«Un día lluvioso en Nueva York», de Woody Allen: Las lecciones del romanticismo

Un análisis al último crédito del realizador estadounidense, basado en la comparación de los tópicos audiovisuales que se registran en esta cinta, y su relación estética con otros títulos y móviles dramáticos propios, en la trayectoria cinematográfica del controversial, aunque siempre indispensable autor.

Por Mauricio Embry

Publicado el 10.12.2019

Letras blancas sobre un fondo negro. Música incidental que te recuerda a la que escuchaban tus padres en Radio Oasis cuando eras niño. Nombres de los actores ordenados alfabéticamente. Sacas un nacho con queso caliente, lo muerdes y te dejas llevar por esa secuencia de créditos tan minimalista y formal que a un espectador que ve por primera vez una película de Woody Allen le podría parecer incluso impersonal. Y, de hecho, lo es. Es tan impersonal que termina siendo una de las más personales. Es la marca de la casa. La que el director ha usado prácticamente en todas sus películas desde Annie Hall (1977). Algo así como el cañón de la pistola en las películas de James Bond o el: “Hace mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana”, de Star Wars. Los títulos de crédito terminan y te das cuenta que, si escribes una reseña sobre esta película, seguro usarás un párrafo completo para hablar de ellos.

La historia de Un día lluvioso en Nueva York (2019) la conocías mucho antes de verla, porque, la verdad sea dicha, las películas de Woody Allen son siempre la misma cinta vuelta a filmar infinitas veces. Y eso, precisamente, es lo que te gusta de ellas: saber lo que vas a encontrar cuando las luces se apagan. Además, lo que encuentras es siempre tan universal que resulta difícil no sentirte identificado. Y es que, cómo no hacerlo, cuando los temas principales de Allen pueden resumirse básicamente en dos: el amor y la muerte, tópicos que, de hecho, dan nombre a una de sus primeras películas, Love and death (1975), también conocida como La última noche de Boris Grushenko. Allen, claro, no es original al hablar de eso. Estos han sido los tópicos universales de casi toda expresión artística a lo largo de la Historia. Solo que él los remoja con su particular mezcla de neurosis, de jazz y de una ácida crítica a los intelectuales.

Mientras pasan las imágenes en pantalla, piensas que, si escribes una reseña, tendrás que contar algo de la trama. Nunca es buena idea hablar mucho de eso, porque un spoiler en estos tiempos puede costarte caro. Sin embargo, al menos tendrás que decir que Gatsby Welles (interpretado por Timothée Chalamet) es un joven universitario que estudia en Yardley College y decide pasar un fin de semana de ensueño con su novia, Ashleigh Enright (interpretada por Elle Fanning), en Nueva York (su ciudad natal), aprovechando que ella debe entrevistar al famoso director de cine Roland Pollard (Liev Schreiber) para el periódico universitario. Gatbsy tiene tantas expectativas en este viaje que, como era de esperarse, este no resulta como él lo había planeado, ya que la entrevista de Ashleigh se alarga y termina involucrada en una serie de situaciones disparatadas en el mundillo del cine mientras Gatsby se reencuentra con Shannon (Selena Gómez), la hermana de una ex novia, quien lo hará cuestionarse tanto a sí mismo como su relación con Ashleigh.

Al escuchar varias veces el nombre del protagonista y verlo en acción, te das cuenta que, si haces la reseña, no podrás evitar señalar, de manera pretenciosa, que es muy probable que Woody Allen haya querido, al bautizar a su protagonista, hacer un homenaje tanto al libro El gran Gatsby, del escritor F. Scott Fitzgerald como al director de cine Orson Welles. Explicarás también que la familia de Gatsby es acomodada y que su madre lo ha obligado a hacer un millón de cosas para explotar su alto coeficiente intelectual, como leer muchos libros a temprana edad o aprender a tocar piano. El chico reniega de todo eso (aunque no pierde oportunidad de demostrar sus conocimientos cada vez que puede) y prefiere aprovechar su tiempo apostando dinero, una actividad en la que resulta, de manera algo inverosímil, demasiado talentoso. Harás entonces una innecesaria comparación con otras cintas de Allen, señalando que Gatsby te resulta una encarnación extraña de lo que suele denominarse: “el personaje de Woody Allen”, que es aquel que reúne ciertas características esenciales de la mayoría de los protagonistas de las películas de este director y que, hasta los noventa, en general era él mismo quien los encarnaba, tales como ser neurótico, tener miedo a la muerte o amar el jazz y el cine clásico. Esta encarnación es extraña porque, si bien Gatsby también es un fanático del cine clásico y de escuchar canciones antiguas en vinilo (algo que, dicho sea de paso, para un joven de veintiún años de estos tiempos, puede resultar bastante poco realista), como espectador no logras conciliar su actitud segura y ganadora con sus supuestos problemas para encajar con los chicos de su edad. Ser una especie de perdedor gracioso es parte de los elementos esenciales del “personaje de Woody Allen” y, claramente, Gatsby no lo cumple, a pesar de que comparta rasgos similares con algunas encarnaciones anteriores, especialmente con Gil Pender, el personaje que interpreta Owen Wilson en Medianoche en París (2011), ya que ambos son románticos y adoran caminar bajo la lluvia al lado de la chica que aman.

