[Crónica] Viaje al Chile más musical

Discípulo importante de la maestra Violeta Parra fue el cantautor —de origen muy humilde—, Víctor Jara, también director de teatro y militante comunista, finalmente torturado y asesinado en 1973, luego del golpe de Estado cívico y militar encabezado por el general Augusto Pinochet.

Por Claudio Rodríguez Fer

Publicado el 8.8.2025 

Chile ha conservado restos de música vocálica aborigen, a menudo imitadora de sonidos animales, por ejemplo la de los indígenas de Tierra del Fuego en lenguas ona o selk’nam y yámana o yagán. Pero sobre todo se desarrolló y se ha mantenido la música de la etnia mapuche, básicamente ritual y de mayor cultivo en Chile y en la República Argentina.

La danza nacional de Chile es la dieciochesca cueca, también presente en los estados limítrofes, y bailada suelta por parejas en cortejo circular. Ahora bien, existe un folclore regional muy diverso a lo largo del larguísimo territorio chileno, pues comprende desde la música andina del norte hasta las danzas polinesias de la Isla de Pascua.

A mí me causaron especial fascinación los chinchineros y las chinchineras que vi actuar en grupo al aire libre, en compañía del escritor galaico-chileno Edmundo Moure, cuando fui en este 2025 a Santiago de Chile, capital donde nació tal espectáculo en las primeras décadas del siglo XX.

Parece que, en un principio, esta atracción de calle y plaza era solo familiar, masculina y pautada por un organillo, pero luego se fue diversificando.

Con todo, se trata de una danza ejecutada por personas-orquesta, dotadas de un gran bombo instalado en la espalda con un par de platillos encima, que tocan enérgicamente el primero hacia atrás con una baqueta en cada mano y accionan los segundos con una pierna atada a ellos mientras cruzan la otra entre esta y la cuerda.

Simultáneamente, bailan, en solitario o en grupo, girando con un ritmo percusivo, progresivo y vertiginoso sobre sí mismos, con una vitalidad verdaderamente contagiosa.

La difusión de la música folclórica en el siglo XX fue iniciada en los años 1920 por Los Cuatro Huasos y continuada por grupos como Los Huasos Quincheros, que interpretaron tonadas tan populares como «Yo vendo unos ojos negros».

Esta tonada salteña me encantaba de niño en la voz de Nat King Cole, aunque también se escuchaba entonces cantada por el bolerista chileno Lucho Gatica. Alguna canción chilena me llegó a través del cine, como «Chiu Chiu», del onomatopéyico Nicanor Molinare, que cantó el cubano Miguelito Valdés con la orquesta del catalán Xavier Cugat.

 

Con la misma sentida solidaridad

Discípulo importante de la maestra Violeta Parra, de quien hablaré en una crónica específica, fue el cantautor, de origen muy humilde, Víctor Jara, también director de teatro y militante comunista, finalmente torturado y asesinado en 1973, durante el golpe de Estado del general Pinochet.

Estaba casado con la coreógrafa de origen inglés Joan Turner, cuya memoria vital dio origen, por cierto, al espectáculo teatral Joan, interpretado por alumnado del Campus Universitario de Lugo bajo la dirección de Paloma Lugilde, al que se incorporaron varios textos de mi esperpento escénico «Gran Tirano».

La trágica muerte de Jara me causó un extraordinario impacto durante la juventud y nunca dejé de tenerla presente, así que me alegré de la revisión de su asesinato y del homenaje que se le tributó ya en el siglo XXI.

Jara cantó canciones folclóricas solo y con el grupo Quilapayún, piezas de otros compositores americanos (Seeger, Viglietti) y poemas musicados (Neruda, Hernández), pero también sus propias canciones, generalmente comprometidas y de protesta, como «Qué alegres son las obreras», «El derecho de vivir en paz», «Ni chicha ni limoná» y, sobre todo, la hermosa «Te recuerdo Amanda» (nombre este de su madre y de su hija), que tanto me gustó en su voz y en la de Mercedes Sosa:

«Te recuerdo Amanda, / la calle mojada, / corriendo a la fábrica / donde trabajaba Manuel. // La sonrisa ancha, / la lluvia en el pelo, / no importaba nada, / ibas a encontrarte con él, / con él, con él, con él, / son cinco minutos, / la vida es eterna, / en cinco minutos / suena la sirena, / de vuelta al trabajo, / y tú caminando / lo iluminas todo, / los cinco minutos / te hacen florecer».

En Santiago de Chile acudí al antiguo Estadio Chile, ahora Estadio Víctor Jara, donde el cantautor estuvo preso, como tantos cientos de víctimas de la represión militar, hasta que fue asesinado.

Así, estremece pensar que allí fue sádicamente torturado antes de ser brutalmente baleado, pero tanto por lo que debió de sufrir como por lo que se les pasó por la cabeza y por el corazón a sus infames torturadores y asesinos al cometer tales crímenes.

Y conmueve la contundente placa aclaratoria al lado de la puerta de entrada: «Sitio de Memoria Estadio Víctor Jara (Ex Estadio Chile). Centro de detención, tortura y ejecución». Pero reconforta ver en frente del edificio el rostro del cantautor y folclorista, en su plenitud, en un gran mural popular.

Jara fue detenido en el edificio de la antigua Universidad Técnica del Estado, que ahora alberga la Escuela de Ingeniería Geográfica de la Universidad de Santiago de Chile, donde también se colocó otra placa conmemorativa.

