«Cachivaches», de Diego Riveros: La resistencia de un Chile precario

La ópera prima del autor nacional es un volumen de cuentos que propicia la reflexión artística desde una mirada literaria en torno a los espacios de lucha afectiva —que un grupo de reconocibles y cercanos personajes— logran articular frente a un sistema de opresiva cotidianidad que los asfixia (la sociedad de este país).

Por Joaquín Jiménez Barrera

Publicado el 7.7.2020

En las páginas de Cachivaches, el debut por partida doble de Diego Riveros y de la editorial Provincianos, resuena de manera significativa lo que alguna vez Didi–Huberman dijo a propósito de las resistencias: “Hay que afirmar que la experiencia es indestructible, aunque se encuentre reducida a las supervivencias y a las clandestinidades de simples resplandores de la noche” (Supervivencia de las luciérnagas, p. 115). Lo que nos dice el filósofo francés, también nos propone la metáfora de la luciérnaga, con su luz débil e intermitente, para pensar en torno a los espacios de lucha que los cuerpos sometidos a un sistema opresivo logran articular.

A pesar del contexto disímil e, incluso, un tanto anacrónico (el filósofo piensa en las sociedades de los totalitarismos), la pieza angular que une a los tres relatos de Cachivaches es, precisamente, la posibilidad de resistencia. Se trata de personajes alienados y sujetos al trabajo, la competencia, la enfermedad y el agobio; personajes que se atrincheran desde sus espacios familiares e intentan enfrentarse al reflector enceguecedor de un sistema que oprime, reduce, niega y determina a sus miembros bajo el peso de su inclemencia. “Hasta la muerte es injusta con los pobres” (p. 122), nos dice el narrador del último cuento.

Los relatos que aquí se narran son macabros. No por su estilo narrativo ni mucho menos por su estética, sino por la maquinaria institucional aplastante que se visibiliza tras las temáticas delineadas. El primer cuento, de un joven que entra en la competencia por ingresar al Instituto Nacional, visibiliza el devenir neoliberal de una educación de mercado que, hasta el día de hoy, permanece con fuerza en el sistema escolar chileno. El narrador parece haber sido absorbido por una meritocracia narcisista, producto de la resistencia a una pobreza feroz que amenaza con quitarle cualquiera de sus posibilidades de surgir. La construcción de la voz narrativa es lo que más destaca en este texto, en tanto refleja la invasión egoísta de una meritocracia parasitaria a la mente inocente de un niño, que se siente satisfecho al no rodearse de los “hueones flojos” (p. 21) de sus examigos, como dice uno de sus nuevos compañeros institutanos.

El segundo relato del conjunto, probablemente el mejor logrado, es incluso más macabro que el anterior. En él se narra la vida cotidiana de Enrique, un conductor de micro que se inserta en un ambiente laboral de estrés y peligro en el contexto de una violencia extrema que aguanta con tal de sacar adelante a su familia: “Tiene que seguir, por sus cabros. Porque puta que está orgulloso de ellos. Especialmente de los que no vivían con él […] Por ellos, por sus hijos, sigue avanzando” (p. 40). El relato se construye a partir de una doble temporalidad, en la que avanzan dos hechos fatídicos que el protagonista experimenta en primera persona, escritos a través de giros narrativos y reminiscencias freudianas.

El último relato, “Esbozos de mi madre”, brilla por las imágenes que evoca. Este se centra en la figura de una madre que resiste a una enfermedad terminal y en los recuerdos familiares rememorados a través de hechos breves y anecdóticos. Los cuadros familiares que el narrador relata a través de una memoria vívida son los que hacen de este cuento un texto lleno de plasticidad, con imágenes que podrían sintetizar la totalidad del libro.

La casa–vertedero, posterior cibercafé fallido, por ejemplo, visibiliza los restos de una familia que resiste y resiste. Aquí es donde la escritura de Riveros pareciera acomodarse de manera definitiva, a galope del punto seguido que le permite articular potentes frases que apelan a la emotividad del lector: “Mi papá le pegaba a mi mamá. Mi mamá decía que no mucho y mi papá no decía nada” (pág. 86). De esta forma se asienta Diego Riveros, con sus cachivaches del recuerdo y un debut honesto, que nos recuerda que las resistencias, pese a todo, aún son posibles.

 

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Joaquín Jiménez Barrera (Paine, 1997) es licenciado en letras hispánicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente, se dedica a la investigación de la literatura latinoamericana contemporánea, con especial atención en la narrativa de ciencia ficción escrita y difundida en el territorio nacional.

 

«Cachivaches», de Diego Riveros (Editorial Provincianos, 2020)

 

 

Joaquín Jiménez Barrera

 

 

Imagen destacada: Patio del Instituto Nacional «General José Miguel Carrera».