El economista chileno —lejos de seducir a su electorado mediante un contenido ideológico—, lo realiza a través de una máquina de emociones que opera por contagio y afecciones, donde los sentimientos circulan entre cuerpos que sin pasar por la mediación del significado, lo hacen a través de un flujo que atraviesa momentáneamente la rigidez de las identidades políticas tradicionales.
Por Mauro Salazar Jaque
Publicado el 14.11.2025
«Convencidos de su hegemonía, ciertos de la orfandad de los rebeldes, de la noche que nunca acaba, efusivos con las trampas del mercado, los demiurgos cifran su imposibilidad, los asesores de su propia enfermedad nos convocan al reconocimiento de una expulsión que nunca terminara».
El fenómeno Parisi (Political Trader) no accede, he aquí donde comienza la perplejidad del análisis, a la inteligibilidad mediante esos protocolos del reproche, de la indignación épica, cuando la vida cotidiana ha sido devastada en sus fundamentos. Irrumpe, más bien, como cristalización de un proceso. Todo migra tras la paroxística neoliberal, vacío operacional de toda gobernabilidad.
Franco/Parisi encarna —palabra precisa— la paradoja inmunológica en su formulación más cruda. Un vector que se constituye precisamente mediante el rechazo de toda comunidad sustantiva, pero que requiere de la comunidad para existir como el mismo rechazo afectivo.
La franqueza misma —la apertura sin velo que Parisi promete— es ya un cierre, una clausura de lo que pretende revelar. Su «Partido de la Gente (pero sin gente)» es la inmunización llevada a la potencia: no hay protección de comunidad alguna, sino negación activa de que tal comunidad pueda existir.
El nombre porta su propia contradicción irresuelta: invoca lo que niega. La forma política que dice «gente» en el preciso instante en que borra la posibilidad de que esa gente se constituya como tal.
Decir «outsider» es, para nuestros analistas, la revelación de su propia mudez: ese momento donde la categoría se desmorona en sus manos y descubren, con la sorpresa de quien ha vivido ajeno a sí mismo, que jamás tuvieron palabras para lo que observaban.
El término funciona como espejo donde la teoría contempla su insuficiencia. Parisi —más que Franco, pero sin agotarlo en demonología alguna— invoca informalidades que pasan por los eriazos del territorio. Afecciones de una subjetividad psicotrópica que los expertos, en su comodidad hermenéutica, no pueden sino nombrar equívocamente.
Territorios librados durante cuatro décadas a un régimen tanatopolítico donde la vida fue asfixiada en las aceras, sin lograr articular formas tradicionales de politización —precisamente aquellas que los intelectuales de salón aún esperan encontrar—.
Los endebles, los informales, los coléricos, los tristes, los juguetes rabiosos —esa capa media popular distópica cuya existencia carece de inscripción institucional segura— constituyen precisamente el material político que Parisi («The Speculator» y «Tele-candidato») captura operacionalmente en los emprendizajes fallidos.
Así, los trabajadores nómades —temporeros cuyo cuerpo apesta a pesticida, migrantes que cargan la patria en pantalones rotos— no son figura retórica, sino cadena epidemiológica. Votos inconexos, donde circulan sujetos de la exconcertación sin consuelos y emprendimientos fallidos de Piñera, que coinciden numéricamente sin constituir jamás un nosotros.
Singularidades que comparecen solo para ratificar su propia dispersión irreversible.
El vector es completamente transgredible
La paradoja no admite sino enunciación precisa. Es una congregación que permanentemente se rehúsa a condensarse: singularidades que comparecen sin comparecer. Los congregados permanecen como multiplicidad que insiste en no-ser-múltiple. Lo que Parisi captura no es un sujeto político potencial, sino la imposibilidad misma de que tal sujeto advenga.
Su operación revela «subjetividades suspensivas» cuya existencia no puede articularse sino como contradicción irresuelta —homilía de los bipolares— como dispersión radical que toca los íntimos fundamentos de lo que podría nostálgicamente llamarse «acción colectiva».
