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Cine trascendental: «Desmontando a Harry», de Woody Allen: El retrato de un artista mayor

La obra audiovisual que analizamos —una de las grandes creaciones del director neoyorkino durante la década de 1990— es un filme perdurable, muy divertido y reflexivo, que pese a sus tintes machistas y a un final algo cliché, resulta a todas luces recomendable para disfrutar en esta cuarentena.

Por Mauricio Embry

Publicado el 18.4.2020

Hoy estaba en mi casa cuando una idea extraña me pasó por la cabeza. Bueno, en realidad, el hecho de “estar en casa” a estas alturas es casi una redundancia. Los verbos “estar” y “existir” se han transformados para casi todos en sinónimos de estar o existir “en casa”. En fin, la cosa es que, mientras me jabonaba insistentemente las manos con alcohol gel hasta sacarme callos y me tomaba la temperatura debido a esa pequeña picazón en los bronquios que me empieza cada vez que veo las noticias de la pandemia, me pregunté: ¿Cómo estará pasando Woody Allen, el hipocondríaco por excelencia, esta era del coronavirus?

Me lo imaginé con su cuerpo flacuchento, pálido y arrugado, tomándose la temperatura cada cinco minutos, chupando limón para ver si no ha perdido el gusto y pensando en ir al hospital incluso cuando tose por atragantarse con agua. Esto me hizo recordar la siguiente frase de Allen: Las palabras más lindas no son «te quiero», sino «es benigno». La frase es genial, porque nos remonta a todas aquellas situaciones en que hemos estado nerviosos y tensos esperando el resultado de un examen médico. Puede ser cualquier cosa. Esas revisiones preventivas en búsqueda de una ETS, un escáner cerebral o un mero análisis de sangre.

La mayoría hemos vivido situaciones así y también seguro recordamos ese alivio en el pecho cuando el doctor te dice que estás sano, al menos de momento. Estos días mucha gente se somete a test para saber si se ha contagiado el virus, todos andamos con mascarilla y desinfectando lo que encontremos a nuestro paso como obsesivos compulsivos. Sin darnos cuenta, nos hemos vuelto personajes de Woody Allen. Así que me dije, qué mejor momento para ver la película donde aparece esta frase. Y esa es Desmontando a Harry (Deconstructing Harry), de 1997.

Desmontando a Harry o Los secretos de Harry, como también se ha traducido, es la historia de Harry Block (Woody Allen), un escritor neurótico y depresivo que se ha casado y divorciado tres veces, que tiene un hijo con su segunda mujer y cuya última novia, Fey (Elisabeth Shue), acaba de dejarlo por su mejor amigo Larry (Billy Cristal). Harry tiende a usar personas reales como inspiración de las ficciones que crea, de manera tal que, más bien terminan siendo alter egos cuya identidad resulta evidente para sus familiares y amigos.

Esto genera molestia en su entorno, ya que en sus obras se burla de su padre, de su hermana, de sus ex mujeres e, incluso, con su última novela deja en evidencia que engañaba a su tercera mujer con su propia cuñada. Por eso, cuando a Harry le van a hacer un homenaje en la misma universidad que, en su momento, lo expulsó, no tiene a nadie que quiera acompañarlo a la ceremonia.

Uno de los elementos más interesantes de la película es la confusión entre personajes reales y ficticios. Al principio, por ejemplo, Lucy (Judy Davis), su ex cuñada y amante, parte a amenazar a Harry con una pistola porque ha develado su historia juntos en su último libro y su hermana Jane se ha enterado de todo. Lo divertido es que, durante la discusión, la propia Lucy y el mismo Harry se confunden con los nombres ficticios de los personajes, llamando Janet a Jane o Leslie a Lucy. Esto deja patente que la realidad y ficción terminan mezclándose de tal manera que ya no es posible distinguirlas, lo que tiene su momento más representativo cuando Harry conoce a su última novia, Fay.

En esa escena se intercalan los actores que interpretan los personajes ficticios con los que interpretan a los reales, con secuencias casi idénticas, aunque más exageradas en la ficción. Por ejemplo, en la historia ficticia vemos que el ascensor se queda parado cuando Ken (Richard Benjamin), alter ego de Harry en su novela, conoce a una chica (Jennifer Garner), y en la real vemos a Harry comentarle a Fay que si esto fuera un libro suyo, el ascensor en que se encuentran se quedaría atascado y ellos tendrían un romance.

