[Crónica] Viaje al Chile más indígena

Si tuviese que escoger una pieza impresionante del Museo de Arte Precolombino de Santiago coincidiría con Adina Ioana Vladu —a pesar de su gusto por las figuras felinas y por las telas teñidas—, en elegir el quipu inca, hecho de cuerdas con nudos de fibra de camélido entre los siglos XV y XVI.

Por Claudio Rodríguez Fer

Publicado el 20.7.2025

Para empezar por el principio, el primer museo que quise visitar en Santiago de Chile, tras detenerme en la céntrica y ajardinada Plaza de Armas, de origen inca, con trazado colonial y dominada por la enorme y neoclásica Catedral Metropolitana y por otros grandes edificios como el del interesante Museo Histórico Nacional, fue el Museo Chileno de Arte Precolombino.

De algún modo anticipa este complejo, en la mencionada plaza, el polémico «Monumento a los Pueblos Originarios», del escultor chileno Enrique Villalobos, que comparte espacio en ella con la estatua ecuestre del conquistador y fundador Pedro de Valdivia y con la no menos colonial del apóstol Santiago.

Tal plaza se ha convertido en un gran centro comercial y turístico, en el que a veces vi que no faltaba la presencia policial, pero también se percibía la posible delincuencia del lumpen y la oferta de una prostitución femenina más bien indígena.

El Museo Chileno de Arte Precolombino, uno de los más importantes del mundo, es un gran centro de documentación sobre la diversidad artística y etnográfica de la América anterior a la conquista europea, con especial atención a Chile, por lo cual abarca piezas producidas desde hace cinco mil años hasta el siglo XIX.

Sería difícil, pues, destacar algo entre lo mucho visto allí, aunque la presencia más espectacular sea la de las chemamulles, grandes estatuas mapuches de madera utilizadas en ritos funerarios, sin olvidar los tejidos cosmovisionarios con dibujos de vivos colores producidos por mujeres de la misma etnia.

Pero si tuviese que escoger una pieza impresionante de este museo coincidiría con Adina Ioana Vladu, a pesar de su gusto por las figuras felinas y por las telas teñidas, en elegir el quipu inca, hecho de cuerdas con nudos de fibra de camélido entre los siglos XV y XVI.

Se trata de un instrumento contable, de origen muy remoto, que consta de más de 50 cuerdas organizadas en trece niveles, combinando diferentes disposiciones de los cordeles, diversos tipos de nudos y distintas variaciones de color, por lo que podría registrar más de 15 mil datos matemáticos, hoy ininteligibles.

No obstante, su complejo y sofisticado sistema de contabilidad no impide disfrutar de la belleza estética de su fascinante aspecto solar.

 

«La araucana» y su mito fundacional

El gran edificio del museo alberga además una biblioteca especializada, una tienda de libros y artesanías precolombinas, un patio dotado de cactus arbóreos wachuma o San Pedro (tradicionalmente usados en rituales mágicos y religiosos por sus propiedades psicoactivas), una instalación interactiva de experimentación onírica y un restaurante inclusivo, donde almorzamos, servido muy esforzada y eficazmente por personas con diversidad funcional.

Así, en este descubrimos la refrescante limonada natural que suele prepararse en Chile, bien al modo tradicional o bien con jengibre y menta.

El Museo Chileno de Arte Precolombino recuerda la existencia en Chile de numerosas etnias amerindias y del pueblo polinesio rapanui, aunque la colonización europea aniquiló por completo algunas tribus y devastó al resto, que se vio enormemente reducido y sometido a causa de las guerras genocidas, de las enfermedades introducidas, de la servidumbre forzosa, del confinamiento obligatorio, de la discriminación racial y social y de la forzada integración aculturalizadora en la sociedad dominante.

Pero numerosas etnias prehispánicas vivieron durante milenios en el territorio americano de Chile, algunas de ellas incorporadas al Imperio Inca en el siglo XV, y otras habitaron durante siglos en Rapa Nui, la isla de los míticos y enigmáticos moáis, denominada por los españoles Isla de Pascua.

En el momento de mi llegada a Chile se reconocía, aproximadamente, la importante existencia de más de un millón y medio de personas mapuches, así como la muy significativa de más de 100 mil aimaras y unos 7 mil rapanuis (lo cual supone un tercio de los habitantes de la Isla de Pascua).

Otras etnias notorias serían la diaguita y la quechua y, en menor medida porcentual, subsistirían los pueblos atacameño, kolla, chango, kawésqar, selk’nam y yagán o yámana. No obstante, la población chilena es mayoritariamente mestiza de estas etnias con la de los conquistadores españoles.

La lenta pero progresiva conquista de derechos básicos por parte de los pueblos indígenas a lo largo del siglo XX fue interrumpida con la llegada al poder del general Augusto Pinochet, pero afortunadamente se retomó tras la restauración de la democracia.

Por el camino, muchas etnias vieron extinguirse sus lenguas, pues solo se mantienen vivas, aunque minorizadas, cinco amerindias (el mapudungun de los mapuches, el aimara de aimaras y quechuas, el quechua sureño, el kawésqar y el yagán) y una polinesia (el rapanui, de la que solo quedan unos 2 mil hablantes en la Isla de Pascua y unos 500 en la emigración).

