[Crítica] «Un lugar llamado Dignidad»: Las miserias éticas del cine chileno

La obra del realizador nacional Matías Rojas Valencia —estrenada en la cartelera local hace unos días— es un satisfactorio crédito en lo relativo a las técnicas audiovisuales que concurren en su ejecución artística, sin embargo el filme resulta bastante cuestionable desde el punto de vista moral e histórico, pues persigue restarle protagonismo y responsabilidad a la poderosa red de protección civil que le permitió a los dirigentes de Villa Baviera perpetrar en la impunidad sus crímenes de lesa humanidad, por más de largas cuatro décadas en el país.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 6.4.2022

«Actualmente Villa Baviera, ex Colonia Dignidad, es un centro turístico con restaurant, hotel y un centro de eventos. La Comunidad que la habita, hijos y nietos de los originales colonos, se encuentra realizando un esfuerzo por refundar la Villa y transformarla en un lugar de memoria, reparación y vida familiar», se aprecia como colofón dramático y luego de ver desfilar sus créditos finales, en una secuencia de la cinta Un lugar llamado Dignidad (2021), del realizador nacional Matías Rojas Valencia (Santiago, 1984).

En efecto, cualquier juicio audiovisual que podamos esgrimir frente al segundo largometraje de ficción en la trayectoria de su director empieza por denunciar esa trágica falacia, registrada y denunciada con maestría hace un par de años, por el largometraje documental Cantos de represión (2020), de los directores, también chilenos, Marianne Hougen-Moraga y Estephan Wagner.

Porque los hechos indican que el enclave alemán todavía vigente en la Región del Maule, es un recuerdo de la impunidad institucional y de la complicidad de miles de civiles todavía en activo en la vida pública del país, que además de proteger y de encubrir el actuar criminal del pederasta Paul Schäfer Schneider (1921 – 2010), posibilitan que en la actualidad sus antiguos facilitadores y socios comerciales, perpetúen el ejercicio financiero e industrial de un recinto donde fueron ejecutados decenas de detenidos desaparecidos chilenos, entre ellos un exdiputado de la República, en plena década de 1970 (el médico socialista Carlos Lorca Tobar).

 

Una falacia dramática

Hecho el diagnóstico, los dispositivos audiovisuales de este filme, se fundamentan en dos ejes dramáticos controvertidos: que Paul Schäfer obligaba a los colonos y a sus descendientes a cumplir sus órdenes (y no que estos le ayudaron en el despliegue de esa labor delictual), y que los voluntariosos militares en el régimen de Augusto Pinochet, casi en solitario, y sin el apoyo de importantes filas de políticos, empresarios y civiles ordinarios, fueron los que posibilitaron la impunidad y el actuar increíble y espectacular del fallecido convicto alemán, por casi medio siglo en suelo nacional, desde su instalación en las afueras de Parral, acontecida a comienzos de los años 60 del siglo pasado.

Estas importantes aclaraciones diegéticas empañan el resto de una producción que destaca por el uso de una fotografía y de un montaje, con lo mejor que puede ofrecer la industria cinematográfica local (Benjamín Echazarreta y Andrea Chignoli son los responsables, respectivamente).

Y si a esto se le añaden actuaciones relevantes, como las del elenco encabezado por el joven y revelador en su talento interpretativo, Salvador Insunza, y de Amalia Kassai, y de Hanns Zischler, podríamos referirnos, sin ser desmedidos, a un filme de época inaugural (por su calidad técnica y visual) para el circuito audiovisual del país.

De hecho, la impactante crudeza de las relaciones humanas íntimas que se gestaban al interior de la Colonia se reproducen de una forma impactante sin recurrir a gratuidades al echar mano a conceptos como el fuera de campo y de ambientaciones detallistas y acuciosas, casi pictóricas en su plasticidad, en reflexiones audiovisuales que pocos filmes chilenos han sabido o podido efectuar.

La perversión sexual, la represión emocional y la sujeción afectiva de los habitantes de Dignidad, sistematizadas por la brutalidad psicopática de Paul Schäfer y de sus cómplices, las cuales difícilmente han podido ser mejor exhibidas en una obra cinematográfica de ficción, que desde la formulación estética del filme analizado.

Sin apelar, insistimos, a una facilista hipérbole de utilería o de escenas sexuales forzadas, que graficaran de una forma grotesca el lenguaje impresionante de la corrupción psicológica y de la violencia física inimaginable, que allí se padecieron.

Comportamientos omitidos y negados hasta lo evidente, empero, y ya bien ingresados los años 90, por la poderosa red de protección que así pagó los favores que los colonos y su fugitivo líder prestaron al gobierno cívico y militar, cuando los líderes germanos entregaron el recinto para su uso como un centro de detención y de torturas ilegales, y también, se presume fundadamente, como un territorio de inhumación clandestino de ejecutados políticos.

Pero… la Colonia Dignidad enmarcada en este filme no murió con su jerarca, ni agonizó en la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago, en 2010, según se intenta afanosamente por informarnos al final de las secuencias.

Los emprendimientos comerciales de Schäfer siguen enérgicamente vivos y los herederos de sus «coaccionados y obligados» colonos, permanecen en constantes y recientes polémicas con agrupaciones de derechos humanos y de familiares de las víctimas allí flageladas, lejos del ánimo conciliador, de respeto y de memoria, según se sentencia en tono de falso dogma al cierra de esta controvertida obra.

Un lugar llamado Dignidad (2021) —ambientada en el año de gracia de 1989— es un artefacto audiovisual de incuestionables fortalezas cinematográficas, aunque socavado moral e históricamente a causa del empeño de su guionista y de su equipo de producción, en lo relativo a un abierto anhelo inmerso en su argumento, y el cual no es otro que buscar invisibilizar al todavía influyente engranaje civil, que permitió a Paul Schäfer instaurar un «Estado dentro de otro Estado de Derecho» en plena y supuesta, modernidad republicana de Chile.

Y el cine nacional, lamentablemente, tiene miedo y pavor de interpelar a esos civiles, quizás porque los hipotéticos emplazados están demasiado cerca de la «industria», o porque miembros destacados de sus filas creativas, se relacionan en estrecho parentesco con algunos de esos cuestionados nombres propios.

 

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Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Imagen destacada: Un lugar llamado Dignidad (2021).