Cine de mundos en peligro: «El gran Gatsby”, Leonardo Di Caprio versus Robert Redford

La novela de Francis Scott Fitzgerald cuenta con dos versiones cinematográficas de fama (pese a tener cuatro traslaciones audiovisuales, en total) que han cautivado la atención del público y de la crítica especializada: una de 1974, dirigida por el inglés Jack Clayton, y otra de 2013, producida por el director australiano Baz Luhrmann.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 23.4.2020

En su momento, el estreno en Chile del filme dirigido por el realizador australiano Baz Luhrmann basado en la novela homónima de Francis Scott Fitzgerald, fue acompañado de una inusual resonancia mediática: desde lanzamientos de colecciones de moda que imitaban el vestuario de época utilizado por los actores en la cinta, hasta de fiestas en donde la obligación de ir vestido al estilo de los locos años 1920, poblaron las instantáneas de la bitácora social santiaguina de hace siete temporadas.

Se desconoce si ese esperanzador fenómeno impulsó una mayor lectura del libro durante esos días, aunque sí la proliferación de nuevas traducciones de la novela hacia el idioma castellano, un texto cuya trama es un trascendente retrato artístico del período que antecedió a la gran crisis económica de 1929: esas características temporales, y su semejanza «ética» y anímica con estos días de pandemias y de recesión financiera, ofrecen una buena excusa para valorar tanto la importancia de El gran Gatsby (1925) en el mapa de la literatura contemporánea, como la estatura creativa de sus dos últimas y célebres versiones cinematográficas. La ya citada y más reciente, protagonizada por Leonardo Di Caprio y Carey Mulligan, y esa de hace cuatro décadas y media (1974), y cuyo elenco encabezado por los actores Robert Redford y Mia Farrow, trabajó bajo las órdenes del director inglés Jack Clayton.

En entrevistas reproducidas en distintas plataformas mediales, Luhrmann mencionaba que una de sus motivaciones para rodar una nueva cinta con la historia de Jay Gatsby, ese millonario surgido de “Dios sabe dónde” en la Nueva York de 1922, sería la poca correspondencia que existiría entre el sentido del texto original y la adaptación realizada por el realizador británico de 1974. Para Luhrmann, bajo el lente de Clayton y el desempeño de Redford, nunca se llegaba a vislumbrar el real temple del hombre que se escondía detrás de las fiestas inacabables, el encanto físico y la fortuna desmesurada.

Injusto, por decirlo menos, es el creador de Romeo+Julieta y Moulin Rouge!, con el desaparecido Jack Clayton (1921-1995). Este nombre casi un desconocido para los cinéfilos del presente aparte de haber sido uno de los más talentosos directores anglosajones de su generación (los Angry Young Man), emprendió, antes de su representación de la novela de Scott Fitzgerald, un exitoso aprendizaje de traslación literaria al cine, cuando, con singular acierto, adaptó para la pantalla grande famosas piezas de Nikolái Gógol y Henry James.

Etapas de maduración artística que se nota le faltaron a Luhrmann, quien además, careció en su proyecto de un guionista de la talla de Francis Ford Coppola, el que entregó a su antecesor una joya del género: 144 minutos de celuloide en los que ningún cuadro falta ni se echa a las sobras audiovisuales.

Sin confesarlo, el australiano asume esa derrota narrativa. Y al apostar por el 3D y un ilusionismo pirotécnico para enfrentar la belleza escénica y fotográfica de la cinta de Clayton, sabe que más allá de la notable y compleja actuación de Di Caprio quien personifica de manera magistral a un arribista triunfador, elegante, sensible, obseso, atormentado e inseguro, y la deslumbrante actuación de Carey Mulligan, es bien poco lo que quedará de su propuesta de El gran Gatsby en el futuro cercano.

Cuando Clayton denunciaba sutilmente la corrupción de las costumbres a través de un gesto, y esbozaba una crítica social con un par de actitudes procaces y miradas obscenas, es decir, apelando al poder dramático del screenplay y al oficio de su reparto; Luhrmann recurre a citar extensos párrafos de la novela los que destacan por su intensidad emocional dentro del conjunto mediante la voz de Tobey Maguire (Carraway) o bien del protagonista, con el fin de conmover a la audiencia y revelarnos que ahora sí, por fin hemos hallado al enigmático James Gatz y a su época.

Si en algo se parecen los dos filmes es en la perfección visual que alcanzan. Guardando las distancias que posibilitan el desarrollo de la técnica al cabo de 40 años, ambos productos cinematográficos son un lujo de mirar, una y otra vez, por sus detalles, imágenes y logradas ambientaciones. También, que Robert Redford y Leonardo Di Caprio resultan ser algo más que un par de grandes actores. Capaces de asumir infinidad de roles, sospechosos ante la crítica simplemente por poseer charming—, juntos conforman lo que podríamos llamar un Gatsby “verdadero”: al sumar la fragilidad sentimental con que Redford aborda a Jay, y la densidad interpretativa que el segundo le otorga a su papel.

La ficción de Scott Fitzgerald siempre será susceptible de variadas interpretaciones, en esencia, porque contiene reflexiones bastante actuales sobre la existencia y los anhelos humanos más profundos. De ahí la fascinación que despierta. ¿Quién no desea sentir, acaso, una pasión tan honda que le entregue sentido a una vida entera, semejante al amor que guardaba Gatsby por Daisy Buchanan? ¿Qué mortal no se siente atraído por ese “don extraordinario para la esperanza, por esa disponibilidad romántica”, casi inexistente en la mayoría de las personas, pero que en Gatsby era todo derroche, transgresión temporal e ilusión ante la adversidad?

¿Cuál es el significado de esta obra, a la que Harold Bloom calificó con pompa “la Great American Novel del siglo XX”?

Primero, podría ser una melancólica fábula acerca de la crisis ética y el terrible vacío interior que provocan en la psicología del hombre, una descontrolada combinación de dinero, la ambición y la lujuria. Luego, quizás, es asimismo un implacable examen de las imposturas morales que en nuestra época aplastan a los más débiles y vician cualquier posibilidad de establecer relaciones auténticas. A fin de cuentas, Jay Gatsby sólo era un hombre encandilado con una mujer casada, y un magnate enriquecido ilícitamente gracias al contrabando de alcohol en plena vigencia de la Ley Seca: la esencia de un anti héroe, en suma.

Cabe destacar que existen otras dos traslaciones hacia un lenguaje audiovisual en movimiento, estrenadas públicamente en torno a la novela de Francis Scott Fitzgerald: una de 1926, de la autoría cinematográfica del director Herbert Brenon, y otra correspondiente a 1949, concebida por el realizador estadounidense Elliott Nugent.

 

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El gran Gatsby: La «Belle Époque» de los Estados Unidos.

 

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El afiche de «El gran Gatsby» de 1974

 

 

«El gran Gatsby» en su traducción al castellano por Editorial Anagrama en 2011

 

 

Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Imagen destacada: Leonardo Di Caprio en un fotograma de El gran Gatsby (2013), del realizador australiano Baz Luhrmann.