[Crítica] «El silencio de los jueces»: Una obra exquisitamente intelectual y emotiva

Presentado originalmente en 2014, el libro del poeta chileno Víctor Ilich —una de las mayores voces autorales en el género del verso libre de la llamada generación del Bicentenario—, es ahora objeto de una edición conmemorativa, que agrega nuevos textos al volumen inicial, y lo vincula con el poadcast posterior de idéntico título, en un hecho que realza todavía más la importancia del señero magistrado, en la escena de la literatura nacional.

Por Lamberto Cisternas Rocha

Publicado el 17.5.2024

Darle una vuelta al afán de los jueces.

En la Antigüedad existió Sócrates —400 años antes de Cristo—, quien, para encontrar la verdad, que se puede alcanzar dialogando, utilizó un método muy agudo consistente en la práctica de preguntas y de respuestas. Obviamente lo más importante eran las preguntas, que conducían las repuestas y a las respuestas.

Hoy existe la inteligencia artificial, cada vez con más presencia y con más agudeza a través de las redes neuronales, en cuyo manejo lo más importante son las preguntas: la calidad de la pregunta que ingresemos es clave para determinar el valor del resultado que obtengamos. Es decir, las preguntas conducen ahora también las respuestas y a las respuestas.

El silencio de los jueces (Independently Poetry, 2024) es una obra exquisitamente intelectual y emotiva, que tiene un manejo admirable de la ironía y que hace un uso muy particular del método socrático, en sus versiones antigua y moderna. Y como las preguntas y respuestas corresponden a la misma factura, la importancia de unas y otras son en su contexto relativamente equivalentes.

Ambas, en conjunto, cumplen bien la misión de captar la atención del lector y, especialmente, de suscitar la reflexión en torno a temas de justicia y a las diversas actitudes de los jueces, cuyo silencio es aquí motivo de gran interrogante.

 

El presente siempre es consumado

En tales condiciones, nada obsta a que me detenga en algunas respuestas que he seleccionado, porque me han parecido interesantes, llamativas o dignas de reflexionar, y porque expresan muy bien el sentido del libro. Así, por ejemplo, las siguientes:

Para ser juez se necesita una regla y un espejo (con la regla me medirán —con el espejo recuerdo que soy humano—).

Muchas veces me han censurado. Yo mismo creo en la autocensura. Es un vehículo con un alto estándar en seguridad y le permite a uno manejar con cautela. Ya sabe, una cosa es decir lo que se piensa y otra es pensar lo que se dice. Ambas hipótesis me convencen.

Las críticas a mi labor me duelen si son generales, nunca si son específicas.

Mis grupos musicales favoritos son Los Prisioneros y La Ley.

El juicio más difícil de hacer fue el de mí mismo. Salí absuelto, hubo duda razonable. Y la acusación estaba defectuosa.

El miedo es necesario en su justa medida; como el elástico, hasta que se rompa.

De las leyes vigentes derogaría la ley del embudo.

La secuencia de la rebeldía es: amargura, luego rebeldía, después desobediencia y finaliza el proceso…

Si la prueba para acreditar un delito es insuficiente, prueba escasa, pobre e imprecisa, hay una alta probabilidad de que la persona juzgada sea absuelta.

Hablar con claridad es un desafío que no es sencillo. La sencillez es una herramienta, la claridad es el resultado.

La campaña del lenguaje claro es un buen propósito y se logra creyendo en el propósito.

Hablando de lenguaje inclusivo, no le parece que el que la lleva, el trompa, se dé a entender de forma clara y en la misma lengua del encanao, mientras más nítido menos engrupido.

El presente siempre es consumado. Y si es consumado, somos responsables si tuvimos algún grado de participación como autor, cómplice o encubridor. Y nos gusta culpar a otro de ser posible.

Fue extraño volver a la presencialidad después de dos años de teletrabajo. Me sentí como juez suplente en su primer día de suplencia en mi propia oficina y en mi propio tribunal.

Es mejor tener alternativas que estar en un callejón sin salida.

Puede usted, querido lector, estar de acuerdo o no con todas estas respuestas a preguntas que no he reproducido; pero no cabe duda de que, más allá de cualquier crítica, están llenas de contenido y llaman a «darle una vuelta», con el afán de comprender a los jueces y de que ellos nos comprendan a nosotros.

Felicitaciones por esta edición conmemorativa de El silencio de los jueces, que hace muy bien para aprender a mirarlos mejor.

 

 

 

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Lamberto Cisternas Rocha (Cauquenes, 1945) es abogado y exministro de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia.

Con anterioridad fue ministro de la Ilustrísima Corte de Apelaciones de Santiago, relator en ese tribunal y en la Corte Suprema, y ejerció la docencia tanto en la Pontificia Universidad Católica de Chile, como en la Universidad Diego Portales, la Universidad Gabriela Mistral y en la Academia Judicial.

Se incorporó al Consejo de Ética de los Medios de Comunicación en enero de 2017.

 

«El silencio de los jueces», de Víctor Ilich (Independently Poetry, 2024)

 

 

 

Lamberto Cisternas Rocha

 

 

Imagen destacada: Constanza Acuña, Jorge Parragué y Víctor Ilich.