[Crítica retro] «Roberto Bolaño. La batalla futura. Chile»: En el país de la furia

La tercera parte del largometraje documental preparado por el director nacional Ricardo House, se refiere a las conflictivas relaciones que mantuvo el escritor con el medio literario local, durante la década de 1990. También, aborda su regreso en las postrimerías de la Unidad Popular, y describe la fundación del Infrarrealismo, una noche de alcohol en la Ciudad de México, y en fin, enseña la sorprendente revelación de que el narrador pensó seriamente establecerse entre nosotros, hacia los últimos días de su vida. La filmación recurre a un lenguaje audiovisual de entrevistas, material de archivo, y a una sugerente “animación”, con el propósito de situar en sus detalladas, al inefable autor de “Los detectives salvajes”.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 28.1.2021

“Antes de caer como piedra en un sueño sin pesadillas, pensé que eso debía ser una señal. Una voz que surgió del vacío interior dijo que era estúpido. No hay señales para los muertos. Otra voz replicó que me estaba volviendo santo. Así de sencillo y de verdadero”.
Roberto Bolaño & A. G. Porta, en Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce

Un fenómeno literario aterrizó en Chile a fines de los 90, por lo menos para los que nos asomábamos a nuestras primeras lecturas, y terminábamos el colegio, justo con el cambio de milenio: un escritor de nombre centroamericano (pero chileno de nacimiento), que llegó disparando como un francotirador solitario, a vida o muerte, en un estilo que el ambiente intelectual no veía, quizás, y que extrañaba en su sangrienta contemplación, desde la década de 1960, cuando todavía era posible observar diferencias públicas entre los pensadores y artistas locales, a través de la prensa, en las páginas de los diarios impresos, o mediante el tiroteo propio del metálico de una frecuencia radial.

Bolaño llegaba al país con el Premio Herralde y con el Rómulo Gallegos bajo el brazo, toda una novedad entre los novelistas de estas latitudes. Y estuve cuando Cristián Warnken lo entrevistó en la Estación Mapocho, y me acerqué para pedirle una dedicatoria, en las finas hojas de una edición de Los detectives salvajes (1998), en esos textos de color plomo, de bello diseño, con que la Editorial Anagrama festejaba a los escogidos que figuran entre sus codiciadas “Narrativas hispánicas”.

Un solo hombre, durante un breve lapso de tiempo, hizo hablar de literatura, y de los escritores chilenos de ese momento, a una gran fracción de las audiencias: de los que leían las numerosas secciones culturales de los diarios, y de los que disfrutaban los programas de televisión respectivos.

De hecho, Roberto Bolaño. La batalla futura. Chile (2016), utiliza en su discurso audiovisual y estético amplios archivos capturados de entrevistas periodísticas que se le hicieron en el formato al fundador del movimiento poético del Infrarrealismo: una del mencionado Cristián Warnken, otra que pertenece a un espacio conducido a dúo por Jaime Celedón y por el sociólogo Fernando Villegas, echando en falta y de menos, la conversación que mantuviera Bolaño, por ejemplo, con el esforzado y tenaz equipo de “Off the Record”, cuando el espacio se transmitía en UCV Televisión, y la conversación se grabara a raíz de la segunda visita del novelista, a fines del segundo semestre de 1999.

Y mientras, el equipo de fútbol de la Universidad de Chile festejaba su décima estrella, después de ganar un extenuante e inédito campeonato de 44 fechas, de la mano del goleador peruano Flavio Maestri, y de los hilos que manejaba en el mediocampo, el argentino Leonardo Adrián Rodríguez. Fui al Estadio Nacional, a festejar ese trofeo, a despedir mi adolescencia, con la compañía de ese libro plomo entre las manos.

Hay aciertos, también: la grabación radial, sin ir más lejos, de un polémico y estimulante diálogo sostenido entre la profesora Raquel Olea, Pedro Lemebel, y Bolaño, extraída del programa del género (“Cancionero”), conducido por el desaparecido cronista (Lemebel), en la desaparecida señal de la emisora Tierra.

La visita que realizara el creador de Estrella distante a la casa del poeta Nicanor Parra, ubicada en el balneario de Las Cruces, igualmente, ocupa un lugar central —con su registro de fotografías y de cuñas de los testigos del encuentro—, un rol importante en la retórica investigativa, descriptiva y cinematográfica, del referido largometraje documental.

