Alejandro Palomas, autor de “Una madre”: “A mí se me ve mucho lo que soy, en lo que creo, en todas mis novelas estoy ahí, desde esta trinchera que es la ficción”

El narrador hispano del «momento» en la actualidad dramática internacional, y cuyo volumen de mayor fama acaba de ser puesto en circulación en el país, dialoga con el director del Diario «Cine y Literatura» acerca de sus influencias creativas, los autores que moldearon su estilo artístico, las motivaciones fundamentales en torno al oficio de escritor y también sobre el hombre luchador y sensible, que se encuentra detrás del irredento fabulador.

Por Francisco Marín-Naritelli

Publicado el 21.5.2019

“Por eso llegamos tensos a esta noche, decididos, cada uno desde su rincón de vida, a corregir en lo posible la intensidad del año anterior y pasar una velada ligera”, fragmento de la novela Una madre.

Escritor, traductor y filólogo, Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) es un tipo amable, simpático. Conversamos sobre su novela Una madre (Destino, 2019, aunque publicada originalmente en 2014 por Siruela) y que fue lanzada hace poco en nuestro país. Pero también sobre sus autores favoritos, sus lecturas, y qué significa escribir literatura en los tiempos actuales, desde la pasión y el compromiso.

 

-Borges decía que cada autor inventa a sus precursores, ¿quiénes son los tuyos?

-Esta es la pregunta. No sé qué decirte. Todavía no he localizado a mis precursores. Lo único que puedo decirte es que no he encontrado lo que yo he buscado. Entonces, me lo tuve que inventar. Me suele ocurrir. Si no encuentro lo que busco, lo hago yo, y este color de ficción no lo había encontrado en España, por lo menos. En Sudamérica es distinto, hay colores muy diversos, hay muchos tipos de tratamiento de ficción. Siempre he sentido que no formo parte.

Hay autores que me gustan mucho, que tienen una vía en común conmigo. Son autores que no son españoles, como David Foenkinos o autoras húngaras como Ágota Kristof. No tengo precursores o precursoras, tengo novelas, y estas que no tienen que ver las unas con las otras. La pasión de Jeanette Winterson me marcó desde los 19 años o Bomarzo de Mujica Láinez. También encuentro novelas en el camino que me vuelven loco como Kramp de María José Ferrada. Me gustan los autores que no saben lo que tienen. Además, me gusta mucho lo pequeño, novelas muy pequeñas como La nieta del señor Linh de Philippe Claudel.

 

-Me llamó mucho la atención de tu libro esta escala de intensidades, esa zona de emociones que va compareciendo en los diálogos, en la forma que abordan la ciudad los personajes, cómo se desenvuelven, como si las personas fuéramos represas a punto de colapsar y que necesitáramos, por tanto, una ayudita, un empujoncito.

-Sí, es que yo soy así. Soy muy intenso y vivo la vida emocionalmente. Me acusan mucho de ser dramático, y lo soy. Me gusta la intensidad dramática, y me gusta sudar la vida como si estuviera corriendo una maratón. Creo que es lo más bonito que te puede pasar. Y me gustan mucho los personajes que sudan. Es como cuando voy al teatro. Me gusta ver llorar. Me gusta ver cuando los actores sacan la saliva porque están cansados. Me gusta lo físico. En fin, me encanta sentirme vivo. Y la única forma es entremezclar la comedia y el drama. Es difícil convivir conmigo, pero no es difícil leerme. Hay un tipo de filtro inconsciente que pongo para que sea tragable.

 

-Amalia, es la protagonista, una madre no tan diferente a muchas otras, tierna, alegre, cordial, supersticiosa, conciliadora, incluso ingenua e inocente, pero al mismo tiempo con una lealtad inquebrantable hacia sus hijos, ¿qué la hace tan atractiva para las personas? Dices “una” madre y no “la madre”, ¿expresa eso una idea de universalidad?

-Si tú dices “la” madre estás buscando esa madre que está allí, que es parte de una familia que no es la tuya. Pero si dices “una” madre puede ser la madre de cualquiera, y eso lo hace mucho más fácil para el lector o la lectora cuando abra el libro y empiece a leer. Todo el mundo encuentra allí una madre. He ido a Francia, Italia, Islandia y siempre se recibe igual. Es muy curioso, no depende de la cultura ni del estrato ni de la biografía nacional, es plexo, es que la recibes aquí, y eso me parece un milagro.