Pero aquí surge lo que ningún análisis se atreve a pensar: el vector mismo que administra esta imposibilidad no es neutral. De momento, Parisi no conduce demasiado; inviste aquello que la dispersión atraviesa. El sujeto que lo erige como forma política lo hace porque sabe —sin saberse— que puede transgredirlo en cualquier momento. La papeleta que lo marca es la misma papeleta que lo abandonará.
El «Partido de la Gente sin gente» obtiene 19,71% porque encarna la infinita guetización. Entonces, los mismos que lo abrazan —en esa zona opaca donde habitan los «juguetes rabiosos», incluso los esperanzados, quienes abrazan la candidez— pueden deshacer aquello que acaban de hacer.
En su girar tanático, Parisi lo sabe por lejos: mediante la promesa de no-promesa, capturando mediante la ausencia de proyecto (¿el no-sujeto de la política?, vaya ironía). Pero tal administración de lo imposible reposa sobre base frágil: la aquiescencia de esos mismos sujetos que se supone debe contener. Y la aquiescencia es siempre revocable.
Cuando Johannes Kaiser o Pamela Jiles —cuestión de meses— reclamen acuerdos católicos, los diputados del PDG descubrirán que Parisi es apenas médium de una voluntad que jamás fue suya. La traición de los diputados no constituye fracaso, sino cumplimiento de la lógica que lo reproduce: los singulares permanecen, constitutivamente, libres de compromiso con la forma.
Más allá de una temporalidad, Parisi no controlará a sus diputados porque jamás fueron sus diputados. Fueron diputados de sí mismos en el acto de marcar la papeleta más individual. ¿Y el electorado? Aquellos que marcaron sin fe descubrirán —distópicos, anarcos, emprendedores, bienaventurados— que la ausencia de fe les permite retirar lo dado. No hay traición sino reversibilidad de un acto que jamás supuso compromiso.
El vector Parisi es transgredible precisamente porque los sujetos que lo constituyen saben, intuitivamente, que su participación no los obliga a nada que no sea constancia de su propia existencia como imposibilidad. Los aliados políticos descubrirán que aliarse con un vector de dispersión es aliarse con aquello que, por definición, no puede sostener alianza. La forma política que captura 19,71 % sin coherencia ideológica es también forma que puede ser abandonada sin culpa.
La verdadera perversión no reside en la persona biográfica, reducida a mero Villano, sino en el orden neoliberal que ha producido activamente sujetos cuyas existencias se viven como paradojas sin enraizamiento afirmativo. Parisi es el vector mediante el cual tal paradoja adquiere forma electoral. Pero el vector es completamente transgredible.
Cuando la dispersión descubra que Parisi es apenas uno entre infinitos nodos de su propia desarticulación, el vector habrá cumplido su única función: visibilizar mediante su propia fragilidad la imposibilidad radical de toda política que aún cree poder mediar entre singularidades constitucionalmente inconexas.
No hay victoria de Parisi, hay administración de lo imposible. Pero esa administración reposa sobre base que ignora su vulnerabilidad: el sujeto des-subjetivado permanece radicalmente libre —libre en el sentido más terrible, el de quien nada tiene que perder— de transgredirlo cuando su mera existencia lo exija.
La máquina que mejor lee la atomización es también la máquina más fácilmente disoluble. Parisi es vector precisamente porque puede ser atravesado. Y lo será. No por traición, sino por indiferencia estructural de esos singulares que jamás lo eligieron, sino que apenas lo usaron momentáneamente como registro de lo que no podía escribirse de otro modo.
Esta operación política, al prescindir deliberadamente del partido como mediación institucional, apenas cataliza operacionalmente lo que ya estaba estructuralmente presente: desarticulación, imposibilidad de mediación tradicional, atomización irreversible del campo popular.
Revela precisamente lo que la izquierda se niega persistentemente a ver: que el sujeto des-subjetivado de la contradicción irresuelta es ya condición constitutiva de posibilidad de cualquier política que pretenda no ser simple reproducción de lo existente.
