[Entrevista] Juan Ignacio Izquierdo: «Para que un escritor pueda vivir, necesita leer»

El joven sacerdote católico chileno —autor de una premiada novela y asimismo de un ensayo dedicado a combatir la adicción a la pornografía— dialoga con el Diario «Cine y Literatura» en relación a las intimidades creativas propias de su oficio como narrador, pero también acerca de Dios, la vida, y todo lo demás.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 28.11.2025

El presbítero Juan Ignacio Izquierdo Hübner (33 años, abogado, doctor en teología y actual capellán de los colegios Tabancura y Huelén) acaba de publicar su segundo libro: Ojos nuevos. El amor es más fuerte que la pornografía (Ediciones Semillas, 2025).

Sin ir más lejos, el mencionado texto corresponde a un ensayo que bajo los códigos narrativos y la estética de una obra de teatro, aborda en profundidad uno de los temas más urgentes y polémicos, de la educación centrada en la formación intelectual para jóvenes y adolescentes: las pantallas digitales y la difusión de la pornografía.

Así, y previo a incursionar por esas tormentosas aguas físicas, psíquicas y emocionales, el padre Izquierdo publicó la ficción narrativa de Todos los caminos conducen a Claudia (2024), la cual obtuvo el primer premio del VII Concurso de Novela de la prestigiosa editorial española Didaskalos.

En esta conversación, el joven autor nacional se explaya acerca de sus dos libros presentados hasta el momento, pero también sobre su visión más amplia de la literatura, y asimismo en su acercamiento personal a las letras y a los temas que en su desarrollo artístico lo inspiran.

Con todo, buscamos la profundidad, la respuesta sincera, el manifiesto o credo artístico, salido desde sus propios labios:

«Sigo sumergido en la cuestión del amor», adelanta el escritor.

 

«Siempre me ha golpeado el poder de la palabra escrita, su aura mágica»

—¿Cómo se produjo tu acercamiento a la literatura y a la escritura en específico?

—Siempre me ha golpeado el poder de la palabra escrita, su aura mágica. Podría señalar varios ‘hitos’ en la historia de ese asombro: el primero tiene relación con la caída de mis dientes de leche.

Recuerdo la emoción que sentí al dejar el colmillo o la paleta bajo la almohada, y la ansiedad que arreciaba a la mañana siguiente por si había ocurrido el intercambio. Junto a la moneda —que guardaba en el cajón para invertir luego en algún kiosko— solía encontrar un sobre. Lo abría con prolijidad. Era raro quedarme a solas con una carta manuscrita del Ratoncito. Una hoja escrita con lápiz Bic azul, letra grande, en la que figuraban un par de consejos para portarme mejor, o algún elogio por lo que estaba haciendo bien.

Guardé esas cartas. Años después, al comparar esa caligrafía azul, descubrí que el Ratoncito solo era un seudónimo de mi mamá. Mientras más lo recuerdo, más valoro ese esfuerzo. Y ahora, cuando uno escribe libros que aspiran a ser Literatura, ¿no se trata de algo parecido?

Escribir una carta —aunque tenga forma de novela— admite esa distinción: uno es el autor, pero muchos otros la pueden firmar: un abogado italiano, un niño, un ángel, o incluso un ratón.

 

«La bendita micro 286»

—¿De qué manera combinas tus exigentes labores sacerdotales con tu vocación artística de escritor?

—Para que un escritor pueda vivir, necesita leer. Los libros son como la savia del árbol. Así que cada espacio libre que tengo lo aprovecho para leer. El año pasado, por ejemplo, llegué a enamorarme de la micro que me llevaba los jueves y viernes al Colegio Almendral, en La Pintana.

Un amigo exalumno del colegio Nocedal me cambió la vida con un dato: ‘Hay un recorrido nuevo, la 286. Va más directo, puedes viajar sentado y tendrás una hora veinte para leer sin que nadie te distraiga’. Me prometió un paraíso sobre ruedas. ¿Exageraba? Para nada. Llegué a encariñarme mucho con ese bólido: ‘Un Mercedes Benz con chofer’, según dice un amigo para referirse al Transantiago.