 

-George Steiner decía que no existen palabras para la experiencia profunda, aquello irreparable, el dolor más traumático que habita en el silencio, en este caso lo que le ocurre a Emma. ¿Cómo trabajaste, narrativa y psicológicamente, este personaje que nunca puede fijar en el lenguaje su pérdida, pero que Amalia, quizá desde la intuición y el amor, logra contener y ayudar?

-Yo no construyo mucho mis personajes. Yo tengo una familia con dos hermanas y una madre. Entonces yo saco información de lo que tengo a mi alrededor. Mi hermana mediana es muy parecida a Emma, y yo he observado mucho, he convivido con ella, tengo una relación estrecha; y sé explicar a mi hermana mediana, sé explicarle a ella quién es, lo que me resulta fácil construirla en la ficción. Sé cuál es su forma de mirar, sus miedos, sus silencios, cuándo su silencio está cargado, cuándo su silencio es hueco. Yo la leo como un libro abierto. Cuando escribo Emma, veo a mi hermana Mónica. No son personajes difíciles de construir, porque estoy empapado en ellos.

 

-La abuela Ester, fallecida, aparece a lo largo del libro como un tótem familiar de protección, como el ancla memorística de la historia. También esta oración extraída de tu libro: “el pasado prolonga su sombra sobre lo que todavía estamos aprendiendo a ser”, ¿qué buscabas con esto? ¿Era una excusa para construir una familia que revela también sus claves genealógicas, donde lo que somos es explicado por lo que fuimos?

-Mis novelas, creo yo, tienen una raíz bastante psicoanalista. Todos los personajes siempre se explican así mismos por la suma de lo que son. Y yo creo que todos somos la suma de lo que hemos sido y somos. Esta cosa del aquí y el ahora, no lo digo así. Yo digo el aquí sí, pero el ahora, además del antes y de la proyección sobre el después. Es un tótum revolútum. La abuela Ester es lo más yo que hay en esta novela, es mi voz, pero no puedo hablar como narrador. Yo no puedo hablar como: “ey, un momento, tío, os voy a contar que la vida no se hace sino que se vive”. Si yo pongo esto como narrador, tú me vas a decir: “que me viene a contar este loco, este Paulo Coelho”. Odio ese tipo de cosas. Pero si pones eso en la voz de una mujer muy mayor, que es abuela y que más encima está muerta, es la voz de la sabiduría, una voz muy poco discutible. Todo el mundo quiere a sus abuelas y su figura en la literatura es fundamental.

 

-Desde una lectura de género, que Amalia se haya divorciado de su esposo truhan, indolente, estafador, y que haya descubierto una nueva forma de vivir su vida a los 65 años, con libertad, no es menor, ¿querías contar una historia contemporánea o cuánto del movimiento feminista influenció en tu libro?

-No lo sé. El movimiento feminista actual es muy reciente. Cuando escribí la novela, no existía esto. Este tsunami que tenemos no era así. Nunca construyo queriendo decir, o sea, no tengo una funcionalidad de mensaje social, yo construyo queriendo compartir. Contemporánea, absolutamente. Siempre escribo sobre el ahora. Creo que el ahora trae consigo todo lo que va apareciendo sobre el antes. No creo que mi libro sea un reflejo de…; creo que es el reflejo de una generación de mujeres que son muy invisibles. Esa generación en España en los tiempos de la Transición (1975 – 1982), que no fueron consideradas por los hombres y no pudieron participar. Una generación que pudo haber sido y no fue. Y Amalia es una representante de ese tipo de mujer.

 

-También hay diversas formas de aproximarse al tema de la maternidad, desde el vacío por el fallido intento de tener hijos transfigurado luego en el logro profesional, cierta frialdad y contención, y una obsesión por el control y la limpieza (Silvia); hasta la culpabilidad que siente Amalia, después del divorcio, al resignificar la vida gris que vivió junto a su ex esposo, en especial respecto a sus hijos. ¿Buscabas cuestionar los roles de género tradicionalmente impuestos?

-Hubo un hombre que me preguntó si yo había intentado hacer una apología de la variedad sexual y de género. No es eso. No me di cuando escribí la novela, porque somos así en mi casa. Es algo natural. Esa construcción la traigo puesta. No hay muchos hombres en esta novela que salgan bien parados. Pero eso es lo que yo he vivido. No sé tratarlo de otra manera.

