Escribir parte de una necesidad íntima, una especie de «bichito biológico» que va socavando paulatinamente las sensibles entrañas de ese observador de la realidad, de ese desmitificador de la apariencia, de ese inventor de mundos y creador de esperanzas que es el autor literario.
Por Juan Mihovilovich Hernández
Publicado el 13.12.2025
La lucha persiste. Entre esa ineludible necesidad de escribir y la imperiosa obligación de sobrevivencia, el escritor se debate indeciso, se retrae, se angustia y pugna en ese encuentro sordo del que casi siempre va saliendo derrotado.
Entre el talento, escaso y destellante, pero aún no depurado, y esa inevitable «invitación» del medio a integrarse como un ciudadano más, incorporando a su individualidad los derechos y obligaciones comunes, hay una confrontación permanente, una atracción y un rechazo, como si fuera una oscura danza existencial con un resultado previsible: la postergación de ese talento en ciernes, o al menos, aceptar el largo sueño de «lo temporalmente injusto».
Con todo, escribir parte de una necesidad íntima, una especie de «bichito biológico» que va socavando paulatinamente las sensibles entrañas de ese observador de la realidad, de ese desmitificador de la apariencia, de ese inventor de mundos y creador de esperanzas que es el autor literario.
Sumido en mundos parciales, aparentemente escindidos de un todo al que siempre se retorna enriquecido, el escritor deambula nervioso por la ansiedad propia de una espera alargada en el tiempo. Él, como los demás profetas del arte, intenta subsistir por el lógico imperativo social.
Así, el autor está consciente de que una cosa es el estómago y otra muy distinta «el irreflexivo corazón», repleto de esas sin razones que a menudo lo están arrojando a su lucha tenaz por encontrar su propio lenguaje.
Basta que uno se salve para salvar a los demás
En una realidad antagónica, imbuida de contradicciones, el mismo escritor resulta un «bípedo contradictorio». La sociedad lo ha aceptado cautelosa, pero lo tiene entre ojos; ausculta sus pasos, vanagloriándose de sus titubeos, aplaudiendo invisible su demorosa ruptura del cascarón.
Cuando logra romper esas paredes y los honores se multiplican saludando al genio creativo, el autor mira un tanto desconfiado su nueva vestimenta. El éxito ha golpeado su puerta después de una espera paciente, interminable.
Pero, así como el fracaso era una cuestión personal, una sombra que lo acompañaba a toda hora, el triunfo puede volverse contra él si cede fácilmente a la adulación, al lisonjeo y el medido palmoteo de espaldas.
Luego, ha de mirar cauteloso su «nueva residencia». Han variado las formas, pero el mundo de abajo sigue siendo el mismo. Y si él lo sabe no debe olvidarlo.
Porque, a pesar de esa lucha sorda entre lo que «tiene que ser» y que lleva una considerable y eventual delantera sobre lo que el escritor «es y debe ser», no significa que aquella contingencia tenga que perdurar para siempre.
El escritor mantendrá «su pugna», resguardando su independencia a pesar del éxito probable. Seguirá lidiando por nuevas formas de lenguaje. Persistirá en su descontento, porque nadie que esté reconciliado con su realidad podrá escribir satisfactoriamente.
Si llega a olvidar que el triunfo es una consecuencia de un trabajo permanente, puede también olvidar ese batallar doloroso, esas largas sesiones depurando el verbo y decantando progresivamente su propia inseguridad.
Si viene el éxito, bienvenido sea. Pero, él no constituye jamás un fin en sí mismo. Es apenas el resultado de un proceso laborioso nunca exento de dudas y fracasos. Nunca ausente de sobresaltos e indiferencias.
En esa lucha sorda, la mayoría son vencidos. Pero, basta que uno se salve para salvar a los demás.
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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes, y quien en la actualidad reside en la ciudad de Linares (Séptima Región del Maule).
Entre sus obras destacan las novelas El amor de los caracoles (Simplemente Editores, 2024), Útero (Zuramérica, 2020), Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y semifinalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

Juan Mihovilovich Hernández
Imagen destacada: El poeta chileno Rodrigo Lira.
