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[Crítica] «La traviata»: Una exuberante labor dramática y de conjunto

Hasta el próximo sábado 3 de septiembre se presentará en el Teatro Municipal de Santiago esta lograda puesta en escena de la famosa obra de Giuseppe Verdi, y la cual en esta oportunidad atestigua las recordables interpretaciones principales de la soprano italiana Francesca Sassu y del tenor de origen chino Long Long.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 28.8.2022

Por largos pasajes no parecía una ópera en modo concierto. En efecto, La traviata que prosigue la temporada lírica 2022 del Teatro Municipal de Santiago, semejaba a lo largo de sus tres intensos actos una puesta en escena desarrollada de acuerdo a los cánones modernos del género, y eso habla de las fortalezas dramáticas que la idea impuesta por la régie de Francisco Krebs estuvo lejos de ser obstaculizada, debido a las restricciones minimalistas del formato.

Así, y con pocos, pero bien diseñados elementos teatrales, el realizador basó su dirección dramática en los factores de iluminación y en los movimientos de los intérpretes sobre el escenario, en un despliegue que además de favorecer el talento vocal de los cantantes principales, ratificó la calidad actoral del dueto conformado por la soprano italiana Francesca Sassu (quien debutaba en el coliseo de la calle Agustinas); y del tenor de origen chino Long Long, el cual también inauguraba sus presentaciones en el Municipal de Santiago, luego de haber bautizado su trayectoria en Chile, en el Teatro del Lago. Ambas son voces de primera línea internacional, especialmente el segundo.

Long Long (Alfredo) es un cantante excepcional, y su desempeño como Alfredo en La traviata fue un deleite para los espectadores de la función de estreno del día jueves 25 de agosto. Dueño de una gran coloratura, su voz posee una facilidad natural para extenderse en las notas más altas y dotarlas de agradables ornamentaciones o florituras. Además, su potencia sonora hace que por momentos su timbre se escuche en la forma y en las características de un tenor lírico spinto.

Otra de sus virtudes fue mantener un nivel sonoro parejo a lo largo de la presentación, al revés de su compañera, quien alcanzó su mejor cota de desempeño vocal después del primer acto.

De esta forma, la performance de Long Long marcó la pauta vocal de lo que sería esta Traviata: una elaborada conjunción de múltiples variables artísticas, entregadas a la búsqueda de un trabajo individual que dirigido hacia el conjunto musical y dramático del montaje, se aprecia al modo de una compleja producción operática.

Por otra parte, la soprano Francesca Sassu es una actriz de excelente composición escénica, y sus expresiones corporales se percibían e impactaban a lo lejos. Y pese a que su timbre es hermoso, suave y delicado (de una coloratura envidiable), pero carente de una fuerza espontánea, por momentos, y especialmente al inicio de la obra, la intérprete italiana encontró dificultades para acometer el registro lírico ligero que demandaba su personaje de Violetta.

Esa situación, Sassu la resolvió casi al final del primer acto, cuando ya dueña a cabalidad de su espectro vocal (y producto de su singular trabajo en vivo a fin de adecuarse a las circunstancias), devino, finalmente, en una compañera a la par para Long Long.

Las mencionadas incidencias, no obstante, son solo detalles, pues la verdad es que el espectáculo ofrecido en el recinto de la calle Agustinas, fue de un excelente nivel interpretativo (vocal, escénico y también musical), en un resultado que hace bastantes temporadas no se observaba, en todas sus líneas por lo menos, en el principal y único escenario de ópera del país.

Sassu fue una Violetta exuberante y generosa, de una entrega de diva notoria en sus facultades actorales, y cuando el timbre estentóreo de Long Long opacaba a su cálida y femenina voz, la prestancia de su figura escénica equilibraba la balanza hacia uno y otro lado, en ese peculiar enfrentamiento de características artísticas entre los cantantes principales.

