[Crítica] La poesía de Ricardo Herrera Alarcón: Caminos trazados y perdidos

«Todo lo que duerme en nuestro corazón desembocará un día en el mar» se titula el volumen donde el poeta de la Araucanía reúne una antología con cien de sus creaciones líricas, y el cual acaba de publicar la nortina editorial Aparte.

Por Claudio Guerrero Valenzuela

Publicado el 11.5.2021

Hemos visto crecer de manera considerable
la esfera de lo residual: esto se vincula de ahora
en adelante con lo no asimilable, lo prohibido,
lo inutilizable, lo inútil.
Nicolás Bourriad, La exforma

Ricardo Herrera Alarcón reúne en un solo tomo una muestra poética de su producción escrita de dos décadas, a través de la colección Tapa Dura de la norteña Editorial Aparte, a cargo de Rolando Martínez, Lucas Costa, Rodrigo Rojas, Cristóbal Correa y Harol Bustos.

Todo lo que duerme en nuestro corazón desembocará un día en el mar (2020) se llama la antología que reúne poemas de sus cinco libros anteriores más otros inéditos.

Hasta entonces, la producción poética de Ricardo Herrera había transitado por señeras editoriales independientes del centro y sur de Chile.

Deliriums Tremens (Ediciones Casa de Barro, 2001), Sendas perdidas y encontradas (Kultrún, 2007), El cielo ideal (Lom, 2013), Carahue es China (Bogavantes, 2015) y Santa Victoria (Inubicalistas, 2017) conforman el catálogo de libros del autor nacido en Temuco en 1969 hasta esta última entrega.

La antología reúne poco más de cien poemas dispuestos de manera no cronológica, sin ordenamiento alguno más que su propia realidad individual como poema, además de un postfacio a cargo de Luis Riffo, editor de Bogavantes.

Es llamativa, de entrada, esta disposición que rehúye de una trayectoria lineal y rompe con los modos habituales de la recepción crítica que busca en la secuencialidad del conjunto de una obra los diferentes momentos o estados poéticos de un autor.

De modo que Todo lo que duerme en nuestro corazón desembocará un día en el mar, que es un verso rescatado de uno de los poemas de este conjunto, podría entenderse como un libro nuevo, con una propia lógica interna que apunta más a la dispersión de los puntos de fuga que a una clausura de sentidos, fenómeno propio del poemario entendido como unidad o como proyecto y que caracteriza a gran parte de la producción poética contemporánea.

Y si hay algo que persiste en este rebalse, quizás por sobre una serie de otros tópicos y realidades a los cuales apunta cada poema, sería la reflexividad propia de una poesía metatextual que todo el tiempo se vuelca sobre sí, sobre su quehacer, sus modos de producción, sus límites y sus posibilidades de expansión, pero siempre o casi siempre al borde del descalabro, al borde de la tragedia, como también del patetismo cómico.

En eso, la poesía de Herrera sabe beber de muchas fuentes: de la antipoesía y la postvanguardia, pero también de la antigua poesía oriental o de la tradición francesa del simbolismo y del surrealismo.

Como buen lector, su poesía está llena de referentes velados que remiten ya sea al tedio baudelariano o la ironía sardónica de un Lihn, al parafraseo burlón de un Rodrigo Lira o al neorromanticismo lárico de un Teillier.

Asimismo, resulta interesante las constantes alusiones al código pictórico como un lenguaje y un oficio que proporciona modos análogos de construcción poética. El poeta, visto así, se emparenta a la imagen del pintor pintando un lienzo, efecto manierista que también vincula su poesía a la tradición neobarroca, especialmente a través del movimiento del sujeto poético que se retira del poema y toma distancia de él de modo reflexivo, anunciando la retirada, de modo que el artefacto hable de sí desde su propia artificialidad:

El mundo que hice nacer anoche no tenía cuerpos

Los objetos sin forma volaban

Y se posaban sobre letras que tocaban y empezaban a quererlos

Y comenzaban a formar palabras

Tímidas palabras al principio

Que luego serían grito y violencia y al rato caricias (p. 35).

