La derrota no es una contingencia, es lo que arrasa, un fuego apocalíptico, activarse en el núcleo de un tornado en el cual nos reconocemos y hermanamos con el caos, la locura y la vesania de volver a narrar, redactar en el puerto de la nada, ahí donde ningún barco encalla, un muelle fantasma habitado por espectros que son palabras.
Por Javier Agüero Águila
Publicado el 8.5.2025
Escribir, escribir en serio a riesgo de destruirse, es una derrota.
Y no se trataría solo de la expresión de una derrota, sino de la derrota misma, total y sin apelaciones. Nadie que se considere feliz, «esclavo de la felicidad» por parafrasear a Zizek, puede escribir algo real. Es solo en la trizadura brutal de lo íntimo devenido letra que la escritura encuentra su fuga y algo de dignidad, al menos una; un túnel por donde, el que escribe, puede habitar esa derrota sin acabar consigo mismo pero asumiéndose, y ahora pensando en Bataille, como un ser que en la búsqueda de una cierta trascendencia corre el peligro de quedar atrapado en la inmanencia perpetua de la melancolía, de la nostalgia por lo irremediablemente perdido, como decía Bolaño.
Se escribe en la derrota, no antes ni después de ella sino, se insiste, «en» ella. Todo el resto es parabólico, la moraleja al final de la fábula, evangelios jubilosos, liturgias que celebran la alegría de estar vivos en la mitad de un mundo desahuciado. La escritura, a la inversa, lamenta el estar vivo, pero, y aquí una de sus terribles paradojas, se sigue en la vida, desesperados, narcotizados, depresivos pero escribiendo como y donde sea. Se escribe bajo amenaza y en la desolación completa, a temperaturas bajo cero o en la línea del Ecuador, poco importa. Escribir es vivir medio muerto, pero vivir «porque después del amor viene la verdad» (Billie Jean).
Escribir no es la postal del tiempo y el espacio perfectos, no es la verdad del canon, no es Dios, ni Occidente, ni la caída de Babilonia; no es un asunto de padres de familia o de grupos humanos «bien constituidos» —de esos tipo pesebre—; tampoco es el sueño cumplido de nada. Menos es aquella noche de verano en la que durante todos los días de febrero, a tus 20 años, te esperaba una hermosa trigueña al final de un puente frente al mar.
Nadie que escriba para seguir siendo y sobre-viviendo sentirá a la escritura misma como una hostia redentora, la misma que hacen pasar por el cuerpo de Cristo en una suerte de simbólico canibalismo para que, de ahí en más, todo se vuelva nuevamente normal, limpio, pío y, el que escribe, otra vez, esté listo para dar la cara caminando, como decía Jack Kerouac, «orgulloso por las aceras de la vida».
No. La escritura es derrota, pura derrota. Y no se trataría de esta o aquella; de batallas circunstancialmente perdidas en las que siempre queda algún aliento para recuperarse y volver al pulso del combate. La derrota no es una contingencia. Es lo que arrasa, un fuego apocalíptico; activarse en el núcleo de un tornado en el que nos reconocemos y hermanamos con el caos, la locura y la vesania de volver a escribir; escribir en el puerto de la nada, ahí donde ningún barco encalla; un puerto fantasma habitado por espectros que son palabras.
Aridez, sed, ganas de rezar aunque sabes, en el fondo, que ningún dios vendrá por ti a las tres de la mañana. Necesidad de escribir porque, si no lo haces, la bala se pasa y el electroshock que te imaginaste terminas por aplicártelo tú mismo.
Escribir es la soltura del péndulo, la pérdida de la regularidad, o el reloj de Silvia y Bruno en el relato de Lewis Carroll que daba el tiempo al revés, las agujas iban en sentido contrario mientras los protagonistas «vivían la vida» en una lateralidad desesperante.
Vuelve a ser memoria en el silencio
Caballos salvajes que son música y orgías de confusión y terapias perforando las arterias; intentos sobrehumanos por mantenerse en el mundo, por parecer «civiles» y darle secuencia a los roles y tu performance cultural. Ahí donde la nada no es un momento de vacío sino que una hendidura en su profundidad absoluta.
Escribir al lado de vecinos asesinos, que te acechan; escribir derrotado ante la ley y saber que tu última revuelta, que tu último octubre fue éter, melodrama político deshecho, «del incendio el incienso» (Derrida) donde nada quedó. Ángeles en forma de frases que llegan mortificados a acompañarte para solo constatar, de nuevo, que fuiste derrotado ahí, en la intimidad de tu cama o en plena plaza pública, la misma donde temes ser arrastrado, juzgado, colgado o lapidado.
Con todo, el pronóstico dice que esta noche llueve, son buenas noticias.
Así se mata otro día, es la misión y la orden que la parte luminosa de la psiquis le da al lado oscuro. De eso se trata al final, de asesinar días, acabar con las horas, estrangular minutos y segundos esperando que, en algún momento, en algún sagrado momento, algo pase y se vuelva al mundo, estando seguro de lo mínimo: lluvias púrpuras, amor de amores, esperanza de que te descorazonen de nuevo, «veranos descalzos y rubios», perros que te reconocen y te esperan; lentitud del hambre, un beso en la boca de una mujer que tal vez nunca te amará pero se enternecerá con tu derrota y te preparará, porque así lo quiere, un café por la mañana y te volverá a tocar los labios. Porque nada se compara a ti.
Escribir es la derrota, pero un escándalo de vida en la derrota. Vida a la que nos aferramos, derrotados, pero escribiendo; la escritura como el naufragio de Ulises después de Troya que, sin embargo, nos mantiene respirando en la región más desprovista de plegarias y noches de amor.
Amarilla los girasoles corazón mío y vuelve a ser memoria en el silencio.
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Javier Agüero Águila es doctor en filosofía por la Universidad París 8.
Ha publicado, entre otros, los libros Futuro anterior. Apuntes sobre un tiempo mutante (EDULP/UFRO, 2024), Tres ensayos portátiles sobre la guerra. Freud, Zizek, Butler (Pecado editores, 2023), Conversaciones sobre un Chile que no fue (Ediciones UCM, 2023), Chile 2019-2020: entre la revuelta y la pandemia (Ediciones UCM, 2020) y Chili: les silences du pardon dans l’après Pinochet (L’Harmattan, 2019).
Sus líneas de investigación se vinculan a la filosofía francesa contemporánea. Ha publicado más de una treintena de artículos en revistas especializadas y es columnista permanente en diferentes medios nacionales e internacionales.
Igualmente, se destaca su trabajo de traducción de importantes autores franceses contemporáneos, entre ellos Jacques Derrida, Marc Crépon y François Jullien.

Javier Agüero Águila
Imagen destacada: Roberto Bolaño (por Fernando Nahuel).