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[Crítica] «Depresión intermedia»: Los desequilibrios ajenos (y propios)

Con su volumen subtitulado «Cuaderno de notas. Textos de prosa poética inclasificables» Alejandra Moya Díaz nos refriega en nuestras narices el pérfido dominio de la avaricia desmedida, de la insanidad con que el poder sistémico aniquila sueños e ideales.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 21.1.2021

 

«Y si hice muchas cosas me justifico en que la sabiduría está en la experiencia y la especialización es para los insectos”.
Alejandra Moya

“¿El delirio no es acaso el estado más puro y conciliado con la realidad inclemente de cada ser humano?”.
Alejandra Moya

¿Cuál es la estructura arquitectónica de este libro apasionante? ¿Tiene en verdad un ideario preconcebido o es el fruto vertiginoso de una conciencia lúcida al borde de una locura contenida y visionaria?

Estamos en presencia de un viaje atemporal, a despecho de que en cada capítulo se establece una suerte de diagrama, alusivo a un espacio que se diluye apenas el personaje se dispersa en su agudeza contemplativa y recrudecen sus dilemas interiores con las infinitas aberraciones de la naturaleza humana.

El recorrido introspectivo es un descenso hacia los infiernos, que producto de la confluencia empírica y literaria, coincide casi siempre con la mirada hacia quienes componen su universo en movimiento. Y este “movimiento contemplativo” obedece a una rara sincronía entre hablante y sujetos observados.

Desde la idiosincrasia de un pueblo mediterráneo que subyace en la esfera subjetiva de quien dialoga consigo mismo hasta el discurso disperso de la ciudad que habita, hay un trecho intermedio que sacude las vísceras personales, íntimas, desgarradas, retroalimentada con el dolor en que los demás sustentan su conflicto existencial.

La locura, entonces, es un pretexto inserto en la memoria individual que se transforma, al unísono, con el alicaído espacio exterior. Allí pululan habitantes periféricos del mundo perfecto, que extraen, desde sus fondos secretos, la belleza de sus despojos y los exponen a un lector que acude presuroso a mirarse en el espejo de su propia angustia.

¿Es que acaso Alejandra Moya Díaz ha sacado de una chistera a este personaje errabundo? ¿Lo ha dotado de vida y muerte a la vez o aquél ha vertido sus nutrientes en la febril imaginación de la autora? Y al fin de cuentas, ¿tiene importancia la disyuntiva? ¿No es acaso esa indispensable «confusión» la que nos incita a emocionarnos en sus disquisiciones y tribulaciones delirantes?

A cada intervalo asoman los vestigios de un individuo devastado por su interrogante de ser y estar en el mundo. Y desde esas preguntas que lo retratan como una obra de arte descompuesta surge una imperiosa necesidad de comunicación que, en ocasiones, escapa a nuestro entendimiento, aunque sus pinceladas verbales sean certeras estocadas dirigidas hacia nuestra recóndita esencialidad.

Las reseñas de cada capítulo (fechas, horas, lugares y tiempo) constituyen un apoyo propositivo que apunta a la conciencia vital del protagonista y que insinúa el vasto universo de su mentalidad atormentada. De ahí que el Hospicio de la ciudad de Talca resulte un territorio de arraigo cardinal donde se agita la  extrañeza de quienes sufren la ignominia de coexistir en la demencia.

Pero hay sitio para empatizar con los desequilibrios ajenos. En esa amalgama de encuentros aleatorios, Jaime, el protagonista, que trabaja en una tesis universitaria, deambula preso de sus trastornos e inserto en una realidad circunstancialmente común que su sagacidad mental intenta descifrar.

Pero no es solo un desenfado psíquico. Coincidente con su patología convive una sensibilidad crítica revestida de una sutil y patética hermosura. Entonces esa realidad no es tan deplorable y en el enorme desencuentro con una sociedad alienada la locura individual nos parece una broma ingenua.

Alejandra Moya nos refriega en nuestras narices el pérfido dominio de la avaricia desmedida, de la insanidad con que el poder sistémico aniquila sueños e ideales. Nos advierte de la reproducción en serie de cárceles y manicomios para que el encierro de los indeseables no contamine —¡qué contrasentido!— la pesadilla de un mundo enfermo y decadente.

El panoptismo de Foucault cobra vida por momentos y el hálito de Antonin Artaud mueve invisible cada página. Las citas de Dostoievski, Pessoa, Parra, Amélie Northomb, Bolaño, entre muchas, configuran una ilación primaria, congruente, con quienes ya advirtieron la confrontación de luces y sombras en el desarrollo humano, así se trate hoy de una ciudad enclavada en el centro de un país perdido que representa, a escala, el despiadado neoliberalismo occidental.

En resumen, un libro delirante premunido de un lenguaje innovador y refrescante en la joven literatura chilena.

Hay que tomar nota de esta promisoria escritora.

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes. Entre sus obras destacan las novelas Útero (Zuramerica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«Depresión intermedia», de Alejandra Moya Díaz (Litoraltura Ediciones, 2020)

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: Alejandra Moya Díaz.

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