Durante la última de las secuencias de los libros de Harry llega la máxima identificación entre autor y personaje, ya que vemos que utiliza la autoficción, no necesitando de un alter ego para esconderse, sino que siendo el mismo autor quien participa de la obra. Así, en una escena que bebe mucho de la Divina comedia, es Harry quien baja al infierno a buscar a Fey de las manos del diablo (que es Larry, su ex mejor amigo con el que ella va a casarse en la vida real).

Y es que la ficción dentro de la ficción en esta película irrumpe en forma constante, a través de los pequeños fragmentos de las novelas y cuentos que escribió Harry y que son, quizás, lo mejor de la película. Todas cuentan, de manera a veces directa y otras metafóricas, los miedos, fobias y fantasmas de este escritor y se basan en su vida.

Por nombrar solo algunas historias, vemos, por ejemplo, a Harvey Stern (un joven Tobey Maguire) que usa el departamento de un conocido que se ha accidentado para acostarse con una prostituta y llega la muerte a llevárselo confundiéndolo con su amigo moribundo; o un actor (Robin Williams) que está fuera de foco, nadie entiende qué le pasa, ya que está sano, se siente bien, pero a cada momento está más borroso y la solución del doctor es que su familia use lentes para poder verlo sin marearse.

La primera historia muestra el miedo que Harry tiene a la muerte y la visión irónica que posee sobre la misma (la muerte puede ser solo una cruel confusión de identidades) mientras la segunda da cuenta de la sensación que tiene de sentirse perdido, así como el hecho de exigirle al resto del mundo que se adapte a él.

La idea básica de la película y que por momentos queda, quizás, demasiado explícita, es que el protagonista solo puede vivir en la ficción porque en su vida privada es un auténtico desastre. Esto se aprecia sobre todo en una increíble secuencia de la película, en la que su alter ego, Ken, se le aparece y le dice a Harry una verdad que él mismo cree desconocer, al menos a nivel consciente: el hecho de que escogió a su tercera mujer, que es fría y calculadora, precisamente para que la relación no funcionara y así seguir las conquistas, la insatisfacción crónica y, en definitiva, no madurar.

Es un momento épico en el que el personaje ficticio salta de las páginas a la vida real, recordando de este modo al héroe que sale de la pantalla en otra de las películas de Allen, La rosa púrpura de El Cairo (1985), siendo, por otro lado, todo lo contrario de lo que sucede en el libro Niebla, de Miguel de Unamuno. En este libro, hacia el final, es el autor quien le habla al personaje principal haciéndole ver que es un ente de ficción. Acá, en cambio, es el ente de ficción el que le muestra al autor en su cara la realidad.

Al igual que en la mayoría de las películas de Allen, las frases ingeniosas son otro punto a favor del filme. En casi todas está presente una visión muy irónica y a veces nihilista de la vida, siendo una de las más representativas la que dice el diablo (que es un alter ego de su ex amigo Larry): La vida es como Las Vegas, te puede ir bien, te puede ir mal, pero al final siempre la casa gana, lo que no quiere decir que no sea divertido.

Esto es muy similar a lo visto en una de las escenas finales de Hannah y sus hermanas (1986), otra de las grandes películas de este director neoyorkino, en la cual el personaje de Allen, luego de intentar quitarse la vida por no saber si Dios existe y si la vida tiene sentido, entra al cine a ver una película de los Hermanos Marx. Entonces se da cuenta que nunca sabrá si Dios existe o si la vida tiene un sentido, pero vale la pena disfrutar de ella mientras dure.

Otras frases muestran lo culpable, infeliz y vacío que se siente existencialmente el personaje de Harry, como cuando comenta la frase de Sófocles, acerca de que el mejor premio sería no haber nacido y la prostituta que está con él, Coockie (Hazelle Goodman), le dice que es un poco tarde para lamentarse por ello, a lo que él replica: “Yo no quería salir. Tuvieron que entrar a buscarme”.

Luego, al día siguiente, antes de ser homenajeado en la Universidad, le da un ataque de pánico y Coockie le comenta que ha visto situaciones así en sobredosis de diferentes drogas y Harry comenta: “yo soy mi propia sobredosis”. También, en esa misma escena, Harry dice que es la peor persona del mundo y Coockie le rebate señalando que hay otras peores como Hitler, ante lo cual él  responde que tiene razón, están Hitler, Göring y Goebbels, pero él es el cuarto.

Por otro lado, en esta película hay movimientos de cámara bastante más transgresores que en otros filmes del neoyorkino, con cortes abruptos, que se repiten una y otra vez, como ocurre con la primera escena en que se ve varias veces a Lucy bajándose de un taxi en dirección a la casa de Harry a recriminarle por las indiscreciones cometidas en su nueva novela. Esto puede interpretarse como una metáfora de la neurosis del personaje principal y su tendencia a repetir patrones de conducta tóxicos una y otra vez en sus relaciones personales, principalmente amorosas.

