Cine de mundos en peligro: «Tiempos modernos», de Charles Chaplin: El trabajo como esclavitud

El polifacético genio del bombín nos ofrece esta obra maestra que es una brillante crítica a la explotación que hay tras la supuesta panacea de la industrialización. La película supuso la transición entre el cine mudo y el naciente sonoro, y donde su autor y protagonista encarna al eterno Charlot acompañado de una espléndida Paulette Goddard: la pareja en esa ficción emana de la autenticidad de una atracción real, y la cual tras el rodaje culminó en boda.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 27.4.2020

«El trabajo dignifica, te honra, te realiza, te luce, te abrillanta y te da esplendor. Hasta te pone cachondo. Es la hostia. Hay que ver lo cachonda que va la gente a trabajar a las seis, las siete y las ocho de la mañana».
Pepe Rubianes

 

La cultura del trabajo

Hay personas convencidas de que el trabajar es una gran cosa, convencidas de que es necesario estar siempre activo haciendo algo “productivo”. Más allá de la conveniencia de trabajar para poder obtener el sustento, algunos ven el trabajar casi como un bien supremo, ¿lo es realmente? Entiendo que la socarrona opinión del gran Pepe Rubianes nos da la respuesta, no parece que para la mayoría de la gente el trabajar sea motivo de alegría…

Trabajar es un término que fácilmente asociamos a dureza y esfuerzo e incluso a castigo. Es el “trabajarás con el sudor de tu frente” bíblico como lema puntal de la cultura judeo-cristiana, un imperativo que para algunos aún parece resonar a pesar de que ya van quedando atrás los postulados rigurosos que tanto marcaron a las gentes en tiempos no tan lejanos.

En cuestión de un siglo todo ha cambiado mucho y sigue cambiando de forma acelerada. Si miramos atrás se hace evidente que hemos pasado —especialmente en las sociedades del tristemente llamado “primer mundo”— de la cultura del trabajo a la cultura del ocio. El tiempo que dedicamos a actividades de ocio cada vez ha ido creciendo más. Con muchos “a pesar de” de por medio, en general afortunadamente valoramos y disfrutamos más del tiempo libre, del tiempo de ocio. Cada vez somos más los que nos damos cuenta del valor del tiempo, del valor de tener tiempo para uno mismo, para estar con las personas queridas, para disfrutar de lo que nos gusta. Hemos entendido lo que bien expresa otro gran Pepe, Pepe Mujica quien afirma: “no compras con plata sino con el tiempo de vida que gastas para conseguirla”, pues eso ¿qué sentido tiene trabajar tanto?

 

«Tiempos modernos» (1936)

 

El trabajo como explotación y control

Es sabido que desde tiempos inmemoriales para gran parte de la población trabajar ha significado ser dependiente de alguien con poder. Tanto el faraón como el rey, el señor o más modernamente las empresas han necesitado mano de obra para conseguir sus objetivos. Y a menudo —tristemente— ha significado y significa —más tristemente aún si cabe— para el  trabajador ser esclavo en mayor o menor medida de ese poder cuya principal meta siempre ha sido el conseguir el máximo beneficio económico. Salvo honrosas excepciones —que las hubo y las hay— poco ha importado a ese poder el beneficio de sus trabajadores.

Con la industrialización el trabajar se convirtió para muchas personas en una esclavitud pautada por la fuerza y el ritmo de las máquinas. Aparecieron las cadenas de montaje y los controles de tiempo que poco o ningún espacio de libertad dejaban al trabajador.

Chaplin sitúa la acción de Tiempos modernos (Modern Times, 1936) en una ciudad industrial estadounidense durante la Gran Depresión. Ya en los títulos de crédito el reloj de fondo deja claro cuál es su objetivo principal: evidenciar qué hay tras la supuesta panacea de la industrialización. El gran reloj que es el medidor que rige la dinámica de los empleados, el gran reloj como imagen del estricto control que impera en una fábrica. Y que rige también los tiempos fuera de ella, las primeras imágenes del filme nos muestran a gente en masa saliendo del ferrocarril subterráneo para acudir a sus trabajos simultaneadas con la de un rebaño de ovejas. Todos esos trabajadores sincronizando y entregando sus vidas a la estricta medición del tiempo, no es el amanecer de antaño: es el de las siete en punto del “moderno” control.

Ese evidenciar las “bondades” del trabajo industrial es rotundo en la divertida —y triste— escena de la cadena de montaje. Chaplin es uno de los operarios supeditados al ritmo de una maquinaria que no permite ni una mínima distracción, rascarse si te pica la cabeza supone un retraso para todo el grupo. Así, el trabajador es una pieza más de esa máquina que funciona bajo la supervisión omnipresente del presidente de la compañía a través de una innovadora —para la época— video vigilancia; ellos controlados y él en la comodidad de su despacho. El estricto control sobre el trabajador se nos muestra por esa vigilancia que llega a todos los rincones, por el reloj de fichaje obligatorio incluso para ir al servicio y por la propia cadencia de la máquina.

