Dicen que andaba volado. Sin embargo, tras esto, el hombre se mandó una frase para el bronce: “Cuando tuve ese accidente de moto… me desperté y capturé mis sentidos, y me di cuenta de que estaba trabajando para todas esas sanguijuelas. Y no quería hacer eso. Además, tenía una familia y quería ver a mis hijos”.

Eso es Dylan.

Uno nunca sabe, pero podría haber visto a Dylan pateando piedras en cualquier rincón del país.

 

Rodrigo Ramos Bañados (Antofagasta, 1973) es periodista titulado en la Universidad Católica del Norte y escritor. Trabajó en diarios de Iquique, como los desaparecidos El Nortino y El Mango, así como también en El Mercurio de Antofagasta y en su símil de Valparaíso. Como narrador de ficciones ganó una Beca del Fondo del Libro y la Lectura (1999), realizó publicaciones de cuentos en la desaparecida Revista Sabella de El Mercurio de Antofagasta (2000), además de participar en el proyecto Microhistoria, historias de Micro (2003) que realizó la Universidad de Antofagasta, con fondos del Consejo del Libro. Entre sus novelas se encuentran: Alto Hospicio (Quimantú, 2009; Emergencia Narrativa, 2014), Pop (Cinosargo, 2010), Namazu (Narrativa Punto Aparte, 2013), Pinochet Boy (Narrativa Punto Aparte, 2016), Ciudad berraca (Alfaguara, 2018) y el volumen de crónicas Tropitambo (Quimantú, 2018), del cual se ha extraído el presente texto, cedido especialmente por su autor para ser incluido en el Diario Cine y Literatura. Próximamente Ramos Bañados publicará su primer libro de cuentos, el cual se titulará Flotantes.

 

“Tropitambo” (Quimantú, 2018), recién lanzado en la Biblioteca Viva de Antofagasta

 

 

El escritor y periodista Rodrigo Ramos Bañados

 

 

Imagen destacada: El músico y poeta estadounidense Bob Dylan (Duluth, Minnesota, Estados Unidos, 24 de mayo de 1941), Premio Nobel de Literatura 2016.

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