[Crónica] Selfies con el muerto Tatán aún tibio

Nuestra «derechona» ha perdido el respeto a las normas mínimas de urbanidad y decoro, dejando de lado los modales y usos, corteses y republicanos, que murieron de muerte natural con el último Presidente que tuvo la fenecida «diestra culta»: don Jorge Alessandri Rodríguez.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 8.2.2024

Era de completa ordinariez fotografiarse en los funerales; picante, cutre, una rotería sin nombre. Tampoco se podía llegar a casa con recuerdos fúnebres, cintas mortuorias o flores arrancadas de las coronas; ni pensar traer fruta de árboles del camposanto, como las naranjas del Cementerio General, por ejemplo.

Supimos que el Flaco Astudillo, nuestro querido compañero de la célula Ho Chi Mihn, donde hilábamos sueños y poemas con el joven vate, Hernán Miranda, había sustraído seis naranjas, en el funeral del compañero Arriagada, con las que preparó un zumo, líquido que le produjo una perenne y mala melancolía.

En casa, los abuelos y aun los padres, veneraban la Santísima Trinidad y respetaban, como un oráculo, como una sagrada Constitución, el Manual de urbanidad y buenos modales de Manuel Antonio Carreño, texto que los jóvenes de hoy desconocen por completo y que muchos viejos archivaron para siempre.

Nuestra derechona ha perdido el respeto a las normas mínimas de urbanidad y decoro, dejando de lado los modales y usos, corteses y republicanos, que murieron de muerte natural con el último Presidente que tuvo la fenecida «diestra culta»: don Jorge Alessandri Rodríguez.

 

Flaquezas criollas y ordinarieces varias

Miren que sacarse panorámicas y «selfies» con el muerto Tatán aún tibio, sonrientes, algunos en estampa futbolera, como si se tratara de una fiesta de cumpleaños, un matrimonio o un bautizo.

Ya sé, ya sé, hay que sacar partido mediático de cualquier buena oportunidad que se presente, y esta —la muerte accidental de Sebastián Piñera Echenique— ha venido como anillo al dedo para acercar voluntades, consolidar privilegios y tocar la cuerda sensiblera de los chilenos pueblerinos, clase baja pujante, media baja, media media, medio pelo, media aspiracional y altita bien ubicada o en proceso de trepamiento.

Una situación esperpéntica, como diría el mismísimo Joaquín Edwards Bello, nuestro cronista y desnudador de flaquezas criollas y ordinarieces varias.

La sonrisa de Evelyn Matthei lo dice todo, después de algunos lagrimones cariacontecidos y circunstanciales, se va posicionando ella —en la foto, en el espectro político y en todo lugar— al acecho del sillón de O’Higgins, que dejará «el niño» Boric con muchísimas penas y penurias para el pueblo esperanzado e inocentón que sufragó por él (yo mismo, confiésome, padre), con escasa o ninguna gloria, por cierto.

Se rumorea que los adláteres de Erre Ene entregarán a sus socios y afiliados trocitos de la aeronave «siniestrada», como reliquias para la buena suerte y amuletos por «favor concedido».

Los tiempos ya no son lo que fueron, mire usted; la cosa está tan revuelta, que ya no se sabe quién es quien.

¡Pobre doctor Carreño!

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.

Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Chile Vamos afuera de la Catedral Metropolitana tras el funeral de S. Piñera.