Y ya entrando de plano en lo tóxico de Harry, resulta inevitable compararlo con otros personajes similares más actuales, como pueden ser Hank Moody de Californication o  Bojack Horseman de la serie homónima. Los tres son burgueses, artistas y egocéntricos con problemas en sus relaciones personales. Son reflejo, además, de lo que podría llamarse el “artista maldito”, que sufre y plasma elementos de su vida en la ficción (en Harry y Hank esto es evidente en lo que escriben, en Bojack ocurre principalmente cuando interpreta a Philbert, en la quinta temporada, un detective que tiene todos sus defectos y que resulta un éxito de audiencia).

Asimismo, los tres son un reflejo del machismo y es en esto que podemos ver una evolución distinta de los personajes. Harry y Hank se parecen un poco más (sin contar, obviamente, el físico y la seguridad de Hank, que no tienen nada que ver con los de Harry), pero en ambos la historia parece justificar que sean así por su pasado, sus vivencias o, simplemente, su mala suerte. En cambio, Bojack Horseman es un producto mucho más actual (su primera temporada se emitió en 2014 y la última en 2020) y eso se nota en la forma en que aborda este tipo de personajes.

La serie no justifica sus acciones por su infancia terrible (aunque te la cuenta), tampoco muestra su forma de ser como algo deseable (a lo largo de la serie vemos muchas veces cómo los errores que comete Bojack lo hacen sufrir a él y a otros) y, sobre todo, vemos que la vida le obliga a hacerse responsable de sus acciones, siendo en esto mucho más real que en Hank y Harry que, de uno u otro modo, siguen siendo héroes con los cuales identificarnos.

Y no se trata de que con Bojack uno no pueda identificarse también, pues los tres son personajes entrañables precisamente porque tienen tal cantidad de defectos, vicios y problemas emocionales que resulta difícil que, en algún punto, no coincidamos. La diferencia radica en que a Hank y Harry se les perdona y, de algún modo, la trama se las arregla para que no tengan que hacerse responsables, realizando así una suerte de glorificación romántica del artista maldito, mientras que con Bojack eso no ocurre, dándole a entender a la audiencia que, si se identifican con eso, cambien, dejen de ser machistas o egoístas y se hagan responsables de su propia vida.

En este sentido, uno de los puntos en los que la película Desmontando a Harry no ha envejecido bien, es en los tintes machistas que tiene y que, tal vez a fines de los noventa pasaban inadvertidos, pero que, hoy en día, no puedes dejar de notar y sentir retorcijones en las tripas.

Y es que Harry, pese a ser egoísta, desconsiderado, infiel y traicionero en sus relaciones, pese a no aceptar jamás la responsabilidad por sus acciones, es de algún modo puesto como el héroe trágico al que el destino le juega malas pasadas, mientras las mujeres de su vida, que son probablemente mucho más maduras que él, en la película son dejadas como histéricas o exageradas, lo que se aprecia cuando Harry secuestra a su hijo del colegio para llevarlo a su homenaje y vemos a la madre desbordada gritando que es un secuestrador, de manera a todas luces caricaturesca, siendo que, en realidad, tiene toda la razón en estar preocupada y de llamar a Harry de ese modo.

El final es otro punto débil de la película, ya que resulta bastante naif, tierno incluso y, además, demasiado explícito. Todos los personajes que hemos visto en los fragmentos de los relatos de Harry hacen su aparición y lo homenajean, volviendo a remarcar hasta la saciedad la idea de que Harry es alguien que solo funciona en el arte, pero no en la vida real, algo que podría haberse inferido con solo ver la película sin necesidad de que el propio Harrry lo señalara en voz alta.

En definitiva, Desmontando a Harry es una gran película, muy divertida y reflexiva, que, pese a sus tintes machistas y a un final algo cliché, resulta a todas luces recomendable para disfrutar en esta cuarentena.

 

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Mauricio Embry nació en Santiago de Chile el año 1987. Es abogado y escritor. Desde el año 2014 ha participado en distintos talleres literarios, destacando los cursos impartidos por los escritores Jaime Collyer, Patricio Jara y Leony Marcazzolo. En el año 2016, publicó el cuento «Una cena para Enrique», dentro del libro En picada (editorial La Polla Literaria), que agrupó distintos cuentos de los participantes del taller de Leony Marcazzolo. Entre octubre de 2018 y septiembre de 2019 cursó y aprobó el máster en creación literaria, impartido por la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Mauricio Embry

 

 

Imagen destacada: Woody Allen en Desmontando a Harry (1997).

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