Los años de infancia y de adolescencia en Quilpué, esa casa, una vaca que bloquea y embellece el fotograma, la tranquilidad de Los Ángeles (Octava Región), empero nunca las temporadas en la maulina Cauquenes (que se extraviaron en la bitácora y en el rastreo de la película, ignorándose el por qué), conforman otro de los afluentes narrativos de la obra.

Testimonios de amigos de la niñez, de excompañeros del liceo sureño, dan cuenta de la voraz inclinación por la lectura y la historia que tenía Bolaño, de sus aficiones e inquietudes, las que después se repetirían como tópicos y argumentos de sus novelas más logradas y trascendentes.

El escritor emigró de Chile con su familia hacia México, a la edad de quince años, regresó en 1973, pocos días antes del Golpe, y recién volvió en 1998 para ser jurado de un concurso de cuentos, y luego repitió el viaje la temporada siguiente, por un par de meses: en esos cuatro estadios detiene su mirada, la tercera entrega de Ricardo House.

Uno de los problemas para llevar a cabo el empeño creativo y de investigación, fue sin duda, la escasez de material de archivo audiovisual existentes: por eso, insistimos, en que se nota demasiado la ausencia en el conjunto de fuentes de la entrevista que Bolaño concediera al mítico “Off the Record”, todavía vigente, en la señal de Canal 13 cable.

El resto, son fragmentos de conversaciones del equipo de producción con críticos literarios, agentes editoriales, colegas de actividad, periodistas, familiares y parientes del novelista y poeta, quienes tuvieron la oportunidad de compartir con él, durante las instancias de su paso aquél, por el país natal.

Reveladoramente, y al pasar, se descubre que Bolaño pensó seriamente establecerse en Chile, en compañía de sus entonces dos pequeños hijos, cerca del final, durante el último capítulo de su biografía, pues él lo sabía, pero la opinión pública lo ignorada, acerca de la existencia de esa enfermedad hepática que lo aquejaba, y que le arrebató los días y el aliento, en julio de 2003.

Así, y pese a la uniformidad temática del documental (una de sus falencias), la amalgama de recortes de antaño, imágenes, animaciones que otorgan plasticidad a los diálogos radiales, epígrafes extraídos de los libros del literato, se puede afirmar que jamás el desarrollo de la película aburre, o bien que termine por cansar al espectador.

Al contrario, la sorpresa dramática se mantiene de alguna manera inalterable hasta el final, cuando por ejemplo, presenciamos a la cantante norteamericana Patti Smith y al crítico Ignacio Echevarría (un amigo del narrador), inaugurando en la costera y catalana ciudad de Blanes (en una escena surrealista, o “infra”), una calle bautizada en honor al ganador del Premio Rómulo Gallegos de novela 1999.

Informativo, a veces interpretativo, la trayectoria argumental del largometraje se observa dentro de una lógica creativa que pretende transformar el contenido de la pieza, en un testamento audiovisual pensado para la posteridad.

Lamentablemente, y en ese intento, se cae en el peligro y en la tentación de mitificar aún más la figura del escritor, en desmedro de su faceta más humana, corriente, íntima, débil, sensible y vulnerable: la que se insinúa, por ejemplo, a través de las palabras verbales de una de sus primas, y en el recuerdo emocionado y lánguido del poeta mexicano Ramón Méndez Estrada (recientemente fallecido), mediante la confesión y el detalle de cómo nació el Infrarrealismo, entre Bolaño y Mario Santiago, una noche oculta, ignorada y errante, del año de gracia de 1975, en un departamento del Distrito Federal.

De paso, inesperadamente, una imagen del escritor confiesa que se enamoró de Barcelona al salir de Centroamérica, y que se quedó allí, desahuciando la idea de llegar hasta Suecia, según era el plan original: pues para el novelista, la ciudad Condal, en ese momento del tiempo, era la más hermosa del mundo, en gran medida, gracias a la emoción de Juan Marsé, y al poder fabulador que le había provocado la novela de éste, Ultimas tardes con Teresa.

Herido, confundido, criado y formado por Chile, al igual que Mistral, Huidobro, Enrique Lihn y otras decenas de creadores que nunca pudieron salir del peñón presuntuoso y horroroso, Bolaño reconoce que su escritura, que su arte, sin las huellas de su pasado, jamás podrían explicarse ahora, en ese presente que ya es pasado.

Roberto Bolaño, la batalla futura (2016) es una buena oportunidad para acercarse, de un modo amable, a ese creador ferozmente independiente, y de pistola, lengua y pluma en mano, que fue el inspirado inventor de los relatos de Llamadas telefónicas: siempre se corren riegos, por supuesto.

 

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Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Roberto Bolaño. La batalla futura. Chile (2016)