Escritura de lo que no puede escribirse
El Partido de la Gente sin gente es «política muda» de aquello que no puede escribirse: presencia que es pura ausencia, forma que no forma nada, significante flotante que captura porque no promete llenar su vacío. Cada voto es firma de quien se borra en el acto de marcar.
Así, el nombre funciona como «catalizador» —añade para compensar lo que radicalmente falta—. El resultado es «diseminación»: votos inconexos que coinciden numéricamente sin constituir un nosotros. El oxímoron es que se organice un «Think Tank»: el campo intelectual, si extramuros, no puede reconocer como pensamiento político lo que emerge fuera de sus muros de producción teórica.
Mientras se sigue buscando el sujeto político que alguna vez conoció, Parisi administra la exposición crudísima de que ese sujeto no existe, de que lo que existe es apenas dispersión, singularidad, imposibilidad de síntesis. No es victoria de Parisi. Es derrota compartida de todas las fuerzas políticas que aún creen que la política es posible en el sentido que le otorgaban.
Las perversiones de Franco/Parisi no son sino epifenómenos visibles de un régimen tanatopolítico que la geopolítica neoliberal ha producido activamente en el seno del campo popular chileno.
Esta figura bifronte no causa la descomposición; apenas la administra operacionalmente con eficiencia táctil, con oferta labial cuidadosamente calibrada, reconociendo a sus congregados en su verdadera materialidad: sujetos des-subjetivados, singularidades que no pueden ser articuladas en clase. Formas de vidas en el dorso de lo ontológico, lo político y lo ético permanecen escindidas.
La paradoja que obliga a todas las fuerzas políticas a contemporizar una derrota que es, paradójicamente, su verdadera victoria política. Parisi no controlará a sus diputados; quizá en lo táctil, los diputados controlarán a Parisi, cual secretario de una dispersión que jamás será voluntad.
Cuando sea necesario negociar, los diputados del PDG desaparecerán uno a uno en el acto mismo de negociar, respondiéndose a sí mismos como si fueran otro. Los mismos que lo eligieron lo abandonarán cuando su mera existencia lo exija, porque nunca estuvieron realmente ahí, sino apenas usando su nombre como catalizador de lo que no podía escribirse de otro modo. La política se revela, así, como lo que siempre fue: escritura de lo que no puede escribirse.
Lo verdaderamente pavoroso no habita en la persona biográfica, sino en ese orden económico-político neoliberal que ha producido activamente sujetos cuyas existencias no pueden sino vivirse como paradoja irredimible, sujetos que son la huella de su propia imposibilidad.
Reconocer esto no absuelve a Parisi ni abandona la crítica. Exige, más bien, pensar con mayor profundidad materialista aquello que su emergencia política deja inscrito: el campo popular chileno, abandonado a su descomposición durante tres décadas, ha dejado de ser inteligible mediante los conceptos que la izquierda hegemónica sostiene como verdad. Ha dejado de ser, simplemente.
Parisi no seduce mediante contenido ideológico, sino mediante una máquina de afectos que opera por contagio y afecciones. El afecto circula entre cuerpos sin pasar por la mediación del significado. No se trata de adhesión sino de captura de un flujo que atraviesa, que deterritorializa momentáneamente la rigidez de las identidades políticas tradicionales.
El afecto Parisi es distopía, afección: abre líneas de afecto donde la política de partidos había cristalizado. Sus seguidores no creen en él; devienen con él, en esa zona de indeterminación donde los cuerpos alcanzan velocidades impredecibles.
Lo que parece inconsistencia es, en realidad, la marca de una política que opera en el registro del devenir más que en el de la representación. Cuando los diputados lo traicionen, no habrá traición.
«Mía es la vergüenza, yo daré el justo pago». Antiguo Testamento.
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Mauro Salazar Jaque es sociólogo (2002) y doctor en comunicación por la Universidad de la Frontera-Universidad de Roma-La Sapienza, Roma (Dual PhD, 2024).

Mauro Salazar Jaque
Imagen destacada: Franco Parisi.
