Disponible en las principales librerías del país, la nueva novela del prolífico escritor chileno Nicolás Poblete Pardo confirma la capacidad que despliega su autor para dar voz a distintos personajes, los cuales actúan como voceros de sus propias verdades y conforman un mosaico donde es posible distinguir rasgos culturales y antropológicos de la sociedad nacional.
Por Bernardita Llanos Mardones
Publicado el 8.7.2025
La última novela de Nicolás Poblete Pardo (1971), La casa de las arañas, es un cautivante thriller que se mueve principalmente entre dos temporalidades y espacios: en 1974 en la localidad de San José de Maipo en plena dictadura y 1994 en Santiago, unidos por la protagonista Felisa (Isa) Bórquez, quien es investigadora y ayudante en el departamento de criminología de la Universidad Pontífice.
Las claves van y vienen entre el pasado dictatorial y los abusos que sufre Isa de pequeña a manos de una madre violenta y mentalmente perturbada, y un presente donde los recuerdos irrumpen al conocer a Max/Marcela.
Esta misteriosa figura ha crecido en el Sename, de ahí provienen sus saberes y magnético poder sobre Isa que hacen estallar todas las certezas y el mundo que se ha construido con disciplina y esfuerzo.
La pasión que este encuentro desata llevará a la protagonista a indagar en su propio pasado, el de su padre desaparecido en dictadura, en el origen de Max y a descubrir la red ilegal de tráfico de niños dados en adopción por el régimen.
La irradiación de un cuerpo (fragmento)
Ssssss, ssssss, Severina.
El eco es el silbido que se hace paso hasta el interior de tu pabellón; el silbato natural que forman los tablones de madera en aquel vértice mal aislado. El eco proviene de afuera, de la neblina marrón en torno al hospital, con ese tono que se parece al del agua turbia del río; agua terrosa que delata el torrente frenético.
No recuerdas las instrucciones de las enfermeras. Una de ellas te explicó cuál era el área demarcada para orinar y defecar. No pudiste preguntar nada, tu voz no pudo emerger. La enfermera te odió solo al verte, solo al mirar tu rostro y al ver tu panza, y tus uñas, con el desafortunado esmalte. Tantos juicios en esa mirada de delantal blanco; tanto desprecio.
Tiritas y exhalas un aire visible como hálito frío. Te obligas a sacar ambas piernas de la cama y a arrastrar la bacinica bajo ésta. ¿Pero cuál es el área designada para defecar? No lo recuerdas. Tus pies descalzos recorriendo ese lugar en busca del sector determinado.
Dudas, miedosa. Es posible que cuando te levantes completamente, cuando muevas tu cuerpo entero en busca de ese lugar, algo se desprenda de tus entrañas. Temes violentar tu organismo porque algo muy fuerte ha ocurrido dentro de él.
Gran parte de tu interior ha sido extraída y, es seguro, en tus órganos hay una conmoción devastadora. Lo sabes, aunque tu mente siga pensando y calculando. Entiendes que puede haber más sangramiento o un colapso para el que no tienes nombre, si te aventuras a salir del radio indicado en tu pabellón.
Ambas plantas pisan el suelo de tablones, que está húmedo y con ese aroma a cloro. En los cristales un tintineo marca la presencia de la lluvia, que se ha fortalecido, como incentivándote a proseguir, dándote ánimo para que te aventures en tu exploración.
Camina, Severina, ssssss. Viento y lluvia, elementos que te impulsan con su sola presencia a actuar. «Sí», murmuras con un hilo de voz rasposa. ¿Te habrán sacado también las cuerdas vocales? Piensas en todo lo que te pueden haber extraído, junto con tu guagua. ¡Todo lo que habrán sustraído! Piensas: me han robado todo. ¿Qué más me pueden robar? Sin embargo, siempre se puede robar un poco más. También intuyes esa verdad.
No tienes voz y tampoco lágrimas. Éstas se han agotado horas atrás. Necesitas hidratarte para generar más líquido dentro de tu cuerpo, y así conseguir perpetuar el llanto. Entiendes que no te han mutilado completamente, porque logras caminar.
Confirmas el avance. Te detienes y observas tus pies, en el suelo no hay nada; entre tus pies. Nada más ha caído desde tu útero, desde tus entrañas. ¿A lo mejor también te sacaron todo eso? No hay rastro de sangre y tampoco de nada sólido. Te llevas la mano derecha a la vulva, que sigue adormecida. Cuando te tocas el dolor retorna, agudo. Es solo una ilusión aquel anestésico, es solo un placebo. Hay una irritación seria allí, y ha sido amortiguada con algún ungüento.
Lo único importante, piensas agradecida, es que puedes pisar, un paso, otro, y llegar hasta el umbral del pabellón. Te agarras del marco, respiras. Tiemblas. La piel en tus piernas está tirante; los dedos de tus pies se estremecen, su reflejo es el de recogerse, como las garras retráctiles de un gato.
Te llevas ambas manos a tu rostro, las palmas lo cubren, como si quisieras medir su temperatura, constatar que sigue ahí; tus rasgos siguen ahí, el aliento sí tempera tu piel, porque brota, cálido, desde tus labios. Es una fortuna, en verdad un milagro, el contraste entre el frío ambiental y la irradiación de la que tu cuerpo es aún capaz.
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Bernardita Llanos Mardones, Brooklyn College, CUNY.

«La casa de las arañas», de Nicolás Poblete Pardo (Editorial Cuarto Propio, 2025)

Bernardita Llanos Mardones
Imagen destacada: Nicolás Poblete Pardo.