Cuando sales del cine, te das cuenta que la parte humorística es la que mejor funciona de la película. En eso Allen sigue siendo infalible. Detalles como el hipo nervioso de Ashleigh, el encuentro entre Gatsby y un ex compañero de colegio absolutamente insoportable que critica todo o la forma de reír de la futura cuñada del protagonista, te sacaron a ti y a toda la sala de cine una genuina carcajada. De la misma manera, la fotografía, a cargo de Vittorio Storaro, es otro de los aspectos técnicos que impresionan. Allen ama su ciudad y eso lo demuestra en cada plano que capta de ella. Es una protagonista más y por eso es en lugares como el Central Park, el Museo Metropolitano o el Bar Bemelman del Hotel Carlyle donde ocurren algunos de los eventos centrales de la historia.

La lluvia es la otra gran protagonista, que sirve tanto para situaciones románticas como humorísticas. Esto, además de que permite justificar el título, te lleva inevitablemente a pensar lo obsesionado que debe estar este director con el tema. Piensas, por ejemplo, en el beso que el personaje de Allen le da a una alumna en Maridos y mujeres, en la escena final de Medianoche en París o en la escena del planetario entre los personajes de Diane Keaton y Allen en Manhattan. Es, sin duda alguna, un recurso interesante, ya que, si bien está ya bastante desgastado, rompe con el cliché de la nube negra lloviendo sobre un personaje cuando está triste o con la imagen de la pareja feliz revolcándose en el pasto durante un día de campo a pleno sol, mostrando lo sensual que puede ser la lluvia, sobre todo cuando, como los protagonistas, tienes el suficiente dinero para refugiarte luego en un hotel cinco estrellas.

Las actuaciones también te parecieron muy correctas. Principalmente la de los tres protagonistas, Timothée Chalamet, Elle Fanning y Selena Gómez. Piensas que son un ejemplo claro de que Allen sabe reconocer y aprovechar el talento de los jóvenes. Te arrepientes, además, de tus prejuicios contra Selena Gómez, ya que el personaje de Shannon es, en tu opinión, el mejor de la película. Su relación de constante confrontación con Gatsby se ejemplifica muy bien en la escena en la que ambos tienen que besarse en un auto para ayudar a un amigo en una escena que está filmando. Ella se muestra segura. Él, en cambio, es incapaz de mover la boca por la culpa que siente de traicionar a Ashleigh. Esto los lleva a tener discusiones constantes, llenas de tensión sexual, que recuerdan de manera inevitable a las relaciones entre otros personajes de Allen, como la primera y desastrosa cita que tuvieron Holly (Dianne Wiest) y Micky (Woody Allen) en Hannah y sus hermanas, cuando ella lo lleva a un concierto de punk rock en el que él no puede disimular su cara de asco y después él la invita a escuchar jazz mientras Holly no para de aspirar cocaína.

De pronto, te das cuenta que la gran química entre Gatsby y Shannon constituye, a la vez, una de las debilidades de la cinta, porque el personaje de Selena Gómez está desaprovechado y no se le da el suficiente tiempo en pantalla a la relación entre ambos. Constantemente quieres más de ellos, pero, en su lugar, la película se centra en contarte algunas mini tramas que tampoco llegan a nada y no aportan mayormente a la historia principal, como son los problemas creativos del director Roland Pollard, los conflictos amorosos entre el guionista que trabaja con él (Jude Law) y su mujer o la gran revelación que hace al final de la película la madre de Gatsby, la que, para colmo, resulta inverosímil. Esto, por su puesto, repercute en el final, que es otro de los aspectos que te parecen problemáticos y contra el que te prometes despotricar en un párrafo aparte si escribes una reseña.

Y es que el final es, sin duda, parafraseando el título de otra de las películas de Allen, un final made in Hollywood, donde todo acaba bien sin que tampoco los protagonistas se hayan esforzado demasiado por conseguir nada. Es cierto que es un final romántico que busca emular al  Hollywood clásico que tanto adora Gatsby, pero, salvo por su enorme química en pantalla y ese beso al que se ven obligados a darse durante una filmación, la película no muestra en detalle la evolución en la relación entre Gatsby y Shannon, por lo que ni siquiera te das cuenta en qué minuto pasan de solo caerse bien a enamorarse tan profundamente. Y eso genera que no le creas a la película y que parezca más bien que Allen se aburrió de escribir el guion y decidió poner simplemente: “vivieron felices para siempre”, descubriendo como espectador el truco detrás del acto de magia que el gran Woody Allen esta vez no ha sido capaz de conseguir del todo. Pero eso, a ti, lo sabes, no te va a impedir que el próximo año estés una vez más en el cine esperando, ansioso, a que se apaguen las luces y aparezcan otra vez esas clásicas letras blancas sobre un fondo negro.

 

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Mauricio Embry nació en Santiago de Chile el año 1987. Es abogado y escritor. Desde el año 2014 ha participado en distintos talleres literarios, destacando los cursos impartidos por los escritores Jaime Collyer, Patricio Jara y Leony Marcazzolo. En el año 2016, publicó el cuento «Una cena para Enrique», dentro del libro En picada (editorial La Polla Literaria), que agrupó distintos cuentos de los participantes del taller de Leony Marcazzolo. Entre octubre de 2018 y septiembre de 2019 cursó y aprobó el máster en creación literaria, impartido por la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona.

 

El actor Timothée Chalamet en «Un día lluvioso en Nueva York» (2019)

 

 

«Un día lluvioso en Nueva York» (2019)

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Selena Gomez y Timothée Chalamet en Un día lluvioso en Nueva York (2019).