[Crítica] «Mantícora»: Lo monstruoso en luz sutil

El director español Carlos Vermut muestra a dos almas perdidas, a un tigre de infancias y a una cuidadora tóxica, las exhibe en la neutralidad a modo de un resplandor que se sumerge en la incómoda oscuridad de las emociones humanas con voluntad de interrogarnos en lo más profundo de nuestro ser.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 4.1.2023

«La oscuridad no puede sacarnos de la oscuridad, sólo la luz puede hacerlo».
Martin Luther King

El año 2022 fue excelente para el cine español, se han estrenado muy buenas películas y de entre ellas mi favorita es la de Carlos Vermut, este genial creador de inquietantes universos psicológicos quien con Mantícora se consolida como uno de los más grandes realizadores del panorama nacional actual.

Vermut pone su luz sutil en uno de los temas más escabrosos de la oscuridad humana, lo hace con su habitual maestría artística y con la valentía de los que exponen en libertad sin condicionarse a los resultados de taquilla.

A partir de un excelente guion que él mismo firma, nos sumerge en una historia en torno a dos jóvenes de personalidades perturbadas que empiezan a conocerse en atracción mutua.

Dos jóvenes a quienes les dan excelente vida Nacho Sánchez encarnando a Julián, un diseñador de videojuegos al que tortura una siniestra perversión y Zoe Stein como Diana, una joven con tendencia a establecer relaciones de dependencia tóxica con los hombres.

 

El monstruo

Mantícora evoca al monstruo de la mitología persa emparentado con los tigres y cuyo significado etimológico viene a ser «devorador de personas». Ese ser temible diseña Julián como avatar del videojuego que prepara la empresa para la cual trabaja y en la que él está profesionalmente muy bien considerado.

Otra cosa es su aceptación social, son pocos los que logran establecer contacto personal con Julián por su modo de ser solitario y cerrado, es por ese motivo que lo tienen por el raro del equipo.

Nadie lo conoce en realidad, lo conoceremos poco a poco nosotros los espectadores quienes seremos testigos de su intimidad. Y descubriremos al pedófilo y monstruo pederasta en ciernes que él encarna, lo descubriremos sin sobresaltos y sin necesidad de apartar la mirada.

Todo gracias al sublime oficio de Vermut quien muestra sin mostrar. Un Vermut que además de alguna manera consigue que empaticemos con Julián a pesar de su turbadora verdad.

Luego, tras nosotros, lo sabrán en su trabajo cuando por un descuido de Julián se desvele lo monstruoso que anida en él. Y por extensión, a través de su reducido círculo de conocidos, será Diana quien conocerá de golpe el reverso oscuro de su amado.

 

La cuidadora

Diana, una joven cuya prioridad vital es el cuidado de su padre enfermo y que a pesar de su apariencia más sociable la iremos descubriendo también paulatinamente como una persona de oscuridad algo monstruosa aunque socialmente mejor aceptada.

Nadie o casi nadie acepta a un ser como Julián que encarna lo más abominable de la condición humana, sin duda es difícil abrazar a un pederasta, abrazar a un devorador de inocencias.

En cambio sí puede llegar a ser bien vista una personalidad cuidadora obsesiva como la de Diana. Parece que el cuidar en exceso o el arquetipo del sacrificio abnegado ejerce en algunos una fascinación extraña.

Pero tal y como ocurre en la película quien así se comporta establece vínculos tóxicos con los que dice cuidar. Así, sus cuidados más que sanadores pueden llegar a acrecentar la dependencia del dependiente.

 

Nosotros, una invitación a reflexionar

Vermut nos muestra a dos almas perdidas, un tigre de infancias y una cuidadora tóxica. Nos las muestra en neutralidad a modo de luz que se sumerge en su incómoda oscuridad sin buscar recrearse en ella sino más bien con voluntad de interrogarnos en lo profundo de nuestro ser.

A mi entender este es el mayor valor de la película, el plantear debates acerca del papel de la sociedad ante los pederastas, el papel de los profesionales de todos los ámbitos implicados y también el de la gente de su entorno afectivo; especialmente —entiendo— el papel de esas personas allegadas tras descubrir tan cruda realidad en el compañero, amigo o amado.

Da el tema para mucho debate, así ocurrió en mi caso con mi acompañante al salir del cine tras el visionado de la película (¡qué gratificantes esas conversaciones inducidas por el arte cinematográfico!).

A modo conclusión dejo en el aire algunas preguntas que surgieron entonces y que aún resuenan en mí:

¿Es necesario abrazar a un monstruo sea pederasta o dictador sanguinario?, ¿soluciona el problemón la terapia profesional?, ¿soluciona el apartar al monstruo o más específicamente el apartarse del allegado monstruoso?

¿Hay terapia real sin el abrazo de corazón?, ¿o es que no hay terapia para semejantes monstruos?

 

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Mantícora (2022).