El denominado caso judicial «vampiros literarios» ha puesto de relieve la inmoralidad y el abuso de poder por parte de una industria que afirma promover la actividad económica, el debate en torno a la identidad nacional y la imagen del país hacia el mundo, pero la cual no advierte los cuestionables comportamientos que se pueden realizar con el objetivo de conseguir una estatuilla, el reconocimiento especializado, o bien para obtener un pasaje de avión a fin de transitar por las alfombras rojas de los principales festivales del circuito audiovisual.
Por Antar Venegas Novakovic
Publicado el 22.5.2025
Fantasmas
Ese día estaba en mi moisés de seguro haciendo cosas de guagua, mirando las caras de mis padres nuevemesinos y jugando con algún cascabel. En eso estaba cuando las ráfagas de metralleta hicieron que mi hermana de tres años, ella se acuerda, se tirara al suelo por orden de mi madre, quien subió rápidamente al segundo piso para luego bajar juntas en medio de la quebradera de vidrios.
Yo seguía en la cuna ahora mirando como Sebastián, de dos años, se aferraba al cuello de nuestra mamá. En medio del atemorizante cateo uno de los militares se acercó a mi moisés para rajar las cortinitas cuando otro de atrás lo detiene:
—No lo haga, es un bebé durmiendo —le dice.
El allanamiento tuvo lugar días después del golpe de Estado a eso del mediodía en nuestra casa en Osorno. Cinco militares con unas ganas que les salían de no sé dónde desmantelaron todo buscando, según ellos, armas traídas a esa dirección en una citroneta.
Luego de dejar todo patas arriba y de no encontrar nada, se fueron dando indicaciones del tipo: «señora, no haga reuniones», «no salga de su casa», y otras.
Mi madre llamó a una amiga que llegó al poco rato con sus dos pequeños hijos, hablaron de lo sucedido y entraron en pánico pensando en lo que se venía por delante.
Al caer la noche llamaron a otra amiga que les dijo que su esposo tampoco había llegado, los tres eran profesores de la Universidad de Chile. Las tres jóvenes madres buscaron por todo Osorno sin resultado.
Al poco tiempo mi padre regresó a casa junto a uno de sus hermanos que también había sido detenido —»parecían fantasmas»— nos cuenta mi madre. No puedo contar detalles de lo ocurrido a mi padre, pero imagino que muchos sabrán de aquellos relatos de terror nacional.
El poder de transformar. El poder del miedo. El poder de la ignorancia.
Hermanos Matte
Escuela Hermanos Matte de la Sociedad de Instrucción Primaria, frente al conocido barrio Franklin. Cada mañana nuestro inevitable destino durante nuestro paso por la enseñanza básica.
Sebastián y yo elegimos, después de cientos de veces de caminar esas siete u ocho cuadras que separaban nuestra casa de la escuela, las calles más solitarias, las vacías, para ir tranquilos y hacer lo que había que hacer lejos de las miradas de curiosos.
Mi hermano mayor era bueno para hablar, tenía una lista inagotable de preguntas y respuestas para cada conversación, era entretenido. Su mente viajaba siempre lejos, buscando, tratando de aclarar las cosas. Me hablaba y hablaba con entusiasmo y de pronto, sin aviso, en un segundo o menos, desaparecía, quedaba atrás, se desplomaba, caía inevitablemente.
Cientos de veces esa ropa de escuela que mi madre preparaba amorosamente a diario, planchado perfecto, gris impoluto, recibía lo que nos diera la suerte. Caídas por pérdida repentina de fuerza producidas por la distrofia muscular de Becker.
Para mí, Seba caía arriba de mi corazón, cada vez me dolía esa mala jugada del destino. Sentía enojo y abandono. Solos en esas calles desiertas, los dos hermanos sabíamos cómo salir del paso.
Sebastián era valiente, pero los porrazos eran tan brutales e inesperados que a veces se le escapaba alguna lágrima. Nos quedábamos un rato juntos en el suelo, revisando que no hubiera un daño serio, recuperándonos, recomponiendo el ánimo.
No nos gustaba la presencia de buenos intrusos en ese percance. Eso era algo de los dos, una batalla eterna de resistencia, un asunto de hermanos. Nadie podía darnos el consuelo que nos dábamos, nadie podía acercársele para limpiarlo más que yo, nadie podía hacer la maniobra para levantarlo más que sólo nosotros.
