[Crítica] «Sueño de un pez poeta»: Una lectura íntima y volátil

En este nuevo poemario del voluntarioso autor chileno Luis Cruz-Villalobos, su palabra creativa se transfigura para entender, para sentir esos murmullos volátiles y que nos transmite a través de sus versos, valiéndose de una gran diversidad temática y estructural, tal y como ocurre en sus múltiples libros anteriores.

Por Malú Ortega

Publicado el 10.8.2022

Luis Cruz-Villalobos (Santiago, 1976), nos presenta un nuevo libro, dividido en cinco partes, cinco cuerpos diferentes, que conforman un todo, porque todos somos un solo ser, compenetrado en su espacio, que observa, percibe, siente, se emociona, se estremece.

El autor cohesionado con el entorno que lo abruma por momentos, se transfigura para entender, para sentir esos murmullos volátiles y que nos transmite a través de la palabra. El poeta mantiene una gran diversidad temática y estructural, como en sus libros anteriores.

Iniciamos esta lectura con la primera sección denominada «Poemas de una mariposa», compuesto por seis poemas enumerados donde el hablante lírico se transforma, siente el vuelo diminuto y frágil:

«Sobre el viento soy / Una hoja / Una pluma / Una pequeña brizna». Así nos va introduciendo en ese vuelo pleno de vida y muerte. Cito: «Y así de frágil / Mucho menos / De lo que todos imaginan / Volar / Seguir la ruta / Que ha sido trazada / En pleno aire / En pleno día y noche.»

Así vamos avanzando en esta poética y las imágenes comienzan a abordarnos, en la segunda parte del libro, nos encontramos con «Paisajes para no morirse tan pronto».

En este espacio se nos invita a que lo acompañemos en la observación de un entorno significativo para el poeta y quizás para nosotros; tenemos el mar, una calle cualquiera, la cima de un monte, un lago, una ventana, un bosque; lugares que estremecen la memoria; nos dice que:

«Detrás de la casa / Un bosque antiguo / Silencioso y húmedo / Que guarda secretos…», y qué secretos serán esos que no dirá a nadie.

En la tercera parte «Sueños y alucinaciones», nos encontramos con dieciséis poemas provocando un juego de estructuras que nos dicen que: «la vida sigue / Bella y triste».

Reflexiona sobre ese poema que le habita y nos habita y que está en todas partes: «También en el dolor de la carne / En el desgarro callado de la nostalgia», y nos aconseja: «Pero no hagas un poema / Un artilugio / Que en el fondo no tiene colores».

 

Hacer la eternidad

En el cuerpo cuarto, el poeta se atormenta por su soledad: «Yo no tenía puerto donde llegar / Solo iba de marea en marea / De marejada en marejada / De tormenta en tormenta / Hasta que llegué a ti / Y allí dejé caer mi ancla».

Aparente tranquilidad, aparente paz. Encuentro y desencuentro: «Me duelo de la noche y del día y canto una canción / Que no tiene letra ni melodía ni tampoco ritmo».

En el quinto cuerpo: «Poseía poesía» constituido por ocho poemas finalizando con una mueca, eso que se soslaya en la inconformidad, una mueca dirigida a los críticos literarios, porque desea: «Ser leído / Leído por dentro / Y por fuera / Leído de verdad», no importa como sea esa escritura:

«Marcas que dejamos en las hojas / Para que ellas nos sobrevivan / Y sea nuestro legado humilde y soberbio / Plagado de nada / O de todo / O de algo». Es un llamado, quizás en el silencio, que desea no ser más silencio, quiere ser una voz permanente, la que no debe naufragar por las palabras ácidas de los críticos.

Terminamos esta lectura íntima, con un conjunto de poemas inspirado en el texto de Juan Arnau, El olvido del ser de Martin Heidegger. El poeta se introduce y reflexiona en este fugaz momento o fugaces momentos. Se involucra en el problema del tiempo y con ese ser que lo critica y recrimina, nos dice:

«El instante mira con desprecio», «El instante / lanza piedras como protesta / Incendia las calles», y se pregunta sobre cómo hacerlo eterno, cómo atraparlo.

Nos traspasa su angustia de lo imperceptible; porque involucra al lector que, a la vez, llama al instantes con su propia voz, esa voz personal que cada lector tiene y que sin embargo, no reconocemos, y acota: «El instante / No puede ser atrapado / En jaula alguna / Y si se intenta / Pierde sus alas», y nos reafirma:

«Pues el instante lo es todo / Para sí y para quienes en él viven», lo llama solipsista porque: «Solo se tiene a sí mismo / Y se mira en el espejo / Y se abraza a su cuerpo / Y se entona una canción / Para dormir por la noche / Se acuna como ave sola / Se repliega y acaricia».

Así vamos concluyendo la lectura de este último cuerpo construido con veintidós reflexiones poéticas que surgen del estremecimiento del alma, porque al final de cuenta somos parte de esa fugacidad frágil y que puede desaparecer.

Cerramos con el poema «El instante exige un corazón aventurero», cito: «Así el instante nos instruye / Prepara nuestros brazos y piernas para su danza / Nos enciende el pecho / Y lo acelera para que podamos / Encontrar lo perdido».

Una poesía dolida y reflexiva, lúcida en el oficio de vivir. Muchos son materiales que han dado su fruto a este Sueño de un pez poeta.

 

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María de la Luz Ortega (Santiago, 1963). Fotógrafa, poeta y cronista es directora de la Sociedad de Escritores de Chile y vicepresidenta de la Academia Chilena de Literatura Infantil y Juvenil (ACHLI). Fue presidenta desde el año 1999 al 2003 de la UNE (Unión Nacional e Internacional de Escritores) Argentina, filial Chile. Dirige el Grupo Poético «Tras la senda de Gabriela».

«Sueño de un pez poeta», de Luis Cruz-Villalobos (Independently Poetry, 2022)

 

 

 

María de la Luz Ortega

 

 

Imagen destacada: Luis Cruz-Villalobos.