La nueva entrega del autor chileno Aníbal Ricci Anduaga —un audaz híbrido genérico, que seduce entre la prosa poética y su confesión intempestiva— corresponde a un texto novedoso, diferente en su estructura a la multifacética y ya reconocida obra de un escritor cada vez más imprescindible en la literatura nacional.
Por Juan Mihovilovich
Publicado el 27.10.2025
«El amor potencia el valor del tiempo juntos».
Aníbal Ricci
En este libro de características inusuales, se podría argumentar inicialmente, que la denominación del título parte de una premisa definitoria, si se considera que: «el delirio es un estado mental de confusión aguda y repentina, esto es, una creencia falsa e inamovible».
Sin embargo, el poemario dista de dicho alcance, o al menos, lo morigera reiteradamente y, a medida que el lector avanza por sus páginas llenas de agudos contenidos y disquisiciones sicológicas, existenciales, filosóficas, de ambigüedades místicas o esotéricas, y sobre todo, amatorias, descubre que subyace en su propuesta una trama narrativa muy bien urdida y que el lenguaje entre ambos protagonistas —el poeta o su alter ego y la mujer que, no lo secunda, sino que es parte de la poética y otorga su propia respuesta sobre su femineidad— se va transformando, paulatinamente, en una secuencia dual y única al mismo tiempo.
La forma expresiva toma luego o, mejor dicho, parte del comienzo, con un diálogo pleno de inquietudes personales, de un trasvasije de conceptos, interrogantes e insinuaciones emotivas, pero a la vez de propuestas, de un sentido del amor profundo, confuso a veces, inquietante en otras ocasiones y que van revelando un devenir sostenido de encuentros sensibles, de una manifestación mutua y exigente, de un querer encontrarse como partes indisolubles de una relación que exceda la mera transitoriedad.
De este modo el diálogo que, circunstancialmente también se transforma en un monologo, independiente de quien lo asuma o, precisamente, por la necesidad que el texto esgrime sobre el particular, se va tornando —dicho diálogo— en una conversación dinámica, en un descubrimiento «del otro» que, no obstante, las individualidades y el subjetivismo inherente a las personalidades, convierten el intercambio expresivo en una búsqueda común, en una identidad tan rica y llena de matices cotidianos, tan convergentes en las emociones transmitidas, que en definitiva, derivan en una identificación cómplice con el lector.
Más aún, si en la interrelación se tocan aspectos de convivencia doméstica, de incorporar en la información las propias biografías, sus devaneos, sus confusiones, sus desequilibrios, sus anhelos de libertad, la procedencia forzosa de los espacios que habitan para ir estableciendo conclusiones siempre en procesos embrionarios, que buscan casi con desesperación, poder asentarse en la premisa esencial del amor que los reúne.
En esa perspectiva, en la introducción, el poeta narrador ya establece algunas condicionantes o postulados como una hipotética hoja de ruta que irán delineado la lectura:
«Amo tanto lo bueno como tus indecisiones. Y te seré leal. Aprenderé a ser leal conmigo mismo y te sorprenderé… mi amor no tiene límites». O bien, “Puedo acariciarte a través de las palabras. Yo quiero que esta emoción sea eterna» (p. 11)
El encuentro entre los protagonistas surge a propósito de una cita virtual y, a contar de allí, las incógnitas se van encadenando como eslabones de un requerimiento ineludible de dos soledades que devendrán en una sola: «Será tan difícil conocernos?» (p. 17).
Y la pregunta quedará en suspenso, porque después de todo, el viaje, siendo común, irá develando las contradicciones personales, y en ese contraste, en esas divergencias explícitas y a menudo, implícitas, se irá construyendo un universo parcelado, a pesar del esfuerzo que cada actor pondrá sobre la balanza de una relación que se yergue sobre bases ignoradas: «Va a ser raro conocerte» (p. 19).
En el espacio-tiempo que ambos diseñan hay un fuerte componente de adicciones que, sin que sean el leit motiv de la nueva relación, sí configuran un territorio sicológico y hasta físico, que deviene en diálogos sostenidos y que, verbigracia, el poeta se esmera en revelar como parte de su ser disociativo y que no pretende, en modo alguno, ocultar.