Después de caer, queda levantarse. Habíamos diseñado, con la práctica, una técnica perfecta para volver a la vertical, tan sofisticada que era el único que podía ayudarlo sin dañarlo con tirones voluntariosos.
Mientras le limpiaba el pantalón y el vestón escolar, Seba me consolaba diciéndome que todo estaba bien y que reanudáramos el rumbo y la conversa. Tantas veces. Cientos de veces, cientos de caídas. Cientos de veces volver a empezar. Cientos de veces olvidar ese golpe caído del cielo. Cientos de veces perseverar.
El poder de la inteligencia. El poder de imaginar. El poder de la sangre.
Los ayunos del poder
Desde que advertimos el plagio a la obra Ya no sueño contigo Augusto, obra de teatro escrita por nuestro hermano Sebastián el implacable invierno del año 2004 para un concurso de dramaturgia, he tenido que leer acerca del robo de ideas, sobre la adaptación de obras literarias y revisar innumerables noticias, críticas y comentarios en torno a la película El conde y de sus dos guionistas, Pablo Larraín Matte y Guillermo Calderón Labra.
En esa rutina de búsqueda me encontraba cuando me topé, hace poco —se me había pasado entre innumerables textos—, con una entrevista publicada en The Wall Street Journal titulada «Pablo Larraín puede ayunar 20 horas al día», con fecha del 9 de diciembre de 2024, y escrita por la reportera Lane Florsheim.
Desde que le dejé a Pablo Larraín personalmente en las oficinas de su productora Fábula una carta familiar exponiendo lo que para nosotros es un plagio rampante, he estado buscado una entrevista donde algún periodista le pregunte o bien el cineasta se refiera a nuestro caso «vampiros literarios», pero nada.
«Pablo Larraín puede ayunar 20 horas al día», fue lo que leí absolutamente sorprendido.
Luego pienso en esto: sé que Lane Florsheim tiene anotada en su pequeña libreta la siguiente pregunta:
—¿Pablo, qué puedes contarnos sobre estar imputado penalmente en un caso de plagio en Chile? ¿Puedes contarnos algo sobre eso?
Y de nuevo, nada, y lo que viene me hace sentir peor:
—Lo primero que hago es tomar agua con un chorrito de jugo de limón y luego café —relata Pablo.
—Y entreno tres veces por semana —continúa Larraín Matte—. Box, un poco de cardio y levantamiento de pesas, ayuno hasta el almuerzo y a menudo hasta la cena. Me desintoxico con té y agua, y uso una crema muy simple que tiene algo de protector solar. Luego, antes de irme a dormir, uso otra crema para la noche.
Me refiero, por favor, no somos sólo nosotros.
En Chile el plagio es una industria en ascenso y nadie denuncia por temor a quedar sin trabajo o a ser excluido para siempre de la esperada alfombra roja.
Pienso en esos consejos de belleza que nos da Pablo Larraín y en mi madre que se rompió el lomo sacando adelante a Sebastián, en la censura y en la siempre hambrienta impunidad que quiere devorarse todo para escupirlo en el abismo del silencio.
Inquirir de todo menos lo importante una y otra vez.
Periodistas chilenos con formación universitaria como Christian Ramírez M. que omiten interpelar a su entrevistado, frente a temas de evidente actualidad noticiosa e interés publico, ¡vaya uno a saber!
Reporteros profesionales que realizan entrevistas pactadas o autocensurándose.
Entonces, cuestiono:
¿Qué poder ese ese?, porque después de todo, ¿a quién le importan los ayunos del poder?
El poder de ignorar. El poder de un apellido. El poder de no preguntar cuando es un deber ético y técnico, tener que hacerlo:
—¿Qué significa para su carrera como autor y realizador audiovisual, señor Pablo Larraín, el que un guion cinematográfico de su autoría sea investigado por plagio en una causa penal conducida por el Ministerio Público y también por el Poder Judicial de su país? ¿Nos puede decir algo al respecto?
El periodista Christian Ramírez M.
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Antar Venegas Novakovic (1972) es un escultor, diseñador y mueblista chileno.
La obra «Ya no sueño contigo Augusto» fue registrada como propiedad intelectual en 2004
Tráiler:
Antar Venegas Novakovic
Imagen destacada (de izquierda a derecha): Antar Venegas, Giselle Venegas, María Cristina Novakovic, Sebastián Venegas y Djamila Venegas.