De esta forma, y sin Sassu, no se explican el éxito de esta Violetta, y menos la brillantez dramática de una La traviata que nunca semejó a la mezquindad escénica de lo que se entiende trivialmente, como una ópera de versión concierto.

 

Los movimientos de los cantantes en la escena, simbolizaban los fuertes cambios emocionales que vivían en el drama del montaje

 

 

Las luces del romanticismo

En efecto, el trabajo escénico de Francisco Krebs cumplió con las exigencias que se le solicitan por obligación a una régie de ópera, sin importar las peculiaridades espaciales del contexto (debido a la pandemia); especialmente, en esta oportunidad, gracias a la comunicación que tuvo a fin de mancomunar sus propósitos e intencionalidades estéticos, con la dirección de la iluminación, a cargo del excelente Ricardo Castro, a quien si agregamos su labor en Arrau, el otoño del emperador, podemos afirmar que ha tenido una provechosa y aplaudible temporada teatral 2022.

La iluminación en este montaje evidenció un rol fundamental. Se solucionaron los problemas espaciales consignados en La boheme, y los personajes se construyeron diegéticamente en base a este factor, y la desnudez del telón y de las diversas capas y niveles del escenario, se unieron en la traslación dramática de un libreto y de una partitura, que hacen hincapié en la modernidad y en la evolución artística de su autor, el compositor italiano Giuseppe Verdi. Sin ir más lejos, quizás se trate de la más popular creación en el género, del maestro romántico.

Así, tanto la perspectiva del escenario, como el paso del tiempo, y las emociones propias de este argumento (un drama psicológico de carácter intimista), y donde la muerte y su imposibilidad tiñen el destino final de sus roles; esas variables, decimos, fueron sentimientos realzados de una forma inteligente y a la vez sencilla, lo cual revela una profunda reflexión de ideas y de conceptos teatrales, y hasta el telón, matizado o manchado por una tenue luz, representaba aquí un símbolo espacial y una noción estética, en su manifestación orgánica dentro del conjunto de la obra.

El coro del Municipal —dirigido por Jorge Klastornick, desde 1981— personificó a un atinado compañero de los intérpretes principales (dentro de las variadas ocasiones en las cuales tuvo que recurrir), en comandita con un elenco en el cual también destacaron las personificaciones efectuadas por el barítono chileno Javier Arrey (Germont, padre de Alfredo) y de la siempre estupenda mezzosoprano nacional Evelyn Ramírez (Flora), quienes pese a las virtudes ya mencionadas de primer nivel, tanto de Sassu como de Long, estuvieron lejos de palidecer vocal y actoralmente, frente a ellos.

La orquesta Filarmónica de Santiago, dirigida por su conductor titular, el maestro Roberto Rizzi Brignoli, abordó abiertamente el tono nostálgico y triste, adecuados a esta partitura cumbre del romanticismo tardío, y donde los recursos musicales se fusionan con su argumento dramático, en una concatenación de intencionalidades sombrías que ceden ante un sentimiento de trágica y apasionada imposibilidad, de cara a la existencia, al amor y a la vivencia frustrada de la pasión erótica.

Tanto el preludio como el final del tercer acto fueron pasajes que en su unión de tópicos musicales —y conducidos en ese sentido por la batuta de Rizzi Brignoli—, correspondieron al corolario de ese espectáculo parejo en la totalidad de sus líneas artísticas y con idea de conjunto, que fue La traviata estrenada el 25 de agosto de 2022 en el Teatro Municipal de Santiago, y la cual se exhibirá hasta el próximo sábado 3 de septiembre, sobre las tablas del histórico coliseo de la calle Agustinas.

 

 

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La iluminación representó los diversos estados de ánimo de los roles principales de «La traviata»

 

 

 

El maestro italiano Roberto Rizzi Brignoli

 

 

 

Crédito de las imágenes utilizadas: Teatro Municipal de Santiago – Patricio Melo.

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