[Crítica] «El contador de cartas»: La casa siempre gana

Si en «First Reformed», el director norteamericano Paul Schrader se internaba en el mundo de la religión y de los crímenes ambientales, el argumento de la historia de su nuevo filme, en cambio, es Estados Unidos y la impudicia de su poder, reflejados en las acciones perpetradas por el gobierno de Washington al interior del infame centro de torturas internacional de Abu Ghraib, en Irak.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 23.10.2021

En el documental de Mark Cousins, La historia del cine: Una odisea (2011), aparece Paul Schrader comentando sus películas American Gigoló (1980) y Light Sleeper (1992). Sus palabras apuntan a que ambas películas tienen desenlaces semejantes pues cuando las rodó pensó en Pickpocket (1959) de Robert Bresson y su portentoso final.

Agrega Paul Schrader en el documental, que echa de menos el cine existencial. Algo que pareciera él mismo quiere remediar con sus filmes cuyos personajes deambulan en este mundo vacío sin un rumbo preciso.

Al ver la última película de Paul Schrader, El contador de cartas (2021), uno diría que su cine siempre ha estado girando en torno a Bresson y su afán de alcanzar la “gracia” (o trascendencia) en este mundo sin sentido y amoral. Si a esto adicionamos su predilección por Ozu, Dreyer y Tarkovsky, tenemos una nueva historia «schradiana».

 

Un hombre que viene de vuelta del infierno

El contador de cartas es una película que se percibe como una historia que hemos visto antes. El personaje William Tell (Oscar Isaac), un excombatiente de la guerra contra Irak, se dedica a ganar dinero contando cartas en los casinos. Su trabajo diario es sentarse en las mesas de los casinos a jugar blackjack (o 21) contando cartas. Siempre ganando lo justo y necesario con su método.

En uno de estos sitios, conoce a Cirk (Tye Sheridan) hijo de un exsoldado que conoció en Irak y quien tiene grandes deudas de dinero. Decide ayudarlo y para eso se une a La Linda (Tiffany Haddish), una mujer que consigue grandes financiamientos a jugadores profesionales para que participen en torneos profesionales de póker.

Juntos comienzan a visitar casinos con la intención de hacer dinero. Pero un empresario que representa a la industria de seguridad, Major John (Willem Dafoe), se cruza en su destino.

Desde un comienzo, con el telón verde con que se inicia los créditos (muy semejante a la tela de arpillera que Ozu usaba para los créditos) y que termina siendo el paño con que están hechas las mesas de juegos, se nos notifica que la historia estará relacionada con el juego de cartas en los casinos.

Pero las primeras imágenes, nos llevan a la cárcel. Aquí se muestra a Tell contando detalles de su encierro. Vive en una pequeña celda con rutinas muy marcadas. Y el hábito de escribir en un cuaderno sus pensamientos. Esto recuerda al reverendo Toller, personaje del anterior trabajo de Schrader, First Reformed.

Esa voz en off de William Tell, nos conduce por sus obsesiones, su hierática conducta en los casinos y su inmutable mirada cuando juega. Todo está en su cabeza. Todo muy bien controlado.

Así, con esa voz en off que traspasa toda la narración, nos cuenta su método y su forma de ver la vida: “El blackjack se basa en eventos dependientes, el pasado afecta las posibilidades del futuro”. Y cuando trabaja en las mesas de juego, no ve caras, dice, sino almas.

Su forma de ser, lo muestra como un hombre que viene de vuelta del infierno: la guerra y la cárcel. De ahí el dato de que es excombatiente no pasa desapercibido. Otro excombatiente con sus demonios a cuesta como Travis Bickle, el exsoldado de Vietnam que recorría las calles de Nueva York, personaje que Schrader diseñó en su guion para Taxi Driver.

Esto modela su forma de encarar la vida. Una suerte de ascetismo en su conducta, casi siempre vestido de la misma manera, tomando el mismo licor, despreciando el dinero, lo muestra como un hombre sin objetivo más que vivir el día.

Pero al conocer a Cirk y La Linda nace en él un sentimiento por ayudar, un tipo de redención profana. Y un objetivo que lo saca de su profundo calvario que vive.

Sufrimiento que solo se alcanza a prefigurar cuando tiene sus pesadillas en que aparecen distorsionadas imágenes de la cárcel de Abu Ghraib, conocida prisión en Irak, que sirvió a los norteamericanos como centro de detención y torturas contra sus enemigos.

Y aquí se puede intuir el verdadero tormento que carga Tell.

 

Desde el abuso y la manipulación

En este aspecto, es muy sintomático la forma que Schrader filma los espacios de las prisiones. La cárcel donde inicialmente aparece el protagonista, se muestra muy aséptica: limpia, ordenada, silenciosa. Similar a un hospital, como si Tell estuviera sanándose de sus heridas. En contraste, Abu Ghraib tiene un lente que deforma la imagen, mucho ruido y colores muy cálidos, como si fuera una estancia en el infierno.

De este modo, se entiende la conducta que exhibe Tell cuando llega a un cuarto de hotel para pasar la noche: su preocupación de cubrir todo el cuarto, muebles y utensilios, con sábanas que amarra con una dedicación enfermiza, convirtiendo el espacio habitacional en otra cárcel, en un lugar fantasmal. Él mismo afirma que no soporta el ruido y el hedor.

Hacia el final, Tell parece que logra dar sentido a su existencia al enmendar la conducta de Cirk y establecer un vínculo emocional con La Linda, refrendado en un paseo en un túnel lleno de luces, que recuerda al túnel de New York, New York, un momento de fantasía, un oasis en la atormentada vida de Tell, que después de sentir que al fin había logrado redimir sus culpas, cobra sentido su frase sobre el blackjack, una metáfora de la vida: “el pasado afecta el futuro”.

Tell no tiene ese momento de revelación mística como el reverendo Toller porque él no es un hombre que busque a Dios sino que es un individuo marcado por la experiencias límites, usado por su gobierno y que siente una profunda culpa.

En el fondo, es un personaje que busca una razón que dé sentido a su vida que se ha perdido en tanta inmundicia. Un hombre que se siente vivo, solo cuando expía sus culpas.

Si en First Reformed, Schrader se mete con el mundo de la religión y los crímenes ambientales, el centro de la historia de su nueva película es Estados Unidos y la impudicia de su poder, resumido en las acciones en el infame centro de torturas en Abu Ghraib. El gobierno de EEUU conducido por empresarios inescrupulosos que abusan y zafan de todo castigo.

En cambio, las personas comunes enviadas al frente, azuzadas por patriotismo y otras yerbas, sufren las verdaderas consecuencias, al igual que sus enemigos. Un Estado que se ha construido desde el abuso y la manipulación. Un estado sin moral.

De ahí que aparezca de manera tan caricaturesca el personaje más “patriótico” de la historia, Mr. USA, un jugador ucraniano que se pasea por las mesas de juego venciendo a todos, siempre vestido con su sudadera de la bandera norteamericana y su repetitivo cántico. Recordándonos que al final siempre el ganador es Mr. USA.

 

***

Cristian Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional «General José Miguel Carrera», y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile, y también es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y el cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: El contador de cartas (2021).