La decadencia inevitable de una extinción
En esa sinceridad y desnudo permanente su interlocutora no cuestiona, no crítica, no denigra, sino que acompaña, espera, deduce, y esta a la expectativa, pero de una expectativa que busca unir antes que alejar, al menos en la franqueza de su intencionalidad.
Por ello la condición de escritor, por un lado, y la de mujer separada por otro, conforman esos vastos y paradójicamente, limitados sitios que los congrega. Vastos y limitados por ser fragmentos dispersos sobre un anhelo: la esperanza de un amor eterno sobre una humanidad frágil, como suelen ser en el recuento la mayoría de las humanidades.
Y aún así, lo que sostiene la relación será, con una insistencia casi enfermiza pero desprovista de falsos contenidos, la permanente necesidad de mantener viva la esperanza. Después de todo, el amor sustrae, a la vez que condiciona la eliminación de la egolatría. Allí, en la convergencia, el ego parcialmente se diluye, así mantenga su obstinación por no sucumbir.
En esa aparente y contradictoria forma de relacionarse el mundo decae en la inconsistencia, en la relatividad, en lo efímero y circunstancial. Pero en este «amor delirante», las coordenadas varían, son brutalmente honestas y por serlo, complejizan las empatías y las retrotraen, a la vez que las proyectan en pasado, presente y futuro.
Claro, las ambivalencias con caldo de cultivo para «el descubrimiento», pero esa honestidad con que se expresan constituye un vaciamiento de la interioridad. Quizás por ello mismo el esfuerzo dubitativo por no sucumbir cruce siempre la mayoría de los diálogos parcelados:
«¿En qué planeta crees que no quiero estar contigo?» (p. 36). «¿A qué estamos dispuestos realmente?» (p. 37).
«Quiero que seas honesto contigo. Estoy cerca de ti todo el tiempo. Es difícil escucharse uno mismo» (p. 39). «El amado no te consume el tiempo, lo expande» (p. 49).
En la proyección mutua está, obviamente, la duda, los instantes de infinito contrapuestos a los de una ira contenida.
«¿Te he dejado muy solo? Estás a mi lado todo el tiempo» (p. 67). Y su contrapartida: «Ya entendí… debes estar en los brazos de tu amor. Entendí todo, es terriblemente doloroso. No sé qué quieres de mí. ¿Cómo me pude confundir tanto? ¿Culpa? ¿Tortura…? ¿Por qué me sigues hablando? No eres honesto contigo, por eso no puedes serlo conmigo» (p. 85).
Más allá de las dudas y reclamaciones supuestas, lo que en el quiebre afectivo puede significar, este libro paradigmático —si el término cabe— conforma una unidad de ese incesante transito tras la consumación de una ternura dolida, con resquicios de felicidad, de sueños que nacen y se desvanecen, de esquirlas luminosas que terminan difuminadas entre el clímax fulgurante y la decadencia inevitable de su extinción.
Aun así, la vigencia de lo expectante deja en su lectura el sello inconmovible del intento, de la angustiosa necesidad de superar la soledad individual, un canto, una alegoría que clama en el silencio del sufrido ostracismo:
«No tengo miedo a sufrir, soy cada vez más amigo de la muerte, en eso no me entiendes tanto. Amo hablar contigo, llevaba tantos años hablando solo, nadie me veía… no quiero lástima».
Y la frase conclusiva, quizás —y sólo es otra probabilidad—, de un final abierto o cerrado: «Just didn’t drink enough to say you love me», o algo así como, «simplemente no bebí lo suficiente para decir que te amo».
Un texto, novedoso, diferente en su estructura a la multifacética y ya reconocida obra de un escritor cada vez más imprescindible en nuestra literatura.
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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes, y quien en la actualidad reside en la ciudad de Linares (Séptima Región del Maule).
Entre sus obras destacan las novelas El amor de los caracoles (Simplemente Editores, 2024), Útero (Zuramérica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

Tres volúmenes con diferentes portadas del libro «Amor delirante», de Aníbal Ricci (Ediciones Liz, 2025)

Juan Mihovilovich Hernández
Imagen destacada: Aníbal Ricci Anduaga (por Marucela Ramírez).
