«Tu boca rara miente», un cuento sin publicar, de Juan Pablo Sutherland

El autor de este texto es crítico y escritor, y candidato a doctor en literatura chilena e hispanoamericana por la Universidad de Chile. Asimismo, es licenciado en comunicación y magíster en estudios culturales de la Universidad de Arte y Ciencias Sociales ARCIS. El año 2011, bajo el sello Eterna Cadencia, de Buenos Aires, lanzó «Cielo dandi, escrituras y poéticas de estilo». En 2010, en tanto, fue invitado por la Universidad de Harvard, de la ciudad de Boston (EE.UU.), para dar cuenta de su trabajo ensayístico y narrativo. Ha editado, entre otros: los relatos de «Ángeles negros» (Planeta, Santiago, 1994) y las historias ficticias de «Santo roto» (Lom ediciones, Santiago, 1999). Las páginas que ahora presentamos, circularán en un volumen que se imprimirá la próxima temporada (2018).

Por Juan Pablo Sutherland

Publicado el 25.09.2017

«Voy a contarles un secreto: la vida es mortal. Mantenemos ese secreto en mutismo cada uno a si mismo porque conviene, si no, sería volver a cada instante mortal».
Clarice Lispector

Tu boca rara miente cariño, el carro en comunión como un tránsito circense, las flores marchitas ya hediondas, agua sucia y tu boca sólo miente, las ruedas del carro esquivando los claveles negros de otra muerta. La tía Paulina llora menos que antes, las primas escuchan las tonteras de Roberto que ríe para disimular, que no llora hace años, que no miente como tú, cada vieja en una amarga procesión de cuervos cansados, el Cementerio General está más pobre cada día, las cruces son un ejército de brazos chungos, nunca lo hubieras querido así cariño, Santiago se afea con nosotras, la cordillera a lo lejos es una puta acostada mirándonos sin piedad, riéndose de ti, de tu boca mentirosa, que anoche traicionó, que anoche arrugó la promesa marchita. Las primas de Talca se burlan, no te creen tampoco ahora, las casas arruinadas que dejaste no interesan, da lo mismo, no importa, tú dijiste:

-Ojalá no llores.

-Ojalá no vayas.

-Ojalá las flores sean plásticas.

