Novela «Historia de la violencia»: El reflejo del rencor sobre un espejo

En la ficción del genial autor francés Édouard Louis tenemos a su protagonista (quien tiene el mismo nombre y apellido que el escritor) intentando recomponer su destrozada identidad, luego de un violento ataque. A partir de este trauma, la voz narrativa realiza un detallado estudio sobre el aislamiento, la soledad, el racismo, el odio hacia uno mismo, la incomunicación, esa sensación de que la vida pasa fuera de ti, sin tu participación, y donde vemos la dificultad del compromiso social y de poder generar lazos.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 5.12.2018

El joven escritor francés, Édouard Louis (1992), quien se hiciera conocido por su novela Para acabar con Eddy Bellegueule (2014), presenta otra traducción al castellano de un texto que sigue en la línea de su estilo autobiográfico y confesional, una tendencia que se ha popularizado durante la última década. En Historia de la violencia (publicada originalmente en 2016 y cuya edición en castellano es de 2018) entrega una narración compleja en su dolor; es un relato donde: “todo el mundo podía potencialmente convertirse en peligroso, incluidas las personas que me eran más cercanas”.

En Historia de la violencia tenemos a su protagonista (que tiene el mismo nombre y apellido que el autor) intentando recomponer su destrozada identidad, luego de un violento ataque. A partir de este trauma, Édouard realiza un detallado estudio sobre el aislamiento, la soledad, el racismo, el odio hacia uno mismo, la incomunicación, esa sensación de que la vida pasa fuera de ti, sin tu participación; vemos la dificultad del compromiso social y de generar lazos: “… tengo miedo de no creer más, de no creer en nada y de oponer a lo absurdo de mi vida otras cosas igualmente absurdas”. Asimismo, vemos narcisismo, envidia y proyecciones; la ‘felicidad’ de los otros, la imposición de modelos de satisfacción, belleza, reconocimiento, y el bienestar planificado por el sistema y la publicidad más burdamente neoliberal.

Es clave, simbólico, que el momento del atraco ocurra en el día de Navidad, cuando Édouard regresa a su departamento, después de comer con unos amigos. En la calle engancha a Reda, un tipo con pinta arábiga, por el que siente una atracción inmediata, a la vez que piensa: “… se interesa por ti porque las calles están vacías… porque no hay nadie más… porque eres el único que está a estas horas en la calle”. Pero este arrebato carnal que lo magnetiza hacia el representante de la belleza exótica, le saldrá más que caro. Después de que la pasión es saciada, otros impulsos salen a flote: el resentimiento, la rabia, la incomprensión y el oportunismo son estudiados con detalle en la narración, una vez que el protagonista comprende que ha sido víctima de un robo y que, sin mayor problema, su atacante está dispuesto a matarlo.

Un aspecto interesante de Historia es que la narración es transferida a la hermana del protagonista, Clara. Por su voz nos enteramos del testimonio como eco en diversos receptores. Clara muestra un tono que mezcla compasión y condescendencia. Ella está relatándole los hechos a su marido, quien no interviene jamás, salvo hacia el final para decir que tiene que salir a trabajar—se explica que es un camionero de pocas palabras. Clara nos comparte el contexto del pueblo en el que crecieron y comenta las dificultades de su hermano para expresar su identidad: “Tú sabes cómo es la gente aquí, los conoces como yo, son campesinos, nos habrían acosado por lo menos durante cinco generaciones, no exagero”. Por eso, “le pedimos que controlara el amaneramiento y que no fuera demasiado provocativo, demasiado excéntrico, en el vestir”.  Mientras Clara le cuenta la historia a su marido, vamos viendo los estigmas y el relato que resulta en “versiones”. La voz narrativa interviene el recuento de la hermana al cuestionarlo, corregirlo, reprocharlo, pues Édouard escucha, escondido detrás de la puerta del dormitorio matrimonial, la versión de la hermana, un relato digerido para la comprensión de su marido.

Clara complementa la genealogía familiar, donde abunda el resentimiento y el despecho. Ahí hacen su aparición los padres: la madre nos muestra otra terrible realidad, desde su perspectiva como cuidadora de ancianos: “Tenía ganas de vomitar, me aguantaba, pero es duro tener que contenerse las ganas de vomitar todo el tiempo para no añadir a toda esa mierda el vómito, porque, si no, no se acaba nunca de salir de ella…”. Y el padre también es convocado cuando surge el discurso racial. Cuando Reda (fichado en la policía como “Tipo magrebí”, referencia a etnias del norte de África que sugiere, más que un origen geográfico, una identidad delictiva) le pregunta si Édouard tiene ancestros ingleses o alemanes, éste evoca al padre, quien decía: “soy francés de pura cepa, sin mezclas”.

Este es el tema más crítico del libro, esta representación de las identificaciones raciales que vemos en el conflicto entre esta supuesta identidad pura europea, versus Reda, cuyo padre es un inmigrante africano. A pesar de que le sorprende el racismo en todas sus facetas, Édouard representa la pureza gala: él escucha con empatía el relato que Reda hace de su padre, pero el mismo Reda revela vetas racistas; reconoce que los árabes no le gustan. Esta es otra de las aristas de Historia de la violencia: el conflicto con uno mismo; el odio hacia uno mismo y la lucha interna por no caer en prejuicios contra los que se ha luchado intensamente. El racismo ha penetrado de tal manera, que finalmente Édouard admite: “Me volví racista… aquello que yo siempre había considerado como lo más radicalmente ajeno a mi persona… Una segunda persona se había instalado en mi cuerpo…”. Y, al evocar la erotizada noche, explica la actitud de Reda desde una perspectiva psicoanalítica: “Siente deseo, pero detesta su deseo… Quiere hacerte pagar su deseo… quiere convencerse de que no estaba haciéndote el amor, sino que estaba ya robándote”.

Louis complementa su narración con referencias literarias. Acá tenemos a William Faulkner (Santuario), citado para ejemplificar el estado en el que se encuentra Édouard, presa de un tipo de síndrome cercano al de Estocolmo. Estas secciones, donde se narra la disociación post-violación, los complejos sentimientos que comienzan a alterar la memoria son relatados con agudeza. Lo que ocurre en el lenguaje cuando la violencia es máxima lo vemos en la denuncia del intento de homicidio; el conflicto no se alcanza a articular y, finalmente, es el cuerpo quien resulta ser el narrador más elocuente. En esa línea de pensamiento, la narración termina con una cita de Imre Kertész, que resume la tesis: “… pues la vida vivida felizmente es una vida vivida mudamente”.

 

Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

El escritor francés Édouard Louis (1992)

 

 

La novela «Historia de la violencia» (2016), de Édouard Louis

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: El Ojo Crítico (http://www.elojocritico.net/).