Icono del sitio Cine y Literatura

[Crítica] «1976»: Errores de principiantes

El filme inaugural como directora cinematográfica de la también famosa intérprete chilena Manuela Martelli se estrena el próximo jueves 20 de octubre en la cartelera local, y además de vencer en el último Ficvaldivia, es la obra audiovisual escogida por la industria nacional para competir por el galardón a mejor película iberoamericana (extranjera, de habla castellana) en los premios Goya españoles que se disputarán en 2023.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 17.10.2022

«Y me quedé allí en la ventana, y esperé. Sabía que tenía que quedarme quieto un rato más, mirando por la ventana hacia el exterior de la casa, hasta que mis ojos ya no pudieran ver nada».
Raymond Carver, en Principiantes

La ópera prima de la actriz y debutante realizadora nacional, Manuela Martelli (Santiago, 1983), es un filme en su resultado global, técnicamente correcto, por secuencias grabado con oficio, pero también con errores imperdonables para corresponder a un largometraje de ficción que se pretende de época, y que más encima representará a la industria cinematográfica chilena en la próxima edición de los premios Goya españoles, a dirimirse a inicios del año venidero.

El montaje, los motivos plásticos de ciertos encuadres (especialmente los fotogramas que retratan una y otra vez al agua del mar golpeando las rocas del Litoral Central, en un tópico estético inspirador de varias generaciones de artistas visuales locales), el uso de la luminosidad en las imágenes, la música original de María Portugal, y la fluida narratividad de los primeros planos, en efecto, refieren a un crédito que podría calificarse por sobre el promedio, y la «media», en lo concerniente a sus logros y consecuciones artísticas.

No obstante, ¿puede permitirse una obra audiovisual de ese nivel, o que aspira a abanderizar al país y a su industria en las ligas mayores del rubro, tener evidentes errores en su continuidad escénica y diegética, si más encima se trata de un largometraje de «época», ambientado en su guion, con una fecha del siglo pasado en específico?

En dos planos generales, protagonizados por la actriz Aline Küppenheim, uno, mientras camina a través de los pasajes de un sencillo block de edificios construido en la década de los 60 y luego, cuando observa a su automóvil Peugeot 404 abierto y con la puerta forzada, después de conversar con un sacerdote católico interpretado por Francisco Ossa, en una zona semi rural de la Zona Central del país, se aprecian en el campo visual, rutilantes y evidentes antenas parabólicas de televisión digital (empotradas en las edificaciones habitacionales cercanas), unos aparatos y dispositivos tecnológicos inexistentes en los meses de 1976, tercer año del régimen cívico y militar chileno, encabezado por Augusto Pinochet Ugarte.

Son dos errores creativos que se repiten y se reiteran (en secuencias separadas entre sí), pero de los cuales, al parecer por la edición final de la obra, nadie cayó en la cuenta, ni la directora, ni la montajista (Camila Mercadal), ni la directora de arte, ni menos las guionistas, o el nutrido equipo de productores que aparecen en los créditos finales de 1976, entre los que se mencionan a los también destacados realizadores nacionales, Dominga Sotomayor y Andrés Wood.

En fin, para consignar un grandilocuente «detalle» que abre la discusión acerca de la rigurosidad artística y disciplinaria con la cual se adoptan las decisiones profesionales al interior de la denominada Academia de Cine de Chile, a fin de determinar qué filme o largometraje representará a la industria nacional, tanto en los Oscar o en los Goya, como en esta ocasión, en una campaña y posicionamiento de marketing en suelo español, que se financiará casi en exclusiva con recursos monetarios de origen público, provenientes desde el Ministerio de las Culturas.

 

La actriz Aline Küppenheim en un fotograma de «1976», de Manuela Martelli

 

La intimidad de un país proscrito

Fuera de eso, en 1976 sobresalen la dirección de actores (quizás porque Martelli asimismo lo es, y una gran intérprete) y la aguda exterioridad e intimidad psicológica con la que se retrata en el desarrollo de las imágenes a su personaje principal, Carmen (encarnado por Aline Küppenheim).