Recuerdo uno de esos primeros viajes. Eran las 7.00 horas, tenía las manos en los bolsillos para que no se enfriaran, el sol estaba recién levantándose y los tres o cuatro hombres que esperaban en el paradero de Vespucio no tenían muchas ganas de hablar.

Tanteé terreno preguntándoles qué micro esperaban ellos y a partir de ahí les tiré un poco la lengua. Uno me explicó que eran conserjes de edificios de la zona y que volvían a sus casas para dormir durante el día. Y también para dormir durante el viaje, como comprobé nada más subirme al bus.

En la 286 había asiento para todos: ellos cayeron rápidamente en brazos de Morfeo y yo abrí Guerra y paz para entretenerme con las campañas de Napoleón.

Así fue como, en poco más de un mes, terminé esa novela gigante. Después fue el turno de Las uvas de la ira. Y así sucesivamente. Cada viaje, sobre todo el de ida, equivalía a una hora veinte de lectura pacífica. Bendita 286.

 

«Lo específico de la literatura no es contar historias, sino contar bien esas historias»

—¿Dónde y de qué forma, tuviste el latido inicial de Todos los caminos conducen a Claudia?

—Empecé a escribir este relato en 2018, poco después de llegar a Roma para estudiar teología. A veces aprovechaba una ventana de clases para sentarme en algún banco de Piazza Navona, sacaba un cuaderno y me ponía a describir lo que estaba viendo.

La iglesia barroca, la fontana, el ir y venir de los turistas. Otros días, con picnic en mano, almorzaba frente al Panteón y retomaba las descripciones. Cada sesión era un gozo. Una experiencia realmente difícil de superar.

Viví dos años en Roma mientras cursaba el máster en teología. Después tuve la oportunidad de viajar a Pamplona, España, para estudiar el doctorado.

Ahí conocí a dos poetas y un novelista de mi edad; nos hicimos amigos y aprendí de ellos lo más que pude. Entre libros y conversaciones de lo más variadas, ellos me ayudaron a mejorar mi historia, a encontrar mi estilo, a descubrir que lo específico de la literatura no es contar historias, sino contar bien esas historias. No se trata tanto del qué, sino mucho más del cómo.

En este punto valdría la pena detenerse para hacer un elogio de Pamplona. Esa ciudad es el paraíso del estudiante y del escritor. Nunca necesité auto, pues todas las distancias son caminables. Entonces tienes la posibilidad de fijarte en las nubes, pues el Ayuntamiento arregla los adoquines de las veredas antes de que se suelten, de modo que la mirada queda libre de preocupaciones y disponible para la contemplación.

Tampoco hay gigantografías publicitarias que violenten el paisaje, ni papeles en las calles, ni perros sueltos, ni ciclistas por las veredas, ni sirenas de alarma.

En cambio, hay parques, plazas limpias, rotondas con flores y fuentes, familias con niños que juegan, ríen y conspiran para que sus padres les den dinero para dulces, matrimonios mayores que pasean tranquilos, dando testimonio de una felicidad sencilla, o runners que intentan bajar de peso (pues dicen que en Navidad se suben tres kilos con tanto turrón y luego durante el año solo se consiguen bajar dos).

Con todo, en el año 2022 envié el proyecto a unas diez editoriales. La buena noticia fue que me respondieron cinco. La mala fue que me escribían para decirme que no. Así que seguí trabajando el texto, puliendo escenas, pidiendo a otros amigos que revisaran los capítulos.

En 2023 me presenté a un concurso y perdí. Al año siguiente probé suerte en el VII Concurso de la editorial Didaskalos. En mayo de 2024 me dieron la noticia: había ganado. El premio fue la publicación. Más importante aún, valoré el aprendizaje y los amigos que hice en el camino.