El escalofriante etnicidio provocado por la conquista española tuvo su epopeya en La araucana, de Alonso de Ercilla, poema épico del siglo XVI que presentó con cierta ecuanimidad la larga y dura Guerra de Arauco, que duró 80 años y que enfrentó a los conquistadores españoles con los resistentes mapuches, llamados araucanos por aquellos.

Su éxito y prestigio provocaron numerosas reediciones, continuaciones y ediciones críticas, como las de mi amigo argentino Isaías Lerner, director del departamento del que formé parte durante los años 90 en la City University of New York, que fue quien me introdujo en esta obra y, en consecuencia, en la historia de los mapuches.

En efecto, en La araucana aparecen los más célebres caudillos mapuches, como el mítico toki o jefe militar Lautaro, que fuera paje del conquistador Valdivia, pero contra el que acabó rebelándose hasta derrotarlo y asesinarlo, aunque finalmente él también fue abatido y descuartizado, exhibiéndose luego su cabeza en la Plaza de Armas de Santiago de Chile.

Posteriormente, Lautaro simbolizó la heroica resistencia anticolonial contra los españoles para los libertadores y fue exaltado por Pablo Neruda en su Canto general, además de novelado por Fernando Alegría y por Isabel Allende.

Otro guerrero mapuche consagrado en La araucana fue el también mítico y forzudo Caupolicán, a quien Rubén Darío dedicaría un famoso poema homónimo y quien, como Lautaro, junto al cual luchó contra los españoles, fue muy exaltado en las artes y las letras chilenas. Tras ser capturado, su terrible muerte por brutal empalamiento aún pone de manifiesto la barbarie reinante durante la conquista.

El prestigioso lonko o jefe mapuche Kolo Kolo (gato montés en mapudungun), colaborador de Lautaro que propuso como toki o estratega militar a Caupolicán, dio nombre al destacado club deportivo Colo-Colo de Santiago de Chile, dedicado al fútbol profesional.

 

El ombligo de la Tierra

Quizá el principal poeta mapuche y el primero de esta etnia que yo leí en versión castellana, Elicura Chihuailaf, tradujo en parte La araucana al mapudungun.

Pero el propio Elicura Chihuailaf y otros poetas mapuches se encuentran traducidos al gallego a partir del castellano en la antología Lúa de xemas frías (2009), introducida y realizada por el poeta galaico Xulio López Valcárcel tras su visita a Chile.

Inversamente, durante mi estancia chilena, fue adaptado al mapudungun mi poema «A cabeleira (Fragmentos)», traducido ya a más de 80 idiomas, por parte de la poeta mapuche María Huenuñir Antihuala, con quien me puso en contacto la gestora cultural chilena Irma Palomo, coordinadora de la plataforma Retrato Indígena, centrada en la promoción de las literaturas indígenas de Chile.

Debido a mi interés por el idioma de los mapuches, la lingüista Adina Ioana Vladu me obsequió con un diccionario con guía gramatical mapudungun-castellano y viceversa, adquirido en la sugerente librería santiaguina de la Universidad de Chile.

En él me encantó encontrar el significado de varios topónimos mapuches que me son familiares por distintos motivos, como Aconcagua (lugar de gavillas), Arauco (agua arcillosa), Bariloche (antropófago), Bio-Bio (pajarillo), Curicó (agua negra), Chiloé (isla de las gaviotas), Talca (trono o estruendo) o Temuco (agua de los árboles mirtáceos temus o temos). Asimismo, la conífera araucaria, árbol típico de la región de la Araucanía cuya capital es Temuco, se llama pewen.

La versión mapudungun de mi poema sucede a la ya realizada a otra lengua integrada y desintegrada en Chile, el rapanui, cuya presencia en mi libro A cabeleira (poema en 70 idiomas) y en la web consiguiente (en la que ya se computan más de 80 versiones, incluyendo su pariente maorí de Nueva Zelanda).

De esta manera, y pasando ya de Asia a Oceanía, la maestra Blanca Tuki Tepano elaboró la versión rapanui «He rau oho (Parehe)» en su Isla de Pascua, perteneciente a Chile, pero ubicada en Polinesia y dotada de un idioma emparentado con los también oceánicos samoano, tongano, tahitiano, maorí y hawaiano.

Me encantó hablar con esta nativa traductora por teléfono tras ponerme en contacto con ella a través de la antropóloga chilena Camila Alejandra Zurob Dreckmann, especialista en el pueblo y en la cultura de Rapa Nui, quien me felicitó sobre todo por la perspectiva multilingüe que: «resuena especialmente cuando una tiene orígenes tan diversos como lejanos».

Por tratarse de una lengua en peligro de extinción, me siento muy honrado de estar traducido a un idioma con no más de 2 mil hablantes y me alegra haber contribuido, aunque fuese muy mínimamente, a acrecentar su acervo poético, así como me ilusiona que pueda escucharse en la web la lectura realizada por su traductora en Rapa Nui, la isla cantada por el poeta chileno Pablo Neruda y cuyo nombre primitivo significaba nada menos que «El ombligo de la Tierra».

 

 

 

 

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Claudio Rodríguez Fer (Lugo, Galicia, España, 1956) es un poeta, narrador, autor teatral y ensayista en lengua gallega e hispanista en lengua castellana.

 

Claudio Rodríguez Fer

 

 

Imagen destacada: Claudio Rodríguez Fer en el Museo de Arte Precolombino de Santiago.