«Derecho a las reglas claras»: «Decálogo», de Krzysztof Kieślowski

La segunda columna del escritor y juez chileno -que marca el inicio de un proyecto editorial entre el Diario «Cine y Literatura» con su homólogo del Maule Sur, «El Heraldo» de Linares-, aborda el análisis metafísico implícito, que contiene el corpus mayor del inolvidable cineasta polaco.

Por Víctor Ilich

Publicado el 7.12.2019

Sabemos que entre 1988 y 1989 no existía Netflix. Y quizás algunos no saben que el cineasta polaco Krzysztof Kieślowski (1941-1996) no solo entretuvo, sino también llamó a la reflexión con una serie de diez capítulos titulada Decálogo. Una serie ambigua en su vinculación con los diez mandamientos de la cultura judeo-cristiana, elaborada en un contexto de álgido cambio social en Polonia. El resultado dicen los entendidos es una obra maestra, como gran parte de lo que nace en tiempos de crisis.

El primer relato, asociado al primer mandamiento, Amarás a Dios por sobre todas las cosas, es aparentemente simple: muestra la relación de un padre que vive solo con su hijo, un niño inquieto que está descubriendo el mundo y pregunta por la existencia de Dios; un padre que vive una vida razonable: cree en todo lo que es medible, cuantificable y, por ende, predecible y con cierta precisión. Pero es sorprendido en el cálculo que realizó respecto del peso que puede soportar una capa de hielo de un estanque congelado. La tragedia se desata en su vida cuando es su hijo quien patinaba en ese estanque: su cálculo falló, no obstante haber considerado las variables adecuadas. Su hijo cae, muere y luego ese padre, coprotagonista de la vida, derriba un altar en una iglesia católica para terminar llorando cabizbajo. ¿Ambigüedad al máximo en la finalidad o propósito de la narración? Absolutamente. Y si la ambigüedad es factible de interpretar o entender de varias maneras, el mandamiento al cual alude no lo es según refieren: por el contrario, es tan categórico en su formulación que elimina una posible ambigüedad en su interpretación, es decir, su tono imperativo es inequívoco y unívoco.

Para algunos, a simple vista o desde una perspectiva antropomórfica, un Dios que exige ser amado por sobre todas las cosas parece un Dios egocéntrico, pero si se pondera el asunto desde la visión neotestamentaria, puede que se trate de un Dios que exige reciprocidad lo que otros llaman lealtad, ya que si es el Creador del cielo y de la tierra, quien envió además a este mundo a su hijo, según dicen, para morir por los pecados de muchos, como sostiene la fe cristiana, se trata de un Dios que está comprometido con la causa humana: su redención desde la garras del mal, cualquiera que sea la expresión en la que esté contenido: política, económica, social, legal o religiosa; todas posibles manifestaciones de un corazón egoísta, por ende, injusto por falta de equidad o retribución, pero advierten susceptible de transformación. Un Dios que está dispuesto a todo, según se repara del relato bíblico, incluso morir como culpable siendo inocente.

Los escépticos dudan de lo anterior y otros creyentes dudan de si el sacrificio fue por ellos realmente.

Y si la duda es el puente, la ambigüedad es un puente cortado. Un camino a medio andar.

No nos autoengañemos, sostienen quienes se consideran los más realistas: cumplir con el resto del decálogo de Kieślowski, que se resume en esa máxima de que amarás a tu prójimo como a ti mismo, sin ingenuidad, resulta imposible de cumplir.

Y cobra sentido en la lógica judeo-cristiana que venga un mesías (Jesucristo) y sea aquel quien cumpla con las expectativas divinas.

Parece que el estándar del Dios de la Biblia es alto, exigente e imposible de cumplir para cualquiera que no haya nacido de nuevo al estilo de Nicodemo (Juan 3). De allí que la interpretación del cineasta sea un alivio, ya que la ambigüedad respecto de la finalidad del relato, y su implícita opacidad, no permite tener más luz, por ende, no confronta más allá de un chispazo de atención moral y aparente religiosidad.

En otras palabras, la confrontación existencial se aplaza, no llega al umbral de nuestra puerta, no es personal ni íntima y se diluye en el vaivén de las olas de la emotividad, en las posibles conjeturas y alcances de la perspectiva del autor y del espectador: a la orilla de otro, no de nosotros.

Porque cualquier confrontación existencial es de rango vital, de allí que los mandamientos, según algunos sostienen, no tengan un tono permisivo, ni pusilánime, porque para ese Dios bíblico, hay mucho en juego: una vida humana. Y eso implica un lenguaje claro y sin rodeos. Un lenguaje que delimita el camino.

Alguien también sostuvo que el Dios de la Biblia es luz, y acercarse a la luz afirman siempre es un riesgo para quien no quiere ver o no quiere ser visto o prefiere la comodidad de la opacidad, así sus obras quedan en la ambigüedad.

No obstante lo anterior, cuando se baja el telón, se enciende la luz. Y si se está acostumbrado a la penumbra… la luz molesta… al menos al principio. Es probable que Kieślowski lo intuyera. No lo sé, solo sé que el camino es angosto y lo angosto es un límite que impide inclinarse hacia la diestra o lo zurdo. Y el derecho a las reglas claras, al menos, nos libra de la confusión.

Confusión y ambigüedad se vinculan, ¿o no?

En fin, ya habrá tiempo para cuestionarnos esa es otra interpretación posible, pero debemos tener presente que nuestro corazón late en una constante cuenta regresiva, y las demandas del número diez se reducen, en principio, a los dedos de nuestras manos y de nuestros pies. De allí la importancia de lo que construimos o derribamos, de allí la importancia de por dónde y cómo caminamos.

En otras palabras, hacernos responsables de los altares que levantamos y de los que destruimos, como asimismo de los estanques de hielo sobre los que caminamos.

Porque una cosa es estar condenados a la imprecisión y otra muy distinta es abrazar y amar la ambigüedad y ser esclavos de la confusión.

 

Víctor Ilich (Santiago de Chile, 1978). Egresado del Instituto Nacional «General José Miguel Carrera» y de la escuela de derecho de la Universidad Finis Terrae (Chile), en la cual estudió becado. Es abogado y juez titular de un juzgado de garantía en la Región de O’Higgins.

Es autor de más de una docena de obras literarias, tanto reflexivas como poéticas, entre ellas se pueden destacar La letra mataDisparatesCada día tiene su afán y El silencio de los jueces.

Durante el año 2018 dirigió el taller literario “Ni tan exacto ni tan literal”, impartido a otros jueces penales y como fruto de ese trabajo se editó el libro Duda, un conjunto de relatos breves escritos desde la perspectiva de la duda, que buscan la reflexión en el ámbito judicial.

Actualmente, es columnista en el Diario El Heraldo de Linares, de la Séptima Región del Maule.

 

 

 

Víctor Ilich

 

 

Imagen destacada: Un fotograma del primer capítulo de El Decálogo (1989 – 1990), de Krzysztof Kieslowski.