El trabajador controlado por máquinas que es visto más como máquina que como persona. En este sentido es contundente la escena en la que Chaplin es elegido y obligado por el presidente para probar una máquina alimentadora de operarios, una máquina cuyo objetivo es reducir los tiempos de comida. La persona no importa, vemos como los que presentan el invento sólo atienden a la máquina para ajustarla. Al final Chaplin cae desmayado sin que ni al presidente ni a nadie de esa gente le interese lo más mínimo, esa demoledora crítica.

Y la mítica escena en la cual Chaplin es tragado por la máquina tras un ataque de locura causado por el agobio de ese trabajo inhumano. La belleza de verlo entre los engranajes en un dejarse ir onírico que finaliza en su imparable tic “aprieta tuercas” en el que cómicamente confunde botones de vestidos femeninos con tuercas. Todo acaba como suele ser en el universo Chaplin, un policía tras él y al encierro, encierro psiquiátrico en este caso. El “loco” es quien sufre las consecuencias de ese trabajo, no los que han diseñado y han utilizado esa maquinaria para su beneficio. Tristemente ninguno de ellos —incluidos los sanitarios— es capaz de plantearse la locura de sus métodos productivos. Es el histórico “todo vale” para lograr mis objetivos que “justifican” lo injustificable.

 

Una escena de «Tiempos modernos»

 

Rojo

Ante la injusticia del “todo vale” y paralelamente a la industrialización surgen los movimientos obreros que reclaman derechos y no sólo obligaciones. Los movimientos obreros que son reprimidos y castigados por ese poder acostumbrado a no ser cuestionado. Y el comunismo como inspiración de los movimientos obreros es demonizado, en gran parte por la implantación del radical comunismo en los países del eje soviético o los rusos como el enemigo a aniquilar. Así, el rojo de su bandera es visto como el del fuego de belcebú que es necesario apagar como sea. Chaplin lo retrata en la genial escena en la que recoge un banderín rojo de advertencia caído de una camioneta de carga, él agitando esa tela de color revolucionario para ser visto por el conductor y detrás suyo emerge una manifestación obrera, Chaplin acaba siendo detenido acusado de ser el cabecilla del grupo.

Son tiempos de crisis, tiempos en los que crece la miseria por la falta de empleo. Las crisis periódicas que tanto daño hacen a la gente común, a los trabajadores. Chaplin lo muestra con toda su dureza: un hombre en paro que muere en una manifestación dejando huérfanas a sus hijas que son llevadas al orfanato. Por fortuna la mayor logra escapar, ella es una chica corajuda a la cual vemos robar —qué más puede hacer— para alimentar a otros chicos desatendidos y a su propia familia antes de esa traumática muerte. La chica deambula por las calles de la injusticia topando con Chaplin tras robar su pan de hambre. Un Chaplin afortunadamente liberado gracias a su “buena conducta”, a su integridad, y a su gran corazón. Acaban escapando juntos de la policía, del poder de los poderosos.

 

Un fotograma de «Tiempos modernos»

 

Amor, humor

Los vemos en la calle observando a una “esposa feliz” que despide a su hombre rumbo al trabajo, Chaplin la imita burlón —el humor siempre necesario como bálsamo a tanta injusticia—, ríen cómplices y se imaginan viviendo en una casa como esa pareja.

Y él consigue trabajo de vigilante nocturno en unos grandes almacenes. Los almacenes se convierten en su hogar. Allí comen hasta hartarse, allí patinan como niños que aún se sienten. Allí la mítica bella escena de Chaplin patinando con los ojos vendados al borde del hueco de las escaleras o la protección que merece un hombre-niño íntegro como él, la protección que —en general— merecemos todos los que nos emocionamos al verle.

Pero nuevamente Chaplin acaba detenido y al salir su chica le muestra el hogar que ha preparado para ellos, una choza de madera en un campo cerca de la zona industrial. Una vivienda —que como en tantas películas suyas— es un hogar humildísimo en lo material y mayúsculo en la humanidad. Él se siente feliz ante ese regalo de su amada, “es el paraíso” exclama en su satisfacción, el paraíso que en realidad es su amistad y amor compartido.

Finalmente a ella la emplean como bailarina y consigue que a él lo contraten también como camarero intérprete, maravillosa la escena de la actuación de Chaplin. Pero —cómo no— unos policías pretenden apresarla por fugitiva y —también cómo no— acaban escapando juntos de nuevo sin trabajo. Ella está desmoralizada pero él —siempre manteniendo la esperanza— con un: “Ánimo, no te rindas nunca. Saldremos adelante”, consigue cambiarle la cara, mejor amar y curar que amargura. Y la imagen previa al “The End” de los dos cogidos de la mano por la carretera vacía, se tienen uno a otro en su amor, son muy afortunados.

 

*Dedicado a las trabajadoras y trabajadores de Estampados Meridiana, Braun Esplugues y RACC.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Tiempos modernos (1936), de Charles Chaplin.