Con la misma sentida solidaridad, me acerqué en otro momento a la sede de la Fundación Víctor Jara que promovió su viuda Joan Jara y que dirige su hija Amanda Jara Turner, donde se custodia el archivo documental en torno al cantautor y que viene desarrollando una encomiable labor social, cívica y musical en Santiago de Chile.

El grupo chileno que más escuché fue Quilapayún (palabra que significa «tres barbas» en mapudungun), formado en los años 1960 por los hermanos Julio y Eduardo Carrasco y por Julio Numhauser, quien sería autor de una de mis canciones favoritas, sobre todo en la voz de Mercedes Sosa: «Todo cambia».

Con todo, el grupo siguió siempre una orientación izquierdista y con él colaboraron Ángel Parra y Víctor Jara, pero tuvo que exiliarse en Francia a raíz del golpe de Estado del general Pinochet.

Fue emblemática su Cantata de Santa María de Iquique, de Luis Advis, conmemorativa de la matanza de miles de obreros peruanos, bolivianos y chilenos, junto con mujeres e hijos de estos, en 1907.

También musicalizaron textos de Neruda, como la «Cueca de Joaquín Murieta», pero su canción más inolvidable fue sin duda el manifiesto político antifascista «El pueblo unido jamás será vencido», tan escuchado y cantado durante mi juventud.

En otra línea más rítmica, fue muy difundida su acusatoria pieza «La batea», compuesta junto al cantautor cubano Carlos Puebla: «Mira la batea, como se menea, / como se menea el agua en la batea…».

 

El último cantautor chileno que escuché

Otro grupo chileno que escuché fue Inti-Illimani (expresión que significa «sol» en quechua, además de ser el nombre aimara de la montaña de La Paz en Bolivia), también de raíz folclórica e intención protestataria, por lo que igualmente tuvo que exiliarse en Italia.

Colaboró con Isabel Parra y cantó a Víctor Jara, aunque sobre todo destacó en la interpretación de música andina, estilo en el que recuerdo bellas composiciones, como la vocal «Salake» y la instrumental «Recuerdos de Kalahuayo».

En la misma línea, escuché al grupo Illapu (palabra que significa «relámpago» en quechua), que también tuvo que exiliarse en Francia. Fuera del campo folclórico conocí al grupo de rock progresivo y jazz fusión Los Jaivas, que musicalizaron la poesía de Neruda y adaptaron composiciones de Violeta Parra y Víctor Jara, contando con la participación de Isabel Parra.

Así, en Santiago de Chile traté personalmente al cantautor libertario Eduardo Peralta, versionador al castellano de Chile de Georges Brassens, a quien dedicó un disco y un libro, con los cuales me obsequió. Sus actuaciones más habituales tienen lugar en el bohemio barrio santiaguino de Bellavista, y sus composiciones propias son tan irónicas como las de su maestro Brassens.

En la misma ciudad, escuché en directo al cantautor de larga trayectoria antifascista Eduardo Yáñez, que actuó tras mi recital poético en la Sala Gabriela Mistral de la Casa del Escritor de dicha ciudad, cantando una pieza de homenaje a John Lennon y dos poemas musicalizados de Gabriela Mistral y de Edmundo Moure.

Posteriormente, en el Refugio López Velarde de la misma sede de la Asociación de Escritoras y Escritores de Chile, cantaron Rodrigo Álvarez (que interpretó una canción de Joan Manuel Serrat sobre un poema de Antonio Machado) y Felipe Tobar (que interpretó, entre otras piezas y acompañándose con guitarra, «Te recuerdo Amanda», de Víctor Jara).

La más reciente cantautora chilena de la que tuve noticia fue la contestataria y folk Camila Moreno, reivindicadora de los indígenas represaliados y dada a conocer con los álbumes Almismotiempo, donde aparece su canción «Millones», y, con el título invertido, Opmeitomsimla, en este caso acompañada por la banda Los Disfruto, donde aparece la desgarrada pieza «Tigres de mi sangre».

Pero el último cantautor chileno que escuché fue Luis Cruz-Villalobos, quien, acompañado de la guitarra que aprendió a tocar autodidactamente, nos interpretó a Adina Ioana Vladu y a mí, en la íntima armonía de su morada de Potrero Grande, en el Maule, varios poemas musicalizados por él mismo.

Muchas de sus musicalizaciones son de poemas propios, pero muchas otras lo son de poemas ajenos, pues ha musicalizado salmos ginebrinos, haikus orientales y composiciones de autores muy diversos, tanto chilenos (Gabriela Mistral, Max Jara, Nicanor Parra, Miguel Arteche) como de otros países de América Latina (José Martí, Alfonsina Storni, Nicolás Guillén, Gabriel García Márquez) o de Europa (Fernando Pessoa, Bertolt Brecht, José Ángel Valente), a veces bajo la estela musical del cantautor cubano Silvio Rodríguez, a quien por cierto oí sonar constantemente en su casa y en su coche.

De las piezas que le escuché cantar, me gustó especialmente su versión de «El aire (Fragmentos)» de Gabriela Mistral, pues resultó ser un buen correlato objetivo de la inesperada pureza que respiramos en Chile y que no sabíamos que nos esperaba allí: «En el llano y la llanada / de salvia y menta salvaje, / encuentro como esperándome / el aire».

 

 

 

 

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Claudio Rodríguez Fer (Lugo, Galicia, España, 1956) es un poeta, narrador, autor teatral y ensayista en lengua gallega e hispanista en lengua castellana.

 

Claudio Rodríguez Fer

 

 

Imagen destacada: Claudio Rodríguez Fer en Santiago de Chile.