 

«Intento reflexionar, desde la sonrisa, sobre el gran capítulo del amor»

—¿Cuáles fueron los principales desafíos creativos y formales a los cuales te enfrentaste en el proceso narrativo que te condujo a la obtención de esta novela, tu opera prima?  ¿Nos puedes hablar con detalle al respecto?

—El principal desafío creativo al que me enfrenté al escribir esta novela fue conjugar tres elementos aparentemente dispares: Roma, romance y risas. Mi objetivo era lograr que esos tres ingredientes se fusionaran de una manera que, sobre todo, resultara entretenida.

Para lograrlo, diseñé una estrategia sencilla. Primero, cada capítulo de la novela transcurre en un lugar distinto de Roma. Segundo, los personajes discurren en un ambiente de humor sencillo, tranquilo, y quizá con un estilo más inglés que italiano.

En tercer lugar, no todo son risas, pues el relato apunta a algo más grande: intento reflexionar, desde la sonrisa, sobre el gran capítulo del amor.

 

«Leer es una forma de recibir, de dejarse transformar»

—¿Cuáles son tus referentes narrativos y literarios?

—Como decía George Steiner, ‘una buena crítica es un agradecimiento’. Yo también lo siento así. Leer es una forma de recibir, de dejarse transformar; siempre he sentido gratitud por los autores que me han infundido amor por la palabra.

He leído cosas muy variadas, no he logrado ‘especializarme’ demasiado. Más bien he seguido el gusto, o las recomendaciones de amigos (y las ganas de comentar la lectura en torno a un café).

Para responderte de forma más concreta, quizá te puedo mencionar cuáles fueron los libros que más me sirvieron para escribir Todos los caminos conducen a Claudia.

Destacaría tres: El Vaticano como nunca te lo habían contado, de Javier Martínez Brocal; Roma desordenada, de Juan Claudio de Ramón; y Un año en Roma, de Anthony Doerr.

Pero hay varios más muy buenos, como Historias de Roma, de Enric González. Cada uno, a su modo, me ayudó a mirar Roma no solo como una ciudad, sino como un personaje más de la novela.

 

El sacerdote y escritor chileno Juan Ignacio Izquierdo Hübner junto a sus padres y hermanas

 

Pornografía: «La instrumentalización de las personas»

—Acabas de publicar un segundo libro, Ojos nuevos. El amor es más fuerte que la pornografía. ¿Tiene alguna continuidad con la publicación anterior?

—Sí. Sigo sumergido en la cuestión del amor, pero ahora desde el otro lado de la moneda.

Este segundo libro es un ensayo que versa sobre lo contrario del amor: la instrumentalización de las personas en la pornografía.

 

«Las dificultades para domesticar el celular y protegerse»

—¿Qué impulso intelectual y filosófico te motivó a indagar en el tema de la pornografía, el que inspira a tu nuevo texto?

—Mientras me preparaba para la ordenación sacerdotal, yo sabía que mi trabajo consistiría en dedicar horas y horas a conversar con jóvenes y adultos sobre las dificultades para domesticar el celular y protegerse de la pornografía.

Recuerdo una conversación que tuvimos en el Seminario con un sacerdote español joven: ‘Llegué al colegio —nos decía— con ganas de hablar a los chavales sobre la Santísima Trinidad. Quería desafiarlos intelectualmente. Sin embargo, me he pasado el año ayudándoles a gestionar mejor el móvil. Casi no he hecho otra cosa’.

Por esto me animé a estudiar y escribir sobre el tema, pues caí en la cuenta de que era una necesidad profesional. Mi sueño es que algún joven que tenga dificultades con la pornografía lea este libro y le parezca útil: que pueda decir que adquirió los recursos que necesitaba para liberarse de esa costumbre para siempre.

 

«Ver a Dios cada día con más nitidez»

—¿Cuál corresponde, a tu entender, la clave para evitar en adolescentes, jóvenes, y quienes ya no lo son tanto, la adicción a la pornografía?

—Tener una mirada positiva del tema. Para lograrlo es importante reconocer que superar la pornografía no es el final de la historia, sino solo el principio.