 

Una voluptuosidad estética: Hacer poesía en el Chile neoliberal

Y, sin embargo, pareciera ser una poesía que no intentase dar tributo a otras poéticas, sino que intenta mostrarse autosuficiente, en una especie de nihilismo caótico, sinestésico, irónico e irreverente como muestrario de una esfera residual que a menudo lo hace enfrentarse a la verdadera dimensión de la dificultad de construir un mito.

Es por esto que el desembarco de los diversos flujos que emanan de la poesía de Herrera a menudo lleva a escenarios límite, cuya intensidad expresa a menudo los peligros del naufragio.

Como poética que intenta desbordar la referencialidad, serán los lugares de intensidad como el alcohol, el tedio, las iluminaciones, la cercanía con personajes y lugares del bajo fondo, los enamoramientos o los suicidios mentales, sobre los cuales se despliegue una escena que constantemente se dirige hacia una épica de la escritura, a ese estado crepuscular que se persigue y en el que todo podrá cuajar.

Asimismo, como utopía, como lugar irrealizante, la voz poética choca todo el tiempo con una realidad que lo empuja a reafirmar la persistencia del oficio.

Esto se espectaculariza a través de una figura autoral desdoblada que es hiperconciente del carácter ficcional y absurdo del espejo, por lo que regularmente busca el abandono de sí y la pervivencia en una voluptuosidad estética como operación que permita hacer circular el agua estancada, que de manera cotidiana se aposenta en el espacio de la escritura y filtra humedad: “Tiene un río en su patio y no necesita escribir / Y aunque los amigos se atrasaran o no llegaran simplemente / La vida lo alcanza y lo abraza” (p. 60).

Pero también las ventanas de desidia que constantemente asedian al sujeto poético y la pulsión que siente por construir un mundo que cobije, posibilita la reflexión histórica y política, un situarse en la realidad que no puede dejar de soslayar la experiencia de la historia reciente.

La interrogante sobre el lugar de la poesía en el entramado de un presente complejo sitúa a la figura autoral en un trance lleno de dudas y disquisiciones irresueltas, confrontándose todo el tiempo con la sospecha y la fantasía de toda una generación post golpe que era demasiada niña para la época en que se comienza a construir el misérrimo país que vivimos hoy, con pesadillas que dejan entrever que los surcos trazados por la historia trágica del país aún perduran:

Más tarde en casa lamentaba no haber vivido en ese país de un socialismo

embrionario, no haber participado de ese sueño sangriento. Le digo a mi

mujer y mi hija que tengo sueño y en mi sueño (más tarde) voy con mi padre

en un tren camino hacia el infierno. Ese es nuestro trabajo en lo que dura el

sueño: conducir trenes al infierno pensando que viajamos hacia el paraíso (p. 94).

 

Hacer poesía en el Chile neoliberal de hoy se parece en mucho a este inesperado viaje a las profundidades del inconsciente colectivo, a caminar sobre un agua estancada con los pies descalzos, a vivir en un espacio residual al borde del lenguaje, y, en donde resulta inevitable preguntarse cómo y por qué seguir persistiendo en la escritura, en esos caminos trazados y perdidos con obsesiva regularidad.

 

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Claudio Guerrero Valenzuela ha publicado el libro de ensayos Qué será de los niños que fuimos. Imaginarios de infancia en la poesía chilena (2017) y prontamente Abismo y silencio. Escritos sobre literatura (en prensa).

Es autor de los poemarios Las corrientes luminosas (2020), Código menor (2017), Pequeños migratorios (2014), El libro de las cosas que se ignoran (2002) y El silencio de esta casa (2000).

Ha escrito, además, diversos artículos, entrevistas y reseñas en revistas de corriente principal, así como en periódicos culturales digitales, centrados fundamentalmente en la poesía chilena e hispanoamericana contemporánea.

 

«Todo lo que duerme en nuestro corazón» (2020)

 

 

Claudio Guerrero Valenzuela

 

 

Imagen destacada: Ricardo Herrera Alarcón.