[Crónica] Modo de hablar y política

La competencia desatada, el aprovechamiento de informaciones privilegiadas, las trampas para quedarse con las ideas de otros, las mentiras disfrazadas de verdades, son procedimientos aceptados si son exitosos y si acaso se salvan de ser sancionados por los tribunales.

Por Jaime Hales Dib

Publicado el 26.10.2025

Me llama profundamente la atención el manejo que se hace del idioma por parte de los políticos. Puede tratarse sólo de los chilenos, aunque es probable que esos estilos de discurso sean más generalizados. Confieso mi ignorancia.

Los modos, estilos y formas en la cultura son en general impuestos por los sectores sociales dominantes, aunque debemos reconocer que en el país se ha extendido un estilo vulgar, con el uso de palabras y la construcción de oraciones propias de la gente con menos nivel instructivo.

Pero, como me lo decía una académica mexicana, tal situación puede ser propia de que el uso del idioma da cuenta de la vida social y por tanto van apareciendo modismos, estilos, vocablos, que dan vida a una modalidad diferente de comunicación. Y eso es así, nos guste o no.

Cuando recorro centros comerciales, en cualquier barrio de Santiago, me impresiona constatar que la mayor parte de los nombres de los establecimientos comerciales tiene nombres en inglés o con palabras en ese idioma. Las habituales tiendas comerciales del país, han cambiado sus clasificaciones, nomenclaturas, anuncios, para incorporar sustantivos extranjeros, creando una situación que dificulta de cierto modo la comunicación acostumbrada.

Entiendo que existe un idioma español de México que es distinto del castellano tradicional, tal como hay otro en Argentina, Perú o Chile. No es lo mismo el idioma que se habla en Brasil que en Portugal, Angola o Mozambique, aunque siempre se le mencione como «portugués», pues cada comunidad incorpora, desde sus raíces autóctonas y sus costumbres propias el uso de palabras con distintos sentidos o con una manera de armar las frases de modo diferente.

Lo que no me gusta es el proceso de «filipinización» que he percibido en el continente americano desde México por el norte hasta el cono sur: la sustitución progresiva del idioma castellano o español con sus derivaciones particulares por el idioma inglés.

En Filipinas significó el fin del español, idioma infinitamente más rico en matices y modos que el otro. Y eso tiene que ver con la colonización cultural, el sometimiento de los pueblos a los imperios contemporáneos, la destrucción de las fusiones de lo popular con la riqueza de los idiomas.

Con todo, es cierto que el uso del castellano por sobre las lenguas aborígenes fue una cierta imposición imperialista hace más de cinco siglos. Pero los países de habla hispana ya existen y tiene sus propias idiosincrasias. Hoy eso tiende a desaparecer para uniformar, dólar mediante, el modo de hablar y de pensar de todos los países sometidos al poder de los grandes.

 

De ese modo la corrupción anida

Ahora bien, visto esto, me referiré a la mirada ideológica que condiciona el lenguaje. Por ejemplo, antes se hablaba del «pueblo», pero hoy, en el ambiente derechizado que quiere «moderarlo» todo, se habla de «la gente».

Desde la dictadura, que la derecha llama «gobierno militar», para sacarse de encima las responsabilidades que les caben, se fue gestando el tema de esa moderación de las palabras para evitar llamar las cosas por el nombre que tienen, dejando los calificativos que pueden ser más fuertes sólo para afectar a quienes no coinciden con el modo capitalista de ver la realidad.

Así, el que no es partidario del neoliberalismo es «comunista», entendiendo que deben recibir ese calificativo no sólo los que militan en el Partido Comunista, sino todos los que hablan en contra del sistema imperante.

Lo que más me ha llamado la atención es el empeño de apropiarse de todo lo que debe pertenecer a los chilenos en general. Porque para la llamada «derecha», lo máximo es «tener más», es decir ser dueño.

Entonces ellos se hacen dueños del país («nuestro país» y si alguien dice «este país», lo critican duramente), de la policía uniformada y militarizada («nuestros carabineros», entendiendo que toda crítica a esa instituciones o a sus jefes es un acto antipatriótico), de las instituciones de la Defensa Nacional («Nuestras fuerzas armadas» y vaya lo que le pasa al que, como yo lo he hecho, las critique). Algunos llegan al extremo, como un alcalde metropolitano, de decir «mis carabineros» o «mis guardias municipales».

Así, en el último debate televisado de los candidatos presidenciales se habló de «nuestros niños». Otras veces se habla de «nuestros adultos mayores». Es el deseo inconsciente de hacerse dueño de los demás de acuerdo con la lógica capitalista de valer más en la medida que se tiene más.

Lo propio se convierte en intocable. El capitalismo sitúa a la riqueza como la principal meta de las personas. En la propiedad radica el grado de poder e importancia de las personas, sin importar a la larga como haya sido eso obtenido.

De esta forma, la competencia desatada, el aprovechamiento de informaciones privilegiadas, las trampas para quedarse con las ideas de otros, las mentiras disfrazadas de verdades, son procedimientos aceptados si son exitosos y si acaso se salvan de ser sancionados por los tribunales.

No importa lo que se haya hecho, lo que vale es que no lo sorprendan, que no les puedan probar lo que hicieron, que hayan prescrito las conductas. Y si los sancionan —muy pocos casos— tendrán que ir a clases de ética o pagar ridículos montos que son bajísimos porcentajes de los ingresos ilegítimos percibidos.

Se valoran las «habilidades» para deslizarse por las laderas de lo incorrecto o ilegal sin ser castigados. Lo importante es que esos especuladores, empresarios, políticos, obtengan el éxito deseado. E incluso cuando son sorprendidos en manejos turbios, pueden tener la capacidad de eludir a la justicia con diferentes artes. Ya lo hemos visto y no es del caso entrar en detalles.

Y quienes hablan así y viven así, traspasan sus valores a un pueblo que buscará imitar a los poderosos para tener éxito y conseguir valoración.

De ese modo la corrupción anida porque, a la larga, los que pasan las barreras para acceder al poder en sus diferentes formas, siempre serán pocos en un sistema así.

 

 

 

 

 

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Jaime Hales Dib (1948) es un abogado formado en la Universidad de Chile, poeta, narrador y profesor.

En 1995 fundó la Academia de Estudios Holísticos SYNCRONIA, luego fue agregado cultural en México durante el gobierno del Presidente Ricardo Lagos Escobar. También formó parte del directorio y fue secretario general de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).

Además, integró el Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile, participó en la comisión redactora de la Ley del Libro, fundó la Editorial Casa Doce, ha publicado varios textos de su autoría y ha dado recitales poéticos en diversas ciudades tanto de Chile como del extranjero (Francia, España, Estados Unidos, Colombia, Ecuador, Panamá, Uruguay, Argentina y México).

En la actualidad es columnista y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Jaime Hales Dib

 

 

Imagen destacada: Pablo Larraín Matte y Juan de Dios Larraín Matte, protagonistas del Caso Vampiros Literarios.