Ahí empieza lo bueno: se comienza a ver a Dios, cada día con más nitidez. En la medida que la persona esté más libre de contaminación descubrirá que es capaz de valorar otros sabores, colores o sonidos de la realidad que antes no percibía.

Por eso, en la medida que el lector avance con el libro, le recomendaría que salga de excursión al sur de Chile para admirar nuestros bosques de araucarias y las montañas nevadas; que conozca la mejor música de Mozart mientras viaja con los amigos; en definitiva, que realice un ejercicio práctico de transformar los ojos cansados en ojos nuevos.

 

«Uno de los consejos que me dio José Miguel Ibáñez fue concentrarme en la gran poesía chilena»

—¿Qué opinión tienes acerca de la literatura chilena contemporánea?

—Tengo ganas de conocer a más escritores chilenos. Estuve seis años fuera de Chile, regresé en febrero del año pasado y todavía estoy poniéndome al día. Echo de menos la tertulia literaria que tenía en Pamplona con mis amigos escritores.

En Santiago todo parece más frenético, hay poco tiempo, y tengo la impresión de que los escritores —en vez de reunirse a conversar— tienen cada uno sus podcast o blog.

Hay un autor chileno que para mí es sumamente importante. Me refiero al sacerdote y poeta José Miguel Ibáñez Langlois. Lo conozco desde hace tiempo, pero fue en España donde realmente descubrí sus libros, empezando por su tesis doctoral de Literatura. Leí casi todo lo que escribió, y quedé fascinado. Cuando volví a Chile, tuve la oportunidad de visitarlo para conversar sobre poesía. Terminé pidiéndole una selfie.

También ee leído a Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Nicanor Parra (un maestro del humor), Benjamín Labatut, Roberto Ampuero, Guillermo Parvex o Vicente Hübner (mi primo experto en libros de fútbol).

Poco a poco me voy situando, y quisiera ser cada día más ‘chileno’ en mis lecturas. Uno de los consejos que me dio José Miguel Ibáñez fue concentrarme en la gran poesía chilena (partiendo por Neruda, Mistral y Parra). Según él, hay ahí un tesoro de nivel mundial que los más jóvenes deberíamos rescatar y valorar.

 

«Escribo como si Dios existiera, eso de todas maneras»

—En el ejercicio de tu rol de escritor, ¿mantienes una visión del ser humano en particular, dependiente de tu compromiso religioso?

—Soy sacerdote, pero no pretendo instrumentalizar la literatura para fines de evangelización. Las historias deben explicarse por sí mismas. Escribo como si Dios existiera, eso de todas maneras.

Por ejemplo, en Todos los caminos conducen a Claudia, las campanas repican para anunciar el ángelus, Matteo se encuentra con Claudia a la salida de Misa, y algunos personajes rezan de vez en cuando, como una costumbre natural en sus vidas.

Es un estilo que me recuerda los ensayos de Flannery O’Connor, o los cuentos de Giovannino Guareschi, autores que cuentan con la dimensión espiritual de la realidad sin distraerse de la historia misma. En resumen, no busco la moraleja explícita; mi objetivo es contar una historia convincente.

Por otro lado, creo en el poder de la Literatura, que, por su propia naturaleza, invita a levantar la mirada hacia Dios.

En el caso de mi novela o mi ensayo, a un Dios que ríe y goza la vida. Las peripecias de Matteo por ganarse el corazón de Claudia son torpes, a veces inverosímiles y casi siempre caricaturescas. Las dificultades de Vicente en Ojos nuevos son sencillas, a ratos desafiantes, pero dejan buen sabor de boca.

 

El novelista y presbítero Juan Ignacio Izquierdo también ejerce como capellán de los capitalinos colegios Tabancura y Huelén

 

 

 

 

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«Todos los caminos conducen a Claudia» (Editorial Didaskalos, 2024)

 

 

 

«Ojos nuevos» (Ediciones Semillas, 2025).

 

 

Imagen destacada: Juan Ignacio Izquierdo Hübner.