En la sobresaliente novela del Premio Nobel de Literatura estadounidense John Steinbeck, titulada «Los hechos del rey Arturo y sus caballeros», el personaje de Morgan Le Fay (la bruja y hada Morgana) enemiga del monarca, expone todo un tratado sobre el poder.
Por Luis Miguel Iruela
Publicado el 10.5.2025
En un discurso dirigido al Senado a propósito de la crucifixión de un ciudadano romano (algo que estaba prohibido por la ley), Cicerón manifestó que tanto el pueblo como los amigos de Roma y aquellos otros que no la conocían, así como las fieras, y las rocas y montañas del desierto resultarían conmovidos por tamaña enormidad.
Acostumbramos a indignarnos y estremecernos frente a las guerras, los genocidios, las represiones sangrientas y las sevicias que muestran el feo rostro de la gran crueldad, pero ¿qué ocurre con los pequeños actos de malignidad que inficionan de manera diaria nuestras vidas?
La crueldad es lo contrario a la empatía, un conocimiento de los puntos más vulnerables del otro y un refinamiento para causar daño y dolor. Se asocia con la alegría por el mal ajeno. Lo señaló Francisco de La Rochefoucauld en uno de sus punzantes epigramas: «En la adversidad de nuestros mejores amigos, encontramos a menudo algo que no nos desagrada».
Debe diferenciarse de la brutalidad, que ha sido relacionada en la tradición con la condición masculina. Se trata esta de una desconsideración y una ausencia de sensibilidad hacia los demás. El sujeto brutal hiere por embotamiento mental. Es obtuso y despiadado. Mientras que el sádico se guía por una actitud sutil constante. La tradición lo acerca a la mujer y a la venganza.
Pero, en el fondo, la crueldad puede encontrarse en todos nosotros. Sorprende verla en personas cultas y educadas o dotadas de talento artístico como es el caso del escritor Marcel Schowb en su libro Viaje a Samoa. Se cuenta en él un episodio escalofriante contado con la mayor naturalidad.
En efecto, paseaba el novelista en un «rickshaw» cuando se le aproximaron unos niños mendigos pidiéndole dinero. Esta insistencia le incomodó e irritó, en especial la de una niña que no cejaba en el empeño.
Schowb tomó un puñado de monedas y se lo arrojó a los perros. La muchacha se paró en seco y señalándole acusadoramente con el dedo le gritó:
—¡Tú eres un hombre muy malo!
La divinidad deseada
Un aspecto muy interesante de esta manifestación del mal, pues de eso se trata desde el ángulo ontológico, es la imposibilidad de cambiar que siente la persona cruel. Un ejemplo, muy ilustrativo lo representa Gilles de Rais, mariscal de Francia y edecán de Juana de Arco, inspirador del personaje de Carles Perrault, Barba Azul.
Gilles de Rais organizaba en su castillo orgías sangrientas con niños raptados en sus dominios, que eran sodomizados y asesinados después. Una de las víctimas consiguió salvarse y le vio llorar amargamente a la mañana siguiente de una de estas atrocidades, dando muestras de arrepentimiento. Ni que decir tiene que la monstruosa conducta siguió repitiéndose a pesar de ese momento de contrición.
Un pasaje de pesar parecido se narra en la novela El túnel, de Ernesto Sabato por parte de su paranoico protagonista tras decirle unas palabras ofensivas a su amada y víctima.
Sin embargo, dado el momento histórico actual, cobra una gran importancia la relación entre crueldad y poder. En la sobresaliente novela de John Steinbeck (1902 – 1968) titulada Los hechos del rey Arturo y sus caballeros (1976), el personaje de Morgan Le Fay (la bruja y hada Morgana) enemiga del monarca, expone todo un tratado sobre el poder:
«Poder sobre hombres y mujeres, sobre sus cuerpos, sus esperanzas, sus temores, sus lealtades y sus pecados. Ese es el poder más dulce de todos. Pues puedes dejarlos correr un poco e impedirles el acceso al cielo como quien no quiere la cosa».
Y remata impíamente: «impedir que cada hombre obtenga lo que le es propio».
Cuenta el psicólogo Carl Gustav Jung que su tío solía hacerle esta pregunta:
—¿Sabes cómo tortura el diablo a sus víctimas?
Y respondía:
—Los hace esperar.
Nuestras vidas están esmaltadas de pequeñas crueldades que siempre justificamos.
Sócrates es el primer filósofo griego que se pregunta por cómo debemos conducirnos, es decir por la ética. Antes de él, todos los pensadores se habían preocupado por la constitución del mundo, la realidad y el ser. No en vano, fue condenado a muerte al formular, en el ágora ateniense, preguntas incómodas sobre la verdad, la belleza y el bien.
La política debiera ser la realización de los valores éticos, el resultado saludable de la razón práctica, pero viendo el panorama mundial de este siglo XXI puede constatarse el triunfo de la virtú de Maquiavelo. Es decir, de la eficacia para alcanzar el poder.
Con el desarrollo tecnológico y científico estamos cerca de pensar que somos casi dioses. Ahora bien, ¿era esto en definitiva la divinidad deseada?
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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.
En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.

Luis Miguel Iruela
Imagen destacada: John Steinbeck.