Nadie marchitará el recuerdo, el odio, la fea vieja que ahora soy, arrastrando las patas, pagándole una porquería al sepulturero, 1000 pesos por cada montón de tierra, las piedras no se pagan cariño, y no he llorado, tal como hubieses pensado, no voy a derramar ni una pizca de lágrima, ni una milésima de tontera por ti. ¿Acaso crees que te extrañaré?, vieja fea, vieja chismosa, gañana de la Vega, rufiana de Peñablanca, mala vieja: -Celia y Amanda separadas- comentan las víboras, retorciéndose el cuello para mirarte muerta, tiesa como una gallina desplumada, Celia y Amanda separadas por la muerte para el fin de sus cochinadas dicen en Pumanque, las viejas católicas se mofan de ti, y ahora yo me quedo sola, botada, anegada de amargura, perdida entre tus bestias hambrientas, como yegua cadavérica, con las perras llorando por ti la noche entera, anhelando tu olor de vieja añosa, buscándote entre los miles de boletos de la hípica donde se acostaban todos los días, oliéndote en la hediondez de tus gatos enfermos y melindrosos. Yo no voy a llorar, qué te has creído, nadie llorará, salvo la tía Paulina, que llora por costumbre, por olor a Cementerio, porque ve flores marchitas, porque sabe que finalmente será la única llorante, la única vieja tonta que no supo nunca de nuestras cochinadas, de los frotamientos de nuestros pellejos, de las miradas huesudas en el éxtasis del día, jugando noches enteras haciendo chanchitos, dibujando sábanas manchadas, oliendo la humareda del bracero con vino caliente, y jadeando la fortuna de tenernos y de la pobreza tibia de acompañarnos, provisionando los corderos degollados a la Rosa de la botillería para sellar su espanto, disponiendo de las empanadas patrioteras para el retén de pacos y así silenciar a esos huachos, a esos infelices, cabrones mal hablados. Todo ha quedado aquí como un largo chorizo que no acaba como las sesiones con la Luz Pereira y sus mujeres de Santiago, riendo con las chiquillas de Rengo y la vieja peluda de la feria de Lo Valledor, tantas procesiones juntas que la Paulina nunca sabrá, aunque el Roberto lo intuya y se quede con un silencio asesino, esperando cobrar de cualquier manera, sigiloso como gato de campo, yo no sé qué haré ahora, sin el calor tosco de tus manos inarmónicas, qué haré ahora que estái más tiesa que un poste de luz, ahí en medio de todas las viejas feas de tus primas de Talca, a ver si les mandas un mal de ojo para que queden chuecas, más dificultosas, más encorvadas, más torcidas de lo que están. La María Zúñiga te miraba con envidia, aunque igual se está riendo ahora, moviéndose la falda gastada, la pulguienta según tú, la que cambiaste por la radio rota, esa que la Zúñiga ocupa para las rancheras y se ríe y ríe en esta tarde gris, tarde mugrienta de envidias hasta tu muerte. Nadie te quiere, nadie abrigará ni un recuerdo ni un rezo ni una palabra melosa, todas te odian, y yo te odio más porque me has dejado envuelta en una bruma avinagrada de pérdida, el mundo comienza a mirarnos y yo no lo soporto, cómo podría resistirlo si vivimos cincuenta años juntas como el charqui apiñado hasta secarse, dos perras en leva buscando la presa obvia. ¿Cómo sabría respirar?, si me engañaste desde el inicio jugando con tus manos ladinas, revolcándome en tu deseo añejo, en tu voz gastada por la aridez de un solo día. Tantas mentiras que hoy llegan a su fin, al fin de una boca rara que sólo mentía, escupiste, balbuceaste, gritaste como una loca, pero nada dejaste, y la casa se agrandará más cuando llegue de vuelta, cuando descubra que ya no habrá ni una mirada tonta para esta vieja; quebraré todos tus espejos para no mirarte, recorreré el pasillo aplastando tus pisadas, bebiendo la amargura con ortigas de desamor. Hubo dos viejas en este pedazo de tierra, dos viejas arrancando un día de tanto vigilante inoportuno, de tanta fealdad externa, y ahora sólo queda una, yo, que iré muriendo sin una palabra, yo, que destilaré todas las miradas ajenas que tuvimos en la vida, Amanda Gamboa y Celia Contreras, dos perras de campo que nadie perdonó, ni los niños gritando sus extrañezas ni los huasos asediando la falta de un hombre; toda el agua del tranque de Pumanque no podrá contener esta bilis negra que tengo adentro, esa inmensidad que consume en un instante mi piel seca y mis ojos legañosos, no hay día próximo, sólo rondas fantasmales en la casa de Pumanque, sólo huellas de nuestras manos callosas de calentura, huesudas de tanto jadeo nocturno, y tú ahí, sin poder mirarme, sellada como una tumba india, momificada de tanta frialdad vecina. ¿Qué haré ahora? Olvidada por ti y por los rumores del pueblo. ¿Qué haré ahora? Anestesiada de nuestros recuerdos infames, sin una pizca de tu calor hediondo, de tus besos fragosos y acezantes, de tu sexo bebido mil veces, perdida estoy sin ti, rancia sin destino posible, muerta de pavor. No me llevas, traicionaste nuestra promesa inicial: vivir juntas y morir pegadas como dos gemelas torcidas, dos caras de una misma moneda, así habríamos consagrado el habla, oralidad malsana de esta gente que nos vigila la respiración desde que fuimos niñas, acechando las manos deseosas, olisqueando nuestros sexos florecidos, castigando la frescura, torciendo nuestras fragancias corporales en aromas pestilentes, en lepra conocida de campesinas pumanquinas, ahorcadas por el zumbido de hombres solitarios, maniatadas en cada sexo endurecido que quiso domarnos, tantos que intentaron, tantos que irascibles perdieron el mandato, humillados por nuestro desafío belicoso de bastarnos, no hay santidad que nos alcance, rota ya quedas, rota en medio de la liviandad de la tierra que ahora te consume, ¿y yo, Amanda? Sigo preguntándote ¿Qué Haré? ¿Dónde quedará mi cuerpo en esta gran extensión de tierra? No olvido, pero me olvidarán, correrán sobre nuestras cabezas desbaratando nuestro secreto inicial. Nunca intuí en qué momento comenzamos, sólo te vi llegar invadiendo mi vida cuando éramos niñas, jugando a romper en el tranque nuestros reflejos en el agua, no hay día en que no recuerde ese pacto, esa noche que juramos seguir juntas, saliendo del alcance de tu madre, de los hombres que enfrentaron nuestro deseo insano, sólo la tierra sabe cuántos hay aquí abajo, escondidos en las tumbas hechizas, maniatados por nuestros sexos en festejo, ahí está el Miguel de Peñablanca y su imprudencia en tocarnos, sigue tieso en el árbol de la chacra el David Ordenes, que a veces molesta con su voz ladina bajo esa higuera seca, ¿cómo podría perdonarte? Si me has dejado con ellos, como si quisieras que me tocaran, como si pensaras que en cualquier momento levantarán sus cabezas de mechas tiesas y pedirán los deseos negados, no puedo, las fuerzas se extinguen en tu candor ajeno que ya se fue, doncella de las perras, emboscada estoy por ti, aniquilada en esta casa fleta, quebrada como un cántaro sin agua. Quiero morir exhalando el humo del colliguay, añorando las quemas nocturnas que amabas por la embriaguez del aroma, tanta escena que ronda en mi cabeza como un coipo perdido de su cueva y tanta deuda contraída que no podrás pagarme. Olvidada por ti, me quedo sola, bastarda, esperando el día en que llegue Roberto para contarle todo, para que se lleve los muertos, porque no puedo irme así como tú, que mezquina y traicionera me abandonas, sólo ese huacho nuestro conocerá la historia, él mismo abrirá la tierra como un palimpsesto descubriendo a los hombres que ahí enterramos, como si en el ejercicio masturbara los deseos propios y el suyo, Roberto buscando los pellejos que dejaron sus madres, los pellejos de algún padre desconocido, y hasta el propio, para escaparse de ti y de mí, que juntas lo perdimos también. No hay destino posible sin mirar atrás. El pasillo sembrado de gatos enfermos ahora continúa gimiendo, yo me voy a la chacra sin agua, al pozo viejo al lado del tranque, será una noche larga, un terciopelo rojo que cubrirá mis manos por un momento, no hay futuro posible sin mirar atrás. Este es mi lamento, vieja mentirosa, tu boca rara miente cariño, dejándome extraña y ajena, perdida como las animas en una carretera provinciana, el día está lejos y yo vivo sin ti.

 

El escritor chileno Juan Pablo Sutherland (Santiago, 1967)

 

Crédito de la fotografía: Camilo Saavedra

Imagen destacada: El actor español Eloy Azorín, en un encuadre de «Todo sobre mi madre» (1999), del director ibérico Pedro Almodóvar