 

-Cada personaje de Una madre arriba a la cena de Nochevieja con sus roturas, silencios y secretos, ese encuentro, que es el nudo argumental del libro, ¿sería algo así como un espacio catártico, donde lo que era ya no será más?

-Es, pero nunca quiso ser. Nació como una reunión familiar de fin de año. En España, por lo menos, la noche de fin de año uno la pasa con los amigos, no la pasa con la familia. Ellos no la pasan con los amigos (los personajes de la novela), porque no tienen amigos. Llegan porque están solos, por eso van a cenar con la madre. Eso lo hice adrede. Son almas muy a la deriva y llegan donde la madre, pero la madre no los espera para darles una palmadita. Los está esperando con las armas cargadas. Pero la madre se sorprende porque también tiene muchas carencias. De hecho, es un catálogo de carencias. Aunque hay mucho respeto por el otro, por el espacio del otro. Todos están esperando que haya un primero que tropiece y que rompa la botella. Y cuando salta el primero, comienzan a saltar todos.

 

-Veo en tu libro hartas referencias a la cultura pop, como La funda de piel de rosa de Bob Esponja, Los Simpson, Alien, Gremlin, Yoda, clásicos como La pequeña casa en la pradera o La bella y la bestia, libros de autoayuda como El secreto, programas televisivos como Operación Triunfo, películas como Las horas, musicales como Los miserables, ¿crees que eso ayuda a acercar la historia a tus lectores?

-Eso es un arma de doble filo. Intento siempre no introducir actualidad en mis novelas, pero se me escapa. No se puede evitar ser el reflejo de lo que vives cuando sales a la calle. Pero son ejemplos contemporáneos ya casi clásicos. Yoda, Star Wars, ya son clásicos. Los miserables, igual. Bob Esponja es un clásico de los niños. Afortunadamente he elegido cosas que se mantienen, pero me aterra que mis obras envejezcan mal.

 

-Hay una frase que dice Fernando, el narrador: “¿Por qué nos costará tanto decir las cosas en esta familia?”. Wittgenstein decía que cuando no podemos decir aquello que debemos decir, es preferible callar. En tu novela hay muchos silencios familiares, o quizás muchos ruidos, que se cuelan en medio de situaciones cotidianas. ¿Cuál fue tu inspiración?

-Yo soy fans del silencio. Yo vivo en un sitio muy apartado, solo. Tengo árboles, animales, y tengo silencio. Y es maravilloso. Me da mucho miedo rodearme de ruido. Yo no puedo estar en la ciudad. Santiago es terrible, al igual que Buenos Aires o Barcelona. Intento evitar el ruido, porque el ruido no me deja oír, oírme. Y en las familias pasa igual. Hay familias que hacen mucho ruido constantemente para no tropezar con los silencios. Y ese silencio familiar está cargado con la metralla. Me gusta, cuando estoy escribiendo ficción, que alguien pise una mina antipersonal que yo le pongo para que estalle. En las familias creo que el gran enemigo de una falsa paz es un silencio en un mal sitio, y eso es maravilloso.

 

-¿Qué significa contar estas historias amenas, mostrando otra faceta de la condición humana, más sensible y delicada (personaje de la mamá), en los tiempos turbulentos que corren en Europa y también aquí en Sudamérica?

-Significa muchas cosas, en distintos niveles. A nivel personal significa que todavía hay algo de esperanza en la condición humana. Y significa también que ser escritor es ser activista. No puedes ser escritor y no ser activista. Y tienes que ser activista. Aunque no quieras, te tienes que mojar. A mí se me ve mucho, lo que soy, cómo soy, en lo que creo, por lo que creo, en todas mis novelas estoy ahí, desde esta trinchera que es la ficción. Voy a seguir haciéndolo hasta el final. Yo apuesto por luchar.

 

Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuya última publicación es el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, Santiago, 2018).

Igualmente es el director titular del Diario Cine y Literatura.

 

Nueva edición de la novela «Una madre» (por Destino en 2019), publicada originalmente en 2014

 

 

El escritor español Alejandro Palomas

 

 

Francisco Marín-Naritelli, director de «Cine y Literatura»

 

 

Crédito de la imagen destacada: El escritor español Alejandro Palomas, por Francisco Marín-Naritelli.