Las conversaciones, las ambientaciones de las habitaciones de esa casa situada entre El Quisco y el balneario de Algarrobo, expresan decisiones acertadas para ahorrarse otros problemas mayores en la visualización de una escena y dirección de arte, que debía responder en su diseño ficticio, a la mitad cronológica de la década de 1970.

Detengámonos, con el propósito de ilustrar esos factores, en los diálogos del filme. Por ejemplo, cuando Küppenheim (Carmen) es detenida por una patrulla policial mientras ya se encuentra lanzada en ese espiral clandestino de ayudar a un perseguido político por el régimen, y desarrolla con ese fin, continuos viajes como mensajera de peligrosos recados en clave.

Entonces, en una característica de una mujer de su clase y posición (es la esposa de un médico jefe del Hospital Barros Luco, que ocupa su tiempo en sus nietos y en labores de ayuda social), Carmen reza un Ave María en señal de socorro sobrenatural para escapar de una infracción mayor ante la proximidad del inicio del toque de queda que se acerca, apenas cae la noche.

Otras conversaciones, sin embargo, se escuchan forzadas y fuera de los márgenes cotidianos o de la sociología de una mujer adulta de esa ubicuidad social en el año de 1976, y que antes bien, desnudan las preocupaciones argumentales, estéticas y dramáticas personales de las guionistas (la escritora Alejandra Moffat y la misma Martelli). Carmen necesita antibióticos para curar a su protegido herido, y le dice a su esposo, vía telefónica, que es para evitar la muerte de una joven adolescente que habría abortado con un alambre…

Los cambios emocionales de la protagonista, de una u otra forma —en la crítica social de Moffat y de Martelli—, expresarían una suerte de denuncia al vacío y a la superficialidad en los cuales se encontraba Carmen, previo a poner en peligro su tranquilidad y la de su acomodada familia; para luego zambullirse sin mayores requiebros personales, en la aventura de posibilitar y de ayudar al escape de un «extremista» de izquierda, desde su refugio en la parroquia playera y costera, con el propósito de que este pueda continuar su lucha armada y política en contra del régimen, en una empresa que es ya una opción de vida, y que abarca la totalidad de una existencia.

Carmen evoluciona en profundidades desconocidas para ella, y tanto el rostro de Aline Küppenheim como la música incidental compuesta por María Portugal, atestiguan ese viaje hacia la obscuridad o el final de una noche, política, moral, y en última instancia cívica.

En efecto, la intimidad social y cultural de ese Chile en su mayoría cómplice y simpatizante frente a las cuestionables acciones de la Junta Militar de Gobierno en materia de seguridad interior, se consiguen de una manera bastante realista y al modo de una recreación de historicidad privada, insisto que suficientemente lograda y satisfactoria (salvo la aparición de las antenas «neoliberales», por supuesto), acerca de un país y de una sociedad, en suma, que confinaba a la proscripción y al ocultamiento, a sus ciudadanos disidentes.

Ahí, en esas minucias dramáticas y escénicas, sin duda, se rastrean el trabajo en la elaboración y en la redacción del guion, y de la dirección de actores propiciada por Manuela Martelli.

De alguna forma, 1976 puede consignarse como una continuación de la historia y relato cinematográfico interrumpidos al término de Machuca (no en vano, Andrés Wood es el productor de la obra); pero donde en la primera se aprecian falencias artísticas imposibles de subsanar, en la segunda se cambiaron hasta los postes de las calles para que las vías públicas se observaran en su visionado, de acuerdo al diseño urbano propio del Chile de la Unidad Popular, en las secuencias rodadas en exteriores, que así lo exigían.

La ópera prima de Manuela Martelli, asimismo, acaba de obtener el galardón a la mejor película chilena en el reciente Ficvaldivia 2022, en un reconocimiento que debe entenderse al modo de un apoyo «ciego» —efectuado por uno de los principales certámenes de la industria audiovisual local, hacia la representante del país en los futuros Goya españoles—, antes que al modo de un juicio crítico verdadero, en torno a un filme de época que se sitúa lejos de una rigurosidad perfecta, ausente con evidencias, en el registro de su aceptable cinética.

 

 

***

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Imagen destacada: 1976 (